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JUAN PABLO ZABALA (JPZ)

LA HUELLA DEL MUNDO

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JPZ

jueves, 8 de julio de 2010

LOS NEOCONSERVADORES Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADOS UNIDOS (III)

Tercera corriente de neoconservadores: el neoconservadurismo de Post Guerra Fría (1992-2008).



Los neoconservadores que conforman la tercera generación les gusta hacerse denominar como neo-reaganistas, al mostrarse como partidarios de las ideas en política exterior de Reagan con su clara afrenta al comunismo.

Esta nueva generación es muy crítica con el realismo de Bush padre y sobre todo con el multilateralismo llevado a cabo por la Administración Clinton.

Luego de la Caída del Muro de Berlín y de la implosión de la Unión Soviética los neoconservadores perdieron a su principal enemigo y la amenaza más importante para los Estados Unidos, por lo tanto, tuvieron que modificar su razón de ser encontrando una nueva identidad donde poder reflejar sus ideas tradicionales a partir de la definición de nuevas amenazas.

Algunos de los neoconservadores que tenían cargos durante el gobierno de Reagan pudieron ingresar a la Administración de George H. Bush, con el claro objetivo de que “Estados Unidos no bajara la guardia y mantuviera, o incluso aumentara, su presupuesto militar” (Frachon y Vernet; 2006: 106).

En ese intento neoconservador por redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo a través de una política exterior activa y adaptada al contexto de post guerra fría, sobresale el contenido del documento Defense Planning Guidance elaborado en 1992 por el Pentágono dirigido por Dick Cheney, y en el cual intervinieron los neoconservadores Paul Wolfowitz, Lewis Libby y Zalmay Jalilzald.

La principal tesis de este documento era que los Estados Unidos debían impedir de cualquier forma el resurgimiento de un nuevo rival, tratando por todos los medios de desanimar a las naciones más avanzadas de cualquier intento de desafío al liderazgo mundial estadounidense.

Esta tesis se dejó sin efecto y se terminó moderando por la polémica que suscitó en la prensa la filtración de esos objetivos, por lo tanto el texto que se publicó sostenía que solo los Estados Unidos debían impedir que cualquier potencia que se muestre hostil domine una región crucial para los intereses estadounidenses.

Las principales ideas en política exterior de esta generación de neoconservadores fueron aportadas por los jóvenes William Kristol y Robert Kagan.

Tanto Kagan como Bill Kristol creen que la única forma de asegurar la libertad en todo el planeta es a través de las políticas de fuerza, en lo que podemos notar un claro ideal de wilsonismo, aunque un wilsonismo carente de instituciones internacionales.

El ensayo de Robert Kagan aparecido en el número 113 de Policy Review bajo el nombre de “Poder y Debilidad” (ampliado y convertido luego en libro) es un claro testimonio de la visión que tienen los neoconservadores del continente europeo y de las relaciones transatlánticas.

En ese ensayo Kagan concibe a la Unión Europea como débil desde el punto de vista militar y con poca voluntad de sacrificarse y comprometerse en los asuntos mundiales. En cambio, los Estados Unidos, según Kagan, poseen un poder militar sin igual y la voluntad de hacer sacrificios para mantener la moralidad de ese poder.

En este mismo sentido sindica a Europa como una sociedad totalmente dependiente y posthistórica, descendiente del modelo internacional propugnado por “La Paz Perpetua” kantiana, lo que configura, en palabras del autor, una sociedad con las aspiraciones racionales propias de los más débiles que rechazan la defensa de sus valores e intereses por la fuerza. (Kagan; 2003: 121).

En cambio, los Estados Unidos conciben un sistema internacional hobbesiano, y por lo tanto anárquico, donde prima la fuerza militar, siendo ésta la única capaz de transformar a todos los estados en democráticos, extendiendo la libertad a todos los sectores del globo.

Aunque la primera gran aparición para el gran público estadounidense de Kagan y William Kristol fue un artículo publicado en Foreign Affairs en el año 1996 titulado “Hacia una nueva política exterior neo-reaganista”, donde se expresa el objetivo que debería perseguir Estados Unidos que sería el de convertirse en una hegemonía benevolente mundial llevando a cabo una política exterior de gran claridad moral que pusiera presión sobre los dictadores y los regímenes autoritarios. (Kagan y Kristol; 1996: 47).

En el año 1997 los neoconservadores agrupados en el “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano” realizaron una Declaración de Principios que todavía hoy se puede apreciar en su sitio de internet donde se establece:

“Nos proponemos levantar la bandera y reunir apoyos para el liderazgo global americano (…) Necesitamos aceptar la responsabilidad por el rol único que América tiene en la preservación y extensión de un orden internacional propicio a nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestros principios”

Cuando Kagan escribió en el año 2000 “Peligros Presentes” junto con William Kristol, estaba entre los que expresaron gran certidumbre de que, con el fin de la Guerra Fría, “el mundo, en efecto, se había transformado”, haciéndolo, además, “a imagen y semejanza de Estados Unidos”.

Kagan y Kristol argumentaban que, con la desintegración del imperio soviético, Estados Unidos había alcanzado una posición de superioridad “sin paralelo desde que Roma dominó al mundo mediterráneo”.

Para mantener esta posición excepcionalmente ventajosa, los formuladores de la política exterior en Estados Unidos simplemente necesitaban deshacerse de cualquier reticencia que tuvieran para ejercer lo que en 1996 en el artículo de Foreign Affairs ambos autores llamaron “hegemonía global benevolente”.

Para utilizar ese gran poder en “Peligros Presentes”, Kagan fomentó una estrategia amplia de cambio de regímenes “en Bagdad y Belgrado, en Pyongyang y Beijing, y allí donde los gobiernos despóticos adquieran el poderío militar para amenazar a sus vecinos, a nuestros aliados y a Estados Unidos mismo”. (Kagan y Kristol; 2005: 16-17).

En este sentido, es que debemos entender las críticas formuladas tanto a Bush padre como a Clinton y a la OTAN en lo referente a no haber derrocado a Sadam Hussein y al presidente yugoslavo Milosevic, por el genocidio en Bosnia y sobre todo en Kosovo.

Otras de las críticas neoconservadoras a las dos administraciones posteriores a Reagan se ven reflejadas en los casos de Bosnia y Ruanda.

En el primer caso, por la agresión serbia al estado recientemente independizado de Bosnia, los Estados Unidos intervinieron por razones humanitarias, pero los neoconservadores exigían que se tendría que haber intervenido mucho tiempo antes y de manera más comprometida.

En el genocidio de Ruanda, los Estados Unidos no solo no intervinieron en el conflicto sino que, según la óptica neoconservadora, los realistas bloquearon todo intento de ayuda desde el Consejo de Seguridad.

El regreso de los neoconservadores: la Política Exterior de George W. Bush (2001-2008).

Cuando George W. Bush hablaba sobre política exterior en la campaña presidencial denotaba, más allá de lo poco que sabía del mundo y sus relaciones, que iba a ser, en política exterior, un realista tradicional, como lo fue su padre. Sin embargo, sabemos que sus dos mandatos, en líneas generales, fueron totalmente contrarios a esa perspectiva inicial que se tuvo de él.

En la campaña que lo llevó a la Casa Blanca una de sus principales asesoras en política exterior era Condoleezza Rice, una realista que se había formado en la escuela realista clásica y que había crecido de la mano de Bren Scowcroft.

Los objetivos de política exterior del presidente Bush antes de serlo se pueden apreciar de manera clara en un artículo escrito por Rice para Foreign Affairs a comienzos del año 2000, donde argumentaba que los Estados Unidos habían llegado a la cima del poder mundial luego de la caída de la Unión Soviética y beneficiándose de la Revolución Tecnológica, por lo cual debían llevar adelante su interés nacional de manera acertada y con responsabilidad.

En este artículo se refleja el realismo de Rice al mencionar como objetivos prioritarios de la política exterior las relaciones de Estados Unidos con dos potencias, como son China y Rusia. Lo que llama la atención, es como a pesar de que para el año 2000, varios intereses norteamericanos en el mundo habían sido víctimas de atentados terroristas, no se menciona nada acerca de este fenómeno (Rice; Promoviendo el Interés Nacional; Enero/ Febrero 2000; Foreign Affairs).

Generalmente hay muchos debates académicos sobre el verdadero papel de los diferentes grupos de la coalición que llevaron a Bush al poder, en lo referente a la política exterior.

La mayoría de los autores coinciden en que las principales decisiones de política exterior llevadas a cabo por la administración Bush son obra de los asesores neoconservadores del presidente, que ocupan a su lado cargos muy importantes del gobierno, sobre todo a partir de los atentados del 11 de Septiembre.

Sin embargo, hay autores como Daaler y Lindsay que no están de acuerdo con esas ideas y sostienen que la política exterior de Estados Unidos es más producto de las propias ideas y acciones del presidente Bush que de la ideología neoconservadora. Estos autores basan su afirmación en el hecho que la administración Bush es muy heterogénea y contiene elementos realistas moderados como el Secretario de Estado de su primer mandato, Colin Powell, como así también “nacionalistas asertivos” como el vicepresidente Cheney y el Secretario de Defensa Rumsfeld, que se mantienen a lo largo de los dos mandatos de Bush.

Aunque debemos mencionar que Daaler y Lindsay reconocen que la influencia neoconservadora va a crecer de manera considerable a partir de los atentados, cambiando el sentido de la política exterior inicial de Bush.

Otros autores, como James Mann, en cambio, consideran que el grupo conocido como “the vulcans” ya tenían preparado un plan de ataque para Irak y una política antiterrorista para moldear el mapa de Medio Oriente desde mucho antes de la asunción de Bush. Esta misma idea es compartida, aunque relativizada, entre otros, por el periodista de investigación del periódico “The Washington Post”, Bob Woodward en su trabajo sobre Irak “Plan de Ataque”.

Las principales ideas de los neoconservadores fueron recogidas en una breve declaración de propósitos elaborada en 1997 por el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano. Muchos de los signatarios de esta declaración enviaron en 1998 una carta abierta al por entonces presidente Clinton en la que argumentaban a favor de una invasión a Irak. Cinco años después, ellos mismos estaban al frente de la invasión: Dick Cheney como vicepresidente, Donald Rumsfeld como Secretario de Defensa, Paul Wolfovitz como Subsecretario de Defensa, Zalmay Khalilzad como enviado del Pentágono, Elliot Abrams como Director para Asuntos del Oriente Próximo en el Consejo de Seguridad Nacional, y muchos otros como promotores e ideólogos.

Antes de los atentados del 11 S, existían dos obstáculos principales que impedían a los ideólogos neoconservadores del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano llevar adelante su estrategia.

Por un lado, el hecho de que el presidente Bush había llegado a la Casa Blanca sin un apoyo concluyente, al carecer de legitimidad por la forma en que fue electo finalmente, por el Tribunal Supremo.

Por otro lado, Estados Unidos carecía de un enemigo claramente identificable, cuya existencia hubiera justificado un importante incremento del presupuesto de defensa. Como ya se sabe, los atentados del World Trade Center y del Pentágono les dieron a los neoconservadores la posibilidad justa de remover estos obstáculos de un solo golpe, y a partir de ahí influenciar mucho más en la política exterior de la Administración Bush y llevar adelante sus propósitos desde una posición de mayor poder.
La influencia de Leo Strauss sobre la tercera corriente de neoconservadores.
Uno de los temas que más debate académico generó en los últimos años fue la influencia que el pensamiento de Leo Strauss insufló a la tercera corriente de neoconservadores, sobre todo a partir de la trascendencia de este grupo en las decisiones de política exterior en los Estados Unidos luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001.

Cualquier autor que haya estudiado la política exterior de Bush junior, le prestó atención, aunque sea someramente, a las características políticas y a la formación filosófica e ideológica de los neoconservadores.

En este punto es donde difieren los distintos autores acerca de si fue mucha, poca o nula la influencia de la filosofía de Strauss sobre los neocons.

En lo que la mayoría de los académicos está de acuerdo es en que Strauss no dejó escritos u opiniones de política práctica más allá de su crítica filosófica y cultural al proyecto de la modernidad y sobre todo a la democracia liberal que la considera culpable de la decadencia de la civilización occidental.

A través de la enseñanza y la defensa de la filosofía clásica griega, sobre todo de sus tres grandes filósofos, Sócrates, Platón y Aristóteles, Strauss dejó bien en claro su crítica a la masificación, al nihilismo y al totalitarismo de cualquier signo. Esta influencia se ve reflejada sobre todo en las posturas neoconservadoras de política interior al rechazar las reformas civiles de Johnson, que beneficiaban a las minorías estadounidenses, y también en el elitismo cultural y racial del que hacen gala los neoconservadores.

Estas ideas de Strauss llegan hasta los neoconservadores sobre todo a través de los cursos dictados por el que se considera su principal discípulo, Alan Bloom. Un asiduo asistente a estos cursos era el primer Subsecretario de Defensa de Bush, el neoconservador Paul Wolfowitz.

Precisamente en esto se basan los que consideran que las influencias straussianas en los neoconservadores son escasas, debido a que muy pocos funcionarios de categoría fueron estudiosos y seguidores de las ideas del filósofo alemán.

Lo que en la actualidad está en debate es la influencia de Strauss en la política exterior de los neoconservadores, sobre todo a partir de la invasión a Irak. Los que sostienen que los neoconservadores son totalmente influidos por las ideas de Leo Strauss, son los más críticos de las estrategias neoconservadoras, y se basan en la noción de “Régimen Político” de Strauss.

Según Fukuyama, Strauss entendía el concepto de “Régimen Político” en el sentido en que lo definían los filósofos clásicos griegos, es decir, “como un modo de vida en el que las instituciones políticas formales y hábitos informales se interrelacionan e influyen mutuamente y en todo momento” (Fukuyama; 2007: 39).

El autor de la tesis del fin de la historia, si bien reconoce en el movimiento neoconservador a una de las vertientes del straussismo, considera que los neoconservadores de la administración Bush, se equivocan al intentar exportar la experiencia americana a otros países, ya que lo que debería hacer es proyectar las instituciones a partir de los hábitos y tradiciones de los pueblos locales.

La crítica de Fukuyama a los neoconservadores se argumenta cuando éste sostiene que “el straussismo no cree en la universalidad de la experiencia estadounidense; y ni Strauss ni ningún filósofo político antiguo creía que la democracia fuese el régimen natural al que reverterían automáticamente las sociedades una vez eliminada la dictadura” (Fukuyama; 2007: 43).

Coincidimos con esta postura crítica de Fukuyama de la interpretación que hacen los neoconservadores sobre la noción de cambio de régimen de Strauss, aunque debemos reconocer que probablemente esa mala interpretación está realizada adrede por los neocons al querer utilizarla como justificación filosófica de las invasiones a Afganistán e Irak.
La indiferencia neoconservadora con el multilateralismo y los organismos internacionales.
En cuanto a las continuidades y rupturas de la política exterior dentro de la administración Bush antes y después del 11 S, debemos remarcar que si bien luego de los atentados se intensificó el unilateralismo y la indiferencia hacia las instituciones internacionales y el multilateralismo, antes del 11 S la Administración Bush junior había denunciado ya más tratados internacionales que ninguna previa. Esta tendencia en los primeros meses del año 2001 se ve reflejada en lo referente a los tratados de armas químicas y biológicas, control de armamentos, minas terrestres y la negativa ante el Tribunal Penal Internacional, entre otros.

Esto último confirma en cierta forma que existe una clara continuidad desde el inicio de la presidencia de Bush con la denuncia y la indiferencia hacia el multilateralismo, aunque también es cierto que luego del 11 S y a partir de una mayor influencia de los neoconservadores en el gobierno, esta tendencia se intensificó.

Esto se ve claramente identificado al rastrear las opiniones de John Bolton, el embajador de Bush ante la ONU en su segundo mandato, un confeso neoconservador, antes de ocupar ese cargo. En 1997, Bolton escribió que la ONU “puede ser un instrumento útil en la caja de herramientas de la política exterior norteamericana. La ONU debería utilizarse cuándo y dónde decidamos a favor de los intereses nacionales de Estados Unidos. No para justificar teorías académicas o modelos abstractos”.

Luego de los atentados del 11 S en todos los ámbitos políticos y académicos dentro de los Estados Unidos surgió la misma pregunta: ¿Cómo hacer para mantener el dominio mundial sin poner en peligro la seguridad nacional?

Para responder a esta pregunta en seguida se pusieron de manifiesto dos grandes líneas de acción en política exterior como alternativas. Por un lado, dado el carácter excepcional de los atentados y las nuevas amenazas se pensó necesario tomar medidas unilaterales para llevar adelante la estrategia de dominación mundial estadounidense.

Por otro lado, se creía necesario seguir apostando a las alianzas a través de las Naciones Unidas, como instancia valida de legitimación de las acciones exteriores de los Estados Unidos.

La primera alternativa era la elegida claramente por los neoconservadores y sus aliados ideológicos, en cambio la segunda opción es la que siguen en su mayoría los partidarios del realismo clásico.

Dentro de la segunda alternativa, importantes académicos como Joseph Nye, de anterior participación en el gobierno de Clinton, critican la estrategia neoconservadora que terminó adoptando el presidente Bush, sobre todo en lo relativo al abuso de elementos de poder duro en detrimento del más conveniente soft power para los intereses nacionales de Estados Unidos.

Nye, en un ensayo publicado por Foreign Affaires en el año 2004, titulado “La decadencia del poder blando en Estados Unidos”, sostiene que “la democracia no se puede imponer por la fuerza. El resultado en Irak será de importancia crucial, pero el éxito dependerá de políticas que abran las economías regionales, reduzcan los controles burocráticos, agilicen el crecimiento económico, mejoren los sistemas educativos y estimulen los cambios políticos”, y seguidamente menciona que “este efecto de demostración llevará tiempo, y requerirá el hábil despliegue de recursos de poder blando por parte de Estados Unidos en concierto con otras democracias, organismos no gubernamentales y la Organización de las Naciones Unidas” (Nye; 2004: 5/7).

Los neoconservadores, nativos o convertidos, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y Richard Cheney, entre otros, consideran que el multilateralismo es contrario al orden natural y a la realidad del poder en las relaciones internacionales, yendo en contra del poder norteamericano y dándole alguna esperanza ilusoria y artificial a los estados más pequeños.

Con estas argumentaciones surge de manera precisa que uno de los objetivos de los neoconservadores es la destrucción de las soberanías nacionales a través del boicot que le propinan a las Naciones Unidas.

En la búsqueda de su seguridad absoluta los Estados Unidos terminan limitando o pasando por alto las soberanías nacionales de otros países, sobre todo a la hora de sacar el freno de mano que éstas muchas veces representan para la economía de las grandes empresas transnacionales de capitales estadounidenses.

Una muestra más de la indiferencia absoluta hacia el multilateralismo y los organismos internacionales manifestada por los neoconservadores fue la postura de varios de ellos ante la participación de los Estados Unidos en el Tribunal Penal Internacional. Así podemos ver como el vicepresidente de Bush, Dick Cheney, sostuvo: “No podemos dejar nuestros intereses únicamente en manos de mecanismos internacionales que puedan ser bloqueados por Estados cuyos intereses pueden ser diferentes de los nuestros, por tanto hay veces que no tenemos necesidad de recurrir ni al Tribunal Penal Internacional o al Consejo de Seguridad para proteger nuestros intereses internacionales" (Soeren; 2003).

Caracterización de la política exterior neoconservadora.

Luego del 11 de Septiembre los neoconservadores siguieron de manera clara dos líneas de acción exterior. Por un lado, una línea dura que comprendía sendos cambios de regímenes donde haya gobiernos contrarios a los intereses estadounidenses, que se ve reflejado en la declaración de Bush sobre “el Eje del Mal”.

Por otro lado, creemos que se puede evidenciar una política más blanda, donde lo que prevalece es la diplomacia pública y el mantenimiento de relaciones amistosas, con los estados autoritarios de Medio Oriente y Asia Central, cumpliendo los Estados Unidos el rol de facilitador para una transición gradual hacia la democracia, a través de la combinación de ayuda y presión diplomática.

Esto se puede apreciar en las relaciones que los Estados Unidos mantiene con los países árabes, con el régimen militar de Pakistán y con las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, donde pudo instalar nuevas bases militares a cambio de beneficios económicos en forma de préstamos.

Esta diferenciación de los neoconservadores entre estados terroristas y estados autoritarios nos evoca inmediatamente la diferenciación que otrora realizaba la embajadora de Reagan ante la ONU, Jane Kirckpatrik, al hablar de estados totalitarios, comunistas que había que derrocar, y estados autoritarios, con los cuales Estados Unidos colaboraba en su lucha mundial anticomunista.

Esta visión maniquea, propia de los neoconservadores, se mantuvo en el tiempo, sólo sufriendo una variación en los nombres. Hoy la justificación para tales acciones y denominaciones se argumentan en la cruzada ideológica y mesiánica de los neoconservadores contra el nuevo enemigo, el terrorismo internacional.

Si bien es verdad que varios de los denominados Estados Fallidos son o pueden llegar a ser refugio para terroristas como plantean los neoconservadores, creemos que en ningún caso puede realizarse un cambio de régimen por la fuerza y la invasión de esos estados.

En este sentido podemos notar cómo fue mucho más fructífero la estrategia neoconservadora de “liberación” y derrocamiento del comunismo a través de métodos indirectos como la propaganda y el apoyo a la oposición en los regímenes del este en tiempos de Reagan, que esta estrategia más imperialista de los neoconservadores donde los Estados Unidos no son vistos en ningún lado como los liberadores de regímenes dictatoriales sino como un cambio de dictadura.

Esto se ve claramente reflejado cuando los Talibanes son derrocados y Estados Unidos apoya a los antiguos Señores de la Guerra, donde lo que surge es un estado también autoritario (encabezado por su nuevo presidente Karzai) y muy alejado de una democracia de tipo occidental.

Los neoconservadores cumplieron con su primer objetivo, que es el derrocamiento de regímenes dictatoriales como el de los Talibanes o el de Sadam Hussein, pero dejan tras el derrocamiento un estado en ruinas y donde reina la anarquía, ya que dejan de lado la importancia de la reconstrucción de estados, una máxima, el rechazo de la ingeniería social, que como reconoce Fukuyama, es uno de los principios que más perduran en la trayectoria neoconservadora, a lo largo de las generaciones (Fukuyama; 2007).

Los neoconservadores durante el gobierno de Bush van a buscar aprovechar lo que tiempo atrás Charles Krauthammer definió como “el momento unipolar”, donde los Estados Unidos van a intentar usar todo su poder para conseguir sus objetivos más allá de cualquier tipo de objeción interna o externa (Krauthammer; 1991).

Haciendo un balance de las características de la política exterior de Bush, Busso sostiene que “la política exterior de Estados Unidos involucra una serie de componentes que conjugados pueden ser muy peligrosos: una creencia religiosa irracional, un poder militar sin igual y controles legislativos flexibles que le brindan a Bush la posibilidad de generar un orden internacional basado en el uso de los recursos de poder duro” (Busso; 2003: 11).

Generalmente se suele identificar a la política exterior de Bush luego del 11 de Septiembre de 2001 como de tipo wilsoniana, si bien esto puede ser correcto, habría que aclarar las diferencias entre la visión neoconservadora del mundo y de la wilsoniana.

La principal diferencia radica en que el wilsonismo tradicional cree y confía en las instituciones internacionales, las cuales contribuyó a crear para el fomento de gobiernos más libres y respetando el principio de autodeterminación de los pueblos.

En cambio, muy diferente es el wilsonismo de los neoconservadores, ya que no solo es mucho más duro y agresivo sino que directamente habla del cambio de régimen y descree en manera absoluta de las instituciones internacionales, siendo totalmente unilateralista en su forma de actuar.

Otra de las diferencias importantes es la retórica mesiánica y religiosa que Bush le imprimió a su política exterior, compartida por los neoconservadores como una cruzada contra el mal y a favor de la democracia y la libertad.

En este sentido, podemos notar que ya el 14 de Septiembre de 2001, tres días después de los atentados, Bush habló en la Catedral Nacional de Washington acerca de "una lucha colosal entre el bien y el mal", en la cual –dijo– "nuestra responsabilidad ante la historia es clara: responder a estos ataques y quitar el mal del mundo".

Con el propósito de lograrlo, anunció una cruzada contra el terrorismo. Además de lo pretencioso de tal proyecto y de la clara retórica de "destino manifiesto" y “excepcionalismo americano”, a Bush no se le ocurrió que había “mal” en su propio país, y que la cruzada para liberar al mundo del mal debía comenzar probablemente por casa.

Criticando el sentido mesiánico y religioso que Bush intentó imprimirle a su política exterior, el ex candidato demócrata a la presidencia y enemigo declarado del neoconservadurismo, George McGovern sostuvo “El presidente afirma con frecuencia que lo está guiando la mano de Dios. Pero si Dios lo guió a invadir a Irak, Dios envió otro mensaje al Papa, a las Conferencias Episcopales católicas, al Consejo Nacional de Iglesias y a muchos rabinos muy distinguidos, que creen todos que la invasión y bombardeo de Irak iba contra la voluntad de Dios. Con todo respeto, sospecho que Karl Rove, Richard Perle, Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld y Condoleezza Rice... son los dioses (o diosas) a quienes escuchaba el presidente” (Stam; 2003).

La nueva estrategia imperial de los neoconservadores: la Guerra Preventiva.


La primera manifestación oficial luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 se produjo el 20 de Septiembre en un discurso del presidente Bush al Congreso, donde expresaba:

“Cada nación, en cada región, ahora tiene que tomar una decisión. O ustedes están con nosotros o están con los terroristas. De hoy en adelante, cualquier nación que dé refugio o apoyo al terrorismo será mirada por Estados Unidos como un régimen hostil”.

El 30 de Septiembre fue la primera vez que Bush dejó deslizar la noción primaria de un posible ataque preventivo en la “Quadrennial Defense Review”, donde se incluía entre los objetivos de Estados Unidos el “cambio de régimen de un Estado adversario”, así como la ocupación de “territorio extranjero hasta que los objetivos estratégicos de los Estados Unidos hayan sido cumplidos”.

En el mes de abril del año 2002 por primera vez el presidente se refirió a un “cambio de régimen” en Irak como un objetivo militar a conseguir.

Luego, en Junio del mismo año, en su discurso en West Point, el presidente Bush va a declarar de manera explícita que las anteriores doctrinas de disuasión, contención y equilibrio de poder ya no eran adecuadas. En lugar de ellas puso el énfasis en la prevención y la intervención. Esta anticipación de la “Doctrina de Guerra Preventiva” de claros perfiles neoconservadores, que finalmente fue anunciada en septiembre de 2002, se corrobora en las palabras de este discurso, donde se asevera que: “de ahora en adelante, debemos llevar la batalla al campo enemigo, desarticular sus planes y confrontar las peores amenazas antes de que ellas emerjan”.

La Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América presentada por el presidente Bush el 20 de Septiembre de 2002 da un giro impresionante en la historia de los conceptos y doctrinas estratégicas.

El Documento habla acerca del uso de la fuerza militar contra las organizaciones terroristas o contra los estados que las patrocinan y ayudan, con la intención de conseguir armas de destrucción masiva para su utilización. Ésta es la nueva definición de amenazas que plantea el documento, aunque lo verdaderamente novedoso es el uso preventivo de la fuerza militar ante ataques inminentes antes que se puedan llegar a concretar. Este aspecto de la llamada Doctrina Bush es bastante controvertido, ya que la categoría de prevención no tiene ningún basamento legal ni siquiera en la tradición medieval y moderna de guerra justa, como muchos neoconservadores se encargaron de publicitar.

Creemos que no está de más mencionar que la Carta de las Naciones Unidas prohíbe de manera explícita la “amenaza o uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier estado”, principio que la Casa de Blanca de Bush desestimó totalmente a la hora de invadir Irak.

El mayor fracaso neoconservador: la invasión a Irak.

La Guerra de Irak, como cualquier otra guerra, no tiene un único factor por la cual puede explicarse, ya que creer en eso sería caer en un reduccionismo o en un exceso de anteojeras ideológicas que ningún trabajo académico medianamente serio debería realizar.

Y esto vale tanto para los que sostienen que la invasión a Irak se produjo solamente para satisfacer los intereses económicos de empresas petroleras de capitales estadounidenses o para los que acusan a los neoconservadores de llevar adelante la invasión para estabilizar y democratizar el Medio Oriente para brindarle a Israel vecinos más amistosos y previsibles, dado el origen judío de la mayoría de los seguidores de esta corriente.

Si bien estos factores pueden haber tenido su incidencia a la hora de tomar la decisión de invadir Irak, ninguno tiene el peso suficiente para ser la explicación unicausal de la guerra. Estos elementos deben combinarse con otros para dar un panorama más completo de esta guerra, como por ejemplo, con una estrategia digna de la escuela realista, aunque tal vez, sin la utilización de los medios elegidos para llevarla a cabo.

En este sentido, podemos notar como la guerra tanto de Afganistán como la de Irak pudo haber sido diseñada para cercar a Irán y también para acorralar a otro régimen hostil como el de Siria, entre Israel, Turquía e Irak, instalando en este último país un gobierno títere de los Estados Unidos.

Aunque convengamos que más iluso sería reconocer como única y verdadera causa de la invasión, la sostenida por Bush, sus asesores neoconservadores y los países aliados, cuando se hablaba de salvar al mundo de un dictador sanguinario (aunque de hecho lo haya sido), porque poseía armas de destrucción masiva o porque apoyaba a la red terrorista de Osama Bin Laden, hechos que nunca se pudieron comprobar, ya que fueron alterados, inventados o exagerados como argumentación propagandística para legitimar la invasión ilegal a Irak, ocultando de esa forma las verdaderas causas de la guerra.

Ya desde el día posterior a los atentados, dentro del gabinete de Secretarios y Adjuntos del gobierno de Bush, se discutía la posibilidad de invadir a Irak.

En este sentido, el proceso decisorio para la invasión a Irak provocó una gran división entre dos grupos bien diferenciables dentro del gabinete, produciéndose una puja burocrática entre las diferentes secretarías sobre la forma de proceder con el tema de Irak.

Un primer grupo lo componían los partidarios de recurrir a las Naciones Unidas para intentar lograr una nueva Resolución en el Consejo de Seguridad para la vuelta de los inspectores de la ONU, agotando todas las instancias diplomáticas antes de atacar a Irak, ya que consideraban que no había ningún tipo de vinculación entre los atentados del 11 S y el régimen baasista de Saddam Hussein. Dentro de este grupo encontramos originariamente a los partidarios del realismo clásico en política exterior encabezados por el Secretario de Estado, Colin Powell, y secundado por su Secretario Adjunto y amigo personal, Richard Armitage.

El segundo grupo era partidario de aprovechar las circunstancias de los atentados del 11 S para intentar vincularlos con Saddam Hussein, y así realizar una invasión a Irak, derrocar al dictador y cambiar el régimen político vigente. Dentro de esta postura encontramos a quién fue el primero en fijar esta alternativa, el neoconservador y Secretario Adjunto de Defensa, Paul Wolfovitz, seguido por su inmediato superior Donald Rumsfeld, por el vicepresidente Dick Cheney y por “Scooter” Libby, quien fuera el encargado por Bush de presentar las pruebas del supuesto arsenal de armas de destrucción masiva que tenía Irak, además de los otros neoconservadores dentro y fuera del gobierno.

A este último grupo se terminó agregando Condoleeza Rice y su Adjunto Stephen Hadley.

El proceso que va de Septiembre de 2001 a Marzo de 2003, cuando se le declara la Guerra a Irak, fue un proceso de marchas y contramarchas, entre los elementos más duros del gobierno como eran los neoconservadores (los halcones) y los más moderados, las “palomas” encabezados por Powell. En este proceso hubo victorias y derrotas de ambos grupos en la puja burocrática sobre el proceso de decisiones.

Este período está contado con mucho detalle por el periodista Bob Woodward en su libro “Plan de Ataque”, donde demuestra su conocimiento de los secretos y conversaciones extraoficiales de los principales personajes del poder estadounidense.

En este sentido, su obra es muy clarificadora con respecto al proceso de toma de decisiones, donde a nuestro entender sobresale la forma en que se construyeron los grandes discursos de la administración referidos a la política exterior en general y a la invasión de Irak en particular.

Según Woodward, el encargado del discurso de Bush donde se planteó la relación entre el terrorismo y los estados que lo apañan fue David Frum, quién propuso inicialmente el término “Eje del Odio”, con claras connotaciones con las potencias del Eje de la Segunda Guerra Mundial.

A iniciativa del Vicepresidente Dick Cheney se cambió la frase por “Eje del Mal”, para que tenga una connotación más religiosa y más fuerte a oídos del pueblo norteamericano y del mundo entero. Esta nueva frase hace recordar a la acuñada en su momento por Reagan cuando nombró a la Unión Soviética como “Imperio del Mal”.

Al parecer en un primer momento se incluía solo a Irak, aunque Rice y Hadley consideraban que personificar solo a Irak como malvado demostraba la carta de Estados Unidos de una invasión inminente a ese país. De ahí que ambos propusieran ampliar la personificación del Eje del Mal a Irán y Corea del Norte (Woodward; 2004: 107).

De acuerdo a las argumentaciones utilizadas por la administración Bush junior y sus asesores neoconservadores para invadir Irak y los resultados que la misma invasión arrojó, demuestran un balance totalmente negativo para los Estados Unidos, no solamente por no cumplir con varios de los objetivos publicitados sino también por el empeoramiento de las relaciones generales de los Estados Unidos con el mundo:

• El ejército terminó teniendo cada vez más características de mercenario que de un ejército nacional clásico.

• La guerra terminó sobrepasando las obligaciones militares fijadas antes de la invasión por los estrategas del Pentágono.

• Por prestarle máxima prioridad a esta guerra la política exterior de los Estados Unidos desestimó otras iniciativas importantes de política exterior.

• La guerra contra Irak generó para el país invasor un importante déficit económico al ser financiada casi exclusivamente por los Estados Unidos.

• Se dio por tierra con el supuesto neoconservador que con la “Guerra Preventiva” se ponía a salvo la seguridad estadounidense, disminuyendo los atentados terroristas, ya que por el contrario, los mismos se intensificaron en varios países aliados en esta guerra, como en España e Inglaterra.

• Se ampliaron los desacuerdos con los aliados tradicionales europeos, como Francia y Alemania, sobre los modos de enfrentar al terrorismo.

• La inexistencia de armas de destrucción masiva en suelo iraquí, que fueron uno de los leit motiv de la invasión, algo que se tradujo en una gran crítica y desconfianza mundial hacia Estados Unidos y sus aliados.

• La creciente limitación de las libertades individuales sobre todo para los ciudadanos de origen árabe, cuya defensa siempre fue un baluarte del estilo de vida americano ensalzado por los neoconservadores.

Críticas a los neoconservadores.

Un autor crítico con el intento neoconservador de moldear el mundo a imagen y semejanza de los valores estadounidenses es Mandelbaum, quién cree que la política exterior de un país extranjero no es válida para imponer valores culturales y exportar la democracia y la libertad, sino que los cambios culturales deben llevarse a cabo de manera progresiva dentro de cada estado (Mandelbaum; 2003).

Otro autor, que piensa en este sentido es Mallaby, quien sostiene que los Estados Unidos no pueden llevar a cabo construcciones de naciones, ya que para ello es necesario apelar al multilateralismo y a las instituciones internacionales, y sobre todo a la ONU, como se realizó en el proceso de descolonización, ya que el actuar unilateral de los Estados Unidos es una política claramente imperialista (Mallaby; 2002).

Por su parte, William Pfaff sostiene que los neoconservadores están equivocados al creer que el mundo no tiene miedo a la política exterior de los Estados Unidos, al estar ésta basada en criterios morales. Según este autor, muy por el contrario, los Estados Unidos son temidos en todo el mundo porque su política es desestabilizadora y de ahí se entiende la resistencia que generan en los pueblos afectados por su política (Pfaff; 2001).

Al respecto, creemos necesario recordar que la idea liberal está vinculada a la aceptación de la diversidad, a la tolerancia con las diferentes formas de vida y comportamientos de los demás. Si partimos de esta caracterización del liberalismo podemos ver claramente como Estados Unidos al justificar la defensa de su seguridad invadiendo territorios ajenos e imponiendo regímenes políticos, se pasa de la óptica liberal a la óptica imperial.

En este sentido podemos mencionar la crítica que realiza Todorov al respecto cuando afirma que “el imperialismo liberal del que habla Kagan es una contradicción de términos” (Todorov; 2003: 31).

Según Francis Fukuyama “los neoconservadores no pretenden defender el orden de cosas vigente, fundado en la jerarquía y la tradición y en una visión pesimista de la naturaleza humana” (Fukuyama; 2007).

Si nos atenemos a esta definición de Fukuyama y a varias de las ideas expresadas por los neoconservadores vemos que éstos no tienen mucho de conservadores, ya que creen en el progreso radical tanto de los hombres como de las sociedades, y eso se lleva a la práctica en su proyecto. Por eso tal vez sea inadecuado utilizar el término neo o paleo conservadores para referirse a los ideólogos de la política exterior de Bush.

Con esta argumentación, podemos sostener con Todorov que, “sería más adecuado designarlos con el término de neo-fundamentalistas: son fundamentalistas porque reivindican un bien absoluto que quieren imponernos a todos, y son neo porque este bien ya no se define en relación con Dios, sino con los valores de la democracia liberal” (Todorov; 2003: 37).

Como ya vimos, la forma en que quieren imponer sus ideales es a través de la fuerza, algo que también los diferenciaría de los conservadores y que los acercaría más a sus orígenes ideológicos de la “revolución permanente trotskista”; y de hecho con sus deseos de cambiar y moldear el mundo a su semejanza, están demostrando que aún girando a la derecha se siguen comportando como activistas jóvenes de izquierda tanto en sus propósitos como en su forma de actuar.

Creemos también que de esos mismos orígenes ideológicos se desprende el afán intervencionista para reformar todo lo que sea diferente a sus ideas, y también la atracción por la violencia sin dudar en usar la fuerza a la hora de conseguir sus objetivos.

El académico realista Stephen Walt, uno de los críticos más acérrimos de los neoconservadores actuales, haciendo un repaso por las equivocaciones de los neocons en la invasión a Irak sostiene que “Los neoconservadores dijeron en voz alta, de manera ingenua y equivocada, que el derocamiento de Saddam aportaría beneficios de largo alcance en la región. Fouad Ajami dice que, el vicepresidente Cheney le contó que las calles de Baghdad y Basora podrían "estallar de júbilo de la misma manera que la multitud saludó a los americanos en Kabul", y Kristol previó una reacción en el mundo árabe que sería muy saludable". Joshua Murachik predijo que la invasión "será un seismo que podría hacer temblar otras tiranías, incluyendo los mulás de Irán o la Venezuela de Hugo Chávez", Richad Perle pensó que Siria e Irán podrían "salirse del negocio del terrorismo", y Michael Ledeen reclamó "es imposible imaginar que el pueblo de Irán pudiera tolerar la tiranía en su propio país una vez que la libertad hubiese llegado a Iraq". Ninguno de estos escenarios de color de rosa llegaron a pasar” (The National Interest; 2008).

Por otro lado, Fukuyama, a pesar de seguir siendo un neoconservador de la primera hora, va a romper en cierta forma con los neoconservadores que manejaron la política exterior de Bush, sobre todo por la invasión de Estados Unidos a Irak.

La crítica de Fukuyama a esta guerra se centra en tres puntos principalmente: primero porque los neoconservadores se equivocaron de amenaza, después porque no previeron la gran oposición en el mundo al ejercicio de la hegemonía global benevolente por parte de Estados Unidos y por último porque evaluaron mal las dificultades de la pacificación y estabilización del país y su posterior reconstrucción (Fukuyama; 2007).

Creemos necesario hacer notar que la llamada de los neconservadores a extender la democracia y la libertad por todo el mundo tienen ciertos paralelismos y similitudes con ciertas partes de la historia estadounidense. Por ejemplo la definición que Thomas Jefferson hacía de los Estados Unidos como un “imperio de la libertad”.

También podemos mencionar cómo la práctica de cambios de regímenes en otros estados no es algo nuevo en la historia norteamericana, y de eso pueden dar fe varios de los estados del “patio trasero” de Washington durante gran parte del siglo XIX y XX.

En cuanto al unilateralismo propio de la guerra preventiva podemos poner como ejemplo la invasión de los Estados Unidos a La Florida que era española hasta 1818, con el pretexto de que existía para Washington un peligro inminente por la supuesta formación de una alianza entre indios, esclavos y soldados británicos, que no podía controlar ya por su debilidad extrema “el moribundo imperio español en América”.

En este caso el Imperio Español podría hacer las veces de los actuales estados fallidos, los terroristas serían la supuesta coalición opuesta a Washington y el objetivo buscado por Estados Unidos sería el de defender su seguridad nacional y hacer más segura la región y “no la expansión de sus fronteras en búsqueda de beneficios económicos y territoriales”. Con diferentes matices, actores, argumentos/excusas y tecnología, las historias de invasiones imperialistas en cualquier fase de formación siempre se repiten.
Epílogo: entre la (re)conversión de los neoconservadores al realismo y la falta de autocrítica.

Alguna vez el padrino del movimiento neoconservador, Irving Kristol, definió a un neoconservador como “un liberal atracado por la realidad”. Si nos ponemos a pensar en el fracaso de la tercera corriente de neoconservadores, y vemos que la realidad los atracó una vez más, siendo, esta vez, protagonistas excluyentes de ella, podemos definir a un neoconservador actual como un realista.

Y esto puede ser valedero para uno de los máximos teóricos de la política exterior neoconservadora del gobierno de Bush como fue Robert Kagan, quien en su último libro “El Retorno de la Historia y el Fin de los Sueños” publicado en el último año de la Administración republicana, sostiene que “la competencia entre las grandes potencias definirá al siglo XXI”, es decir, como sostiene Bacevich “la geopolítica está de regreso” (Bacevich; 2008).

Pareciera, en palabras de Kagan, que el terrorismo islámico ya no representa para el mundo una gran amenaza, pareciera como si el choque de civilizaciones profetizado por Huntington y seguido por varios neoconservadores, ya no se va a dar, al no poder hacerle frente a las democracias liberales del mundo, cuya causa encierra mayores valores morales que la de sociedades autocráticas y tradicionalistas.

Obviamente como era de esperar, esta conversión de Kagan en realista, no se hace sobre la base de la autocrítica sino de la conveniencia de readaptación, ya que no se hace siquiera mención alguna al fracaso neoconservador en Irak, por citar el fracaso más paradigmático (Kagan; 2008).

Por su parte, en un artículo en Foreign Affairs Latinoamérica del año 2009, al concluir el gobierno de Bush, su última Secretaria de Estado Condolezza Rice, una realista devenida en neoconservadora defiende la política exterior de los Estados Unidos en Medio Oriente sosteniendo que el “interés en la promoción del desarrollo democrático y en la lucha contra el terrorismo y el extremismo nos ha obligado a tomar decisiones difíciles, porque en este momento necesitamos amigos capaces, que puedan desarraigar a los terroristas del Medio Oriente más amplio. Estos Estados con frecuencia no son democráticos, así que debemos equilibrar las tensiones entre nuestras metas de corto y de largo plazo. No podemos negarles a estos Estados no democráticos la asistencia en materia de seguridad para luchar contra el terrorismo o para defenderse” (Condoleezza Rice; 2009).

En esta justificaciones de Rice, no podemos ver más que un intento poco fructífero por hacer ver que la guerra preventiva (o “decisiones difíciles” en el lenguaje de Rice) era la única opción que le quedaba a los Estados Unidos luego del 11 S.



Para concluir, nos parece atinado tomar las palabras con las que Anabella Busso resume la búsqueda del rol imperial para Estados Unidos por parte de los neoconservadores durante el gobierno de George W. Bush:

“El gobierno conjugó una serie de tradiciones socio – políticas y las condujo a su máxima expresión neoconservadora articulándolas con limitaciones invocadas en nombre de la emergencia de seguridad nacional. Llamó al fortalecimiento del nacionalismo basado en los supuestos de excepcionalismo e incrementó los componentes religiosos en el discurso y la gestión administrativa y, en nombre de las urgencias de la guerra contra el terrorismo, centralizó el proceso de decisión sobre política exterior, otorgó nuevas prerrogativas a los organismos de inteligencia, deterioró las libertades individuales, reclamó la recuperación del consenso bipartidista sobre política exterior; elaboró una nueva estrategia de seguridad nacional basada en la acción preventiva considerada por los opositores como la nueva estrategia imperial y, a nivel internacional, le declaró la guerra a Afganistán, forzó la inclusión de la guerra contra Irak como un paso de la lucha contra el terrorismo, rompió las reglas vigentes en el derecho internacional, desconoció a los organismos internacionales, se alejó de los aliados tradicionales y formó coaliciones ad hoc” (Busso; 2008).

                                                                                                                        JPZ

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