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JUAN PABLO ZABALA (JPZ)

LA HUELLA DEL MUNDO

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JPZ

jueves, 15 de julio de 2010

LA GUERRA Y LA PAZ EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO MODERNO. UN RECORRIDO POR LAS IDEAS DE MAQUIAVELO, HOBBES, ROUSSEAU Y KANT.

INTRODUCCIÓN:
El objetivo de este ensayo final de la materia “Teoría de los Conflictos” es intentar analizar la noción de la guerra y la paz desde la perspectiva de la filosofía política moderna.

Con este fin, y para no extendernos demasiado, decidimos tomar cuatro de los autores más representativos del pensamiento político moderno, que a la vez tratan de manera profunda la problemática de la guerra y la paz, como son Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, Juan Jacobo Rousseau y Emanuel Kant.

A lo largo de las páginas siguientes intentamos primero contextualizar de forma cronológica el pensamiento de cada autor para luego abocarnos a sus ideas específicas relacionadas con la temática que elegimos analizar.

En este recorrido filosófico e histórico vamos a partir de la descripción de la condición de la naturaleza humana según como la concibe cada uno de estos pensadores para luego compararlas entre sí.

Desde ese punto de partida analizaremos la cosmovisión de la guerra y la paz en las relaciones internacionales que tenían estos autores, concentrándonos en el paso de la guerra interindividual a la guerra interestatal y en las posibilidades de lograr la paz y la armonía internacionales.

MAQUIAVELO: EL PRÍNCIPE Y LA GUERRA.

El primer pensador moderno en considerar la guerra de forma política fue el florentino Nicolás Maquiavelo, sobre todo a partir de su libro “Del Arte de la Guerra” y de su obra cumbre “El Príncipe”, publicadas en 1521 y 1512 respectivamente.

Maquiavelo va a producir con la subordinación de la moral a la política en sus escritos una gran ruptura con la concepción cristiana de la unidad espiritual en todos sus ámbitos.

El pensamiento del florentino anticipa algunos de los rasgos del Estado absolutista que se va a consolidar en toda Europa entre el siglo XVI y XVII, teniendo en Hobbes a su principal teórico a la hora de su legitimación. Este anticipo se ve claramente reflejado en que el Príncipe es soberano y está libre de toda restricción en su actuar y tiene como objetivo consolidar una organización política fuerte y centralizada.

Para entender de forma correcta el pensamiento de Maquiavelo debemos remitirnos al contexto político, económico y social de su Florencia natal, para no incurrir en el error, muchas veces habitual, de descontextualizar su forma de interpretar la realidad y tornar confuso su pensamiento.

La vida de Maquiavelo (1469-1527) coincide con el Renacimiento, donde la cultura y las artes de la República de Florencia estaban en pleno auge, panorama que encontramos muy diferente si nos acercamos a observar la situación política y militar en la que se encontraban los Estados de toda Italia, ya que estaba totalmente fragmentada en múltiples unidades políticas, fracasando hasta el siglo XIX todos los intentos de unificación. Y animado por ese objetivo de unión nacional es que Maquiavelo le da consejos al Príncipe.

Antes de comenzar a explicar su pensamiento específico acerca de la guerra, vamos a intentar explorar su concepción acerca de la naturaleza humana, de la condición de los hombres, ya que como pensador político moderno Maquiavelo tal vez fue el primero en desplazar la violencia de la esfera pública hacia la naturaleza humana, influenciando de esta manera a muchos pensadores posteriores a su obra que también concibieron a la naturaleza humana como conflictiva.

Creemos que el principal representante, junto con Hobbes, de este pesimismo antropológico fue el pensador florentino. Su visión pesimista de la condición de los hombres se puede analizar, siguiendo a Rafael Braun, en dos planos totalmente diferentes pero conectados entre sí.

Braun designa al primer tipo de pesimismo como “ontológico”, basado en los deseos insaciables de los hombres porque según Maquiavelo “la naturaleza le da poder y querer desear todo, pero la fortuna le da el poder conseguir poco. De allí resulta en él un descontento habitual y el disgusto por lo que posee; es lo que hace acusar al presente, alabar el pasado, desear el futuro, y todo ello sin ningún motivo razonable” (Maquiavelo; 2003: Libro II; Prefacio).

Maquiavelo concibe al hombre como un ser gobernado por las pasiones y los deseos y no por la razón. Por eso el hombre se convierte en un eterno insatisfecho al no poder obtener todo lo que desea, y esta insatisfacción se funda en la ambición que es la que provoca la permanente lucha entre los hombres.

Como sostiene Braun, “el motor de la lucha y el conflicto anida en el corazón del hombre, no en las contradicciones de la sociedad, y como él permanece idéntico a sí mismo a través de la historia, la creencia en el progreso de la humanidad es más un producto de la imaginación que el fruto de la consideración de la verdad efectiva de las cosas” (Braun; 2005: 83).

El segundo tipo de pesimismo se da en el plano de la “ética” fundamentada en la máxima de Maquiavelo que sostiene que “el hombre está más inclinado al mal que al bien” (Maquiavelo; 2003: 9).

En este sentido observa Maquiavelo que los hombres tienen una única forma de hacer el bien y es forzándolos a hacerlo, a través de la coacción y el temor al castigo. Si al hombre se lo deja liberado a su espontaneidad y arbitrio siempre tiende al mal. Esta tendencia en el hombre nunca puede revertirse aunque puede limitarse la tendencia natural de los hombres a dañar a sus semejantes a través de la formación de la comunidad política, de la que acceden a formar parte los hombres para defenderse de las agresiones externas.

En este plano ético vemos como el pesimismo antropológico de Maquiavelo es totalmente pragmático y en cierta forma utilitario, ya que el conocimiento de esa condición humana por parte del Príncipe se transforma en un requisito fundamental para una actuación exitosa en el campo de la realidad política. Para saber conducir a los súbditos, el hombre público, el estadista, debe reconocer la naturaleza de los hombres.

Al reconocer este pesimismo antropológico en el pensamiento de Maquiavelo no debemos tener inconvenientes en ver como la realidad de la comunidad política es netamente conflictiva, donde el conflicto interindividual entre los hombres en el seno de esa comunidad se da como producto de los odios y pasiones que enfrentan a unos hombres con otros de manera violenta. Igualmente Maquiavelo encuentra necesario el papel preponderante que debe cumplir la razón para evitar la violencia.

El papel que Maquiavelo le asigna a la razón no puede ser el de terminar con las pasiones de los hombres y revertir su naturaleza (ya que esto es imposible de acuerdo a su concepción, como mencionamos anteriormente) sino contribuir a elaborar y sancionar leyes adecuadas para el correcto control y moderación de las pasiones humanas en el orden político.

Más allá del importante rol que Maquiavelo le asignaba a las leyes dentro del orden político, sus consejos al soberano partían de la idea de que si desaparecía el Príncipe lo mismo le iba a ocurrir al Estado por lo cual consideraba que la supervivencia en el futuro del Principado estaba íntimamente ligado a la formación de un ejército nacional, que “Maquiavelo sólo imagina bajo la forma de una milicia popular” (Fernández Vega; 2005: 21).

Siguiendo la interpretación de Chabod vemos que Maquiavelo no tenía en claro los límites militares de esas milicias: “Podía servir como milicia territorial, nunca como ejército regular; no para la guerra de conquista ni mucho menos para garantizar el absoluto predominio interno del poder central” (Chabod; 1994: 56).

Para este autor así como para otros, con el deseo de Maquiavelo de lograr la unificación nacional y aconsejar al Príncipe no alcanza para ser considerado como un nacionalista en pie de igualdad con los nacionalistas liberales que lograron la unificación italiana en la segunda mitad del siglo XIX.

Igualmente debemos aclarar que esta postura no es la predominante ya que muchos estudiosos de las obras de Maquiavelo ven en el florentino “el primer intento moderno de teorización del Estado, recogiendo, en su inspiración renacentista, la herencia de la antigüedad clásica, pero incorporando las primeras emociones de lo que sería luego el nacionalismo” (Ritter; 1972: 3).

En el pensamiento de Maquiavelo se expresa la idea de que el jefe militar debía tener un gran amor a la patria y ser virtuoso, dos características que configuraban las condiciones básicas para la supervivencia del Estado.

En estas ideas se ven reflejadas en la admiración de Maquiavelo por el viejo orden militar romano. Según Fernández Vega, esa admiración llevó a Maquiavelo a despreciar el problema del número de soldados: “cuando la disciplina es romana el número es lo de menos” (Fernández Vega; 2005: 23).

Del Arte de la Guerra es el primer tratado teórico moderno sobre la cuestión de la guerra. Se destaca de otros textos militares de su época porque en él incorpora la reflexión política propia a su pensamiento y además porque no se dedica en forma detallada a los aspectos técnicos de la guerra como era moneda corriente en los escritos sobre esta temática en su tiempo.

En toda su obra se hacen sendas referencias al orden militar del mundo romano al que había que imitar, aunque Maquiavelo cae en un anacronismo ya que la situación de Italia en la antigüedad no era la misma que en su época. No debemos pensar igualmente que Maquiavelo, en su afianzado realismo, no conocía las distintas circunstancias y realidades de cada tiempo, por eso es más probable que las referencias al orbe romano sean sobre todo un recurso crítico utilizado por Maquiavelo para realizar una contraposición con la fragmentada realidad de la patria italiana en el siglo XVI.

Sostiene Maquiavelo que las tropas para defender al Estado pueden ser propias, mercenarias o mixtas, afirmando que las tropas mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas ya que si un Estado se apoya en esas armas nunca estará firme ni seguro.

Dedica Maquiavelo un párrafo aparte y especial para las tropas mercenarias ya que considera que son las peores porque no tienen otro incentivo para mantenerse en el campo de batalla que un sueldo.

Maquiavelo señala en diferentes partes de su obra que quién tiene por profesión la guerra tiene un interés especial en la existencia permanente de la misma, en cambio, los soldados de las milicias populares que propugna el florentino tienen como principal interés el mantenimiento de la paz y la defensa de la ciudad, donde viven con sus familias. La estabilidad del Estado depende para Maquiavelo de la defensa de sus propias fuerzas, ya que quiénes lo hacen adhieren a la existencia del estado o de la ciudad “…porque en aquellos ejércitos donde no hay una adhesión a aquello por lo que combaten que los convierta en sus partidarios, nunca podrá existir tanta virtud que les permita resistir a un enemigo poco valeroso. Y como este amor y este valor no pueden nacer en otros sino en tus súbditos, es necesario, si se quiere conservar el poder, si se quiere mantener una república, o un reino, formar el ejército con sus propios súbditos…” (Maquiavelo; 2003: 136).

Por eso Maquiavelo identifica a los condottieri como los principales responsables de la situación ruinosa de Italia. También los culpa de haber provocado el estancamiento del arte militar al sustituir el combate por la guerra maniobrada y tratando de imponer su interés personal algo que iba en contra de la consecución de un destino de grandeza para las ciudades italianas. Por lo tanto lo que primaría en su arte de la guerra sería la fortuna y no la virtú (Strauss; 1993: 270).

En este sentido, Maquiavelo identifica en la obsesión por los negocios y la obtención de fortuna uno de los principales motivos del debilitamiento militar y de la falta de disciplina.

En cuanto a los cuerpos armados Maquiavelo siempre se muestra a favor de la Infantería en detrimento de la caballería. Sin embargo, lo curioso es observar que el florentino desconfía y desecha la idea del uso de armas de fuego individuales. Esta consideración nos lleva a plantearnos la causa de este hecho, y la podemos encontrar tal vez en la poca difusión de ese tipo de armas hasta la primera publicación de su obra.

Aunque también debemos reconocer que al concentrarse en el aspecto moral y político de las milicias Maquiavelo “subestimaba el poder de los nuevos medios de lucha justamente cuando la relativa uniformidad en el desarrollo de la historia militar desde la Antigüedad hasta el Renacimiento estaba a punto de ser subvertida por el arma de fuego y los ejércitos nacionales” (Fernández Vega; 2005: 29).

En las cuestiones tácticas Maquiavelo se muestra partidario de las formaciones cerradas. Desde el punto de vista estratégico se produce una de las innovaciones originales aportadas por Maquiavelo al diferenciarse de la estrategia medieval, al preferir un choque rápido en lugar de las tradicionales guerras de desgaste medievales.

En “El Príncipe” Maquiavelo establecía y confiaba que la virtú de un solo individuo podía llevar a la unificación y grandeza de un Estado, en cambio en “Del Arte de la Guerra” lo único que se modifica es el sujeto que sirve para el mismo fin, al intentar ampliar los fundamentos políticos y morales que sostienen la vida ciudadana, llevando esa virtú hacia las milicias.

No llama la atención que Maquiavelo no haya abordado el tema de la ética de la guerra, ya que presuponía que era legítimo todo aquello que contribuyera prudentemente a una prosecución exitosa de la guerra. Maquiavelo no impuso limitaciones morales ni legales al Príncipe a la hora de iniciar o proseguir la guerra, aunque aclaraba que su única guía era la necesidad. La prudencia y la crueldad del Príncipe también estaban basadas en la necesidad; subordinando todo a la victoria en la guerra.

HOBBES: EL ESTADO DE NATURALEZA Y LA GUERRA INTERINDIVIDUAL E INTERESTATAL.

Debemos enmarcar el pensamiento de Thomas Hobbes en la cruenta guerra civil que padeció su Inglaterra natal durante la segunda mitad del siglo XVII, entre los partidarios del parlamentarismo y los defensores del absolutismo monárquico.

En su concepción antropológica podemos afirmar que Hobbes es un continuador del pensamiento de Maquiavelo, aunque con importantes diferencias entre uno y otro.

Hobbes establece un estado de naturaleza, una etapa pre social, anterior a la constitución de la sociedad civil y describe las características principales de los hombres en ese estado.

Es así como Hobbes concibe al hombre como malo por naturaleza, siendo los individuos como lobos que se atacan entre sí persiguiendo fines egoístas. El individuo para Hobbes es un ser de deseo animado por un gran egoísmo para adquirir lo que quiere poseer. Ese deseo es connatural al hombre, es un deseo de preservación de la propia vida, y al ser los bienes escasos los individuos luchan entre sí por la supervivencia.

En este sentido podemos entender a ese deseo como un deseo indefinido de poder, entendiendo a este como los medios potenciales con los que cuenta el hombre para conseguir el objeto que desea al cual considera necesario para su preservación biológica. Y como este deseo egoísta se manifiesta en todos los individuos, éstos rivalizan entre sí entrando en un estado de guerra interindividual en el estado de naturaleza, del cual podrán salir solo a través del pacto de cada hombre con cada hombre.

Según Leo Strauss, lo que diferencia el pesimismo antropológico de Hobbes del de Maquiavelo es que para el filósofo inglés “la pasión que debe ser la base de la enseñanza política es el temor a la muerte violenta” (Strauss; 298).

Hobbes comprende que la condición natural de los hombres es la guerra, que se produce por la capacidad igualitaria de los hombres para matar sumado a los recursos escasos que existen para lograr su supervivencia. La desconfianza, el miedo, la competencia y la búsqueda de gloria son las causas que provocan la conflictividad interindividual permanente en ese estado de naturaleza hobbesiano.

En el estado de naturaleza se da una permanente guerra preventiva, como producto de la desconfianza de los hombres, donde cada uno ataca al otro para no ser atacado, ya que es muy difícil poder descifrar con éxito los deseos de los otros individuos, es decir, sus verdaderas intenciones.

Esta conflictividad que describe Hobbes sólo puede ser solucionada con el Pacto, que institucionaliza y concentra la violencia en el Estado, quién se convierte en el garante de la seguridad de los individuos y de la paz social al entregar éstos todos sus derechos y su voluntad al dios mortal, el Leviatán.

El Pacto es irrevocable y los individuos deben acatar al soberano absoluto en todas sus decisiones. El poder central del Estado con su monopolio de la violencia intimida y desanima a cualquier hombre que quiera revelarse contra él.

Como sostiene Fernández Vega “La ausencia de amenaza de muerte centralizada, de miedo social a un soberano, representa justamente lo opuesto a la sociedad constituida: el estado de naturaleza como guerra igualitaria, interindividual, protagonizada por hombres naturalmente inclinados al mal” (Fernández Vega; 2005: 39).

Se conforma así el Estado Civil bajo el poder de un soberano detentador de los derechos de cada hombre a gobernarse. Este Estado termina con el estado de guerra interindividual al obedecer al soberano por el temor que inspira la concentración absoluta de su poder.

Lo que tendríamos que preguntarnos y vamos a intentar responder a continuación es: ¿Si realmente este estado de naturaleza desaparece con la constitución del poder civil o, si por el contrario, permanece? y; ¿Si la conflictividad interindividual propia del estado de naturaleza se desplaza o no a una conflictividad interestatal una vez conformado el estado civil?

La primera respuesta que podemos ensayar es que ese estado de naturaleza descripto por Hobbes está presente también en la condición interestatal, señalándolo como un estado de guerra potencial perpetua. Esto es afirmado por el filósofo inglés de manera explícita en su capítulo XXI del Leviatán, al tratar la temática de la libertad y expresar que los únicos que pueden preservar su libertad son los Estados.

Lo que también podemos observar es la asimetría existente en Hobbes entre el tratamiento que le da a la guerra civil y a la guerra interestatal, que es lo mismo que decir, por lo que sostuvimos anteriormente, entre la salida hobbesiana del estado de naturaleza cuando éste es una condición interindividual, y la permanencia hobbesiana en el estado de naturaleza cuando éste es una condición interestatal.

En el ámbito de las relaciones interestatales podemos apreciar que Hobbes no prescribe a los Estados la obligación de pactar como si lo hace con los individuos para salir del estado de naturaleza. Si nos preguntáramos acerca del por qué de esto podríamos llegar a la conclusión de que si Hobbes establecería la obligación de pactar a los Estados como lo hace con los individuos, su teoría carecería de sentido y el Estado dejaría de existir, al perder una de las principales condiciones que le dan existencia según su teoría, como es la libertad.

Como explica Naishtat “el estado no puede para Hobbes declinar sus derechos sin perder la condición de tal. Sería lógico que entonces los estados busquen su supervivencia a través de una lógica de la hegemonía y del poder, y no a través de la lógica del consenso contractual” (Naishtat; 2000: 10)

Anteriormente habíamos sostenido que tanto los individuos como los Estados actuaban por la necesidad de autopreservarse, pero deberíamos aclarar que en la búsqueda de ese objetivo de supervivencia hay una diferencia sustancial entre los individuos y los Estados, ya que los individuos lo consiguen a través de la racionalidad consensual del contrato y los Estados, en cambio, a través de una búsqueda de hegemonía.

En el estado de naturaleza interindividual los hombres son iguales en derechos y condiciones, por lo tanto se transforma en una situación intolerable de guerra generalizada y permanente, hasta tanto no se constituya la sociedad civil. En cambio, en el estado de naturaleza interestatal los Estados de la comunidad internacional tienen los mismos derechos pero no las mismas condiciones, ya que hay estados débiles y otros poderosos, lo que genera para Hobbes una situación de tolerancia.

Esto nos permite entender que el estado de guerra interindividual no se termina sino que se seculariza y se traspasa del plano civil, donde queda deslegitimada por el monopolio de la violencia estatal, al ámbito interestatal, donde la guerra se transforma en natural y legítima, es decir, que se tolera la guerra por la desigualdad de poder entre los Estados, lo que hace que se reconozca no solamente la conflictividad interestatal sino también el pluralismo de Estados soberanos.
ROUSSEAU Y LA GUERRA COMO ESCÁNDALO MORAL.
La ubicación de la guerra interestatal en un plano extramoral justificado a través de la razón de estado tiene su origen en el pensamiento maquiavélico y hobbesiano. Los pensadores iluministas y sobre todo, entre ellos, Juan Jacobo Rousseau e Immanuel Kant, criticaron esta concepción.

Rousseau no desarrolló una filosofía exclusiva y completa acerca de las relaciones entre los Estados, aunque en varios textos diseminados podemos encontrar su concepción acerca de la guerra y la paz, concepción que va a cobrar trascendencia a partir de su influencia en la visión kantiana del derecho de gentes.

Si bien Rousseau concibe un estado de naturaleza como presupuesto filosófico para el nacimiento del estado civil al igual que Hobbes, al contrario que éste, no ve en la condición humana un estado de guerra sino que su estado de naturaleza es un estado pacífico, ya que los hombres no tenían ningún motivo valedero para combatirse unos con otros.

Para Rousseau el estado de guerra nace con la civilización, que corrompe al hombre a partir de la instauración de la propiedad privada, es decir, a partir del paso de estado de naturaleza a la constitución de la sociedad civil. En este punto coincide Rousseau con Hobbes, aunque “no sin reprocharle haber confundido este estado civil de hecho, engendro de la degradación del estado de naturaleza, con el estado de naturaleza” (Truyol y Serra; 1995: 49).

Con el Contrato Social se crea la tercera fase de asociación entre los individuos dando origen a la sociedad civil legítima o de derecho, estableciendo también una paz civil dentro de cada Estado pero esto no puede modificar la pluralidad de Estados soberanos en guerra latente entre sí.

El Contrato Social al reemplazar la violencia privada interindividual por la violencia interestatal, en la perspectiva roussoniana se refleja que se agravó la condición humana.

Rousseau en su análisis de las relaciones internacionales considera a la guerra como perturbadora por los males que provoca y por los impactos negativos que se reflejan en la política interior de los países.

Para Rousseau el estado de guerra interestatal es un escándalo moral porque “es la prueba, y en gran medida la causa, del fracaso de los esfuerzos de los hombres para realizar su desarrollo moral en el seno de la sociedad civil” (Hoffman; 1965: 210).

Este último aspecto destacado por Hoffman va a ejercer mucha influencia en la visión moral de la problemática de la guerra y la paz en el pensamiento de Kant.

A pesar del diagnóstico de la problemática planteada por Rousseau y de su condena moral a la guerra interestatal, a diferencia de Kant, el pensador ginebrino le otorgó un papel muy irrelevante al derecho internacional como vía posible de solución a la guerra. Tampoco comparte con Kant la perspectiva de la necesidad del comercio entre los Estados como fomento de vínculos internacionales de paz.

A diferencia de Kant, Hobbes consideraba inevitable y tolerable la situación de guerra interestatal, y el propio Rousseau parecía más bien resignado a ese escenario de guerra latente entre los Estados, lo que lo llevó a descreer de cualquier especie de Estado universal y cosmopolita, pero sobre todo por su desconfianza a los monarcas europeos que dirigían a esos países.

Este pensamiento de Rousseau se ve claramente reflejado en la valoración que hace de las ideas del abate Saint Pierre, quién creía en la formación de un Estado universal como medio de alcanzar la paz entre los Estados. En este sentido Rousseau va a distinguir dos tipos de intereses en los monarcas, el interés real y el aparente. El primer interés se encontraría en la paz perpetua y el segundo en la independencia total. Sostiene Rousseau que “Los reyes, o quienes ocupan sus funciones solo se ocupan de dos objetivos: extender su dominio hacia el exterior y hacerlo más absoluto hacia el interior. Toda otra meta, se orienta a una de aquellas dos, o únicamente le sirve de pretexto” (Rousseau; 2004: 37).

Lo que quiere significar Rousseau con esto es que los objetivos no los eligen los reyes, sino que ya vienen dados, por el simple hecho de ser consustanciales a la noción de soberano. Por esta misma causa la esencia de ser soberano es lo que hace que la Paz Perpetua a través de una Confederación universal no se puede lograr, los reyes no se lo plantean nunca, salvo por conveniencia política, para conseguir alguno de esos dos objetivos ya dados. En esta visión más pesimista de las relaciones internacionales se diferencia Rousseau tanto del abate de Saint Pierre como de su sucesor Kant.

Rousseau señala que una paz perpetua no tiene viabilidad haciendo gala de su pensamiento pre romántico, al sostener que “el ser humano no se rige por la razón sino por las pasiones” (Rousseau; 2004: 43). Y precisamente esas pasiones en los hombres y Estados poderosos son las que no permiten realizar una empresa de este tipo.

El pensamiento del ginebrino coincide en este punto de cierta forma con Hobbes, al considerar que si el Estado se uniera en una Confederación pacífica perdería su esencia, se disolvería, es decir, no tendría como justificar su existencia, ya que perdería parte de su libertad y poder.

Rousseau va a personalizar el fracaso de un proyecto de paz cosmopolita y universal en los reyes y sus ministros, al sostener que para ellos la guerra es necesaria. Por eso la inviabilidad del proyecto es más culpa de que quiénes adoptan ese proyecto, de los que gobiernan que de las pasiones de todos los hombres.

Tal vez el principal error de Rousseau sea personalizar el fracaso de este tipo de proyectos en los monarcas y sus ministros, ya que al pasar la soberanía al pueblo a través de la voluntad general, tampoco se llevó a cabo un proyecto de paz universal, porque los objetivos del Estado van a seguir siendo los mismos gobierne quién lo gobierne al mismo.

KANT Y LA PAZ PERPETUA ENTRE LOS ESTADOS.


Por su parte, Kant, aunque por motivos diferentes, coincide con Hobbes en que la lucha entre los individuos se debe a su esencia natural belicosa. En el estado de naturaleza kantiano también prevalece la violencia entre los hombres, ya que la paz no es natural a ese estado. Kant va a fundamentar su rechazo a la guerra desde presupuestos normativos, ya que no concibe a la paz entre los estados como un anhelo moral sino que la piensa desde una óptica jurídica.

A pesar de esta tímida coincidencia entre el estado de naturaleza hobbesiano con el kantiano debemos marcar las importantes diferencias que existen entre uno y otro.

Para Kant el estado de naturaleza no es un estado necesariamente solitario, ya que pueden existir sociedades legales menores en ese estado de naturaleza. Además en el estado de naturaleza que concibe Kant “el derecho privado como distinción del mío y del tuyo exterior, aunque no sea efectivo en cuanto no se integra en el derecho público, tiene una presunción jurídica” (Braz; 2003: 18). Es decir, que para Kant, es posible la existencia del derecho privado previo e independiente a la constitución de la sociedad civil.

Kant establece que en el traspaso del estado de naturaleza a la creación de la sociedad civil la libertad natural de los hombres se transforma en una libertad civil garantizada por el poder coercitivo y monopólico que tiene el Estado a partir de la sanción de leyes de derecho público, otorgándole de ese modo efectividad al derecho privado.

El filósofo alemán se opone a la tesis de Hobbes, al sostener que el estado civil no va a erradicar el estado implícito de guerra en las relaciones internacionales, donde va a permanecer el estado de naturaleza de guerra interestatal y eso no es algo tolerable.

Kant sostiene que los Estados viven en un estado de naturaleza jurídico en sus relaciones con otros Estados, es decir, en un estado de guerra donde gobierna el derecho del más fuerte sobre los más débiles, aunque es necesario aclarar que para Kant ese estado de naturaleza no se trata necesariamente de un estado de guerra permanente sino de un estado contrario al derecho.

El filósofo alemán creía que el derecho a la guerra, que es inherente al estado de naturaleza en las relaciones internacionales, debía ejercitarse de una forma en la que quede abierta la posibilidad de que siempre se pueda salir de esa situación de guerra, para que de esa manera no se destruya la confianza en la futura paz (Kant; 2006: Sección 2da; segundo artículo definitivo).

Kant admite que la guerra preventiva es totalmente lícita en caso de peligro grave o de amenaza al equilibrio internacional imperante. Aunque rechaza de forma tajante que el fin de la guerra sea la dominación o el exterminio de otro Estado. Sólo sostiene que al fin de una guerra se le puede obligar al enemigo a suministrarle indemnizaciones en forma de suministros y contribuciones, pero una vez que acaban las hostilidad del conflicto y el enemigo cumplió con las indemnizaciones correspondientes no se le puede volver a exigir nada más, porque eso equivaldría a la imposición de una pena insostenible al otro Estado, lo que provocaría futuros recelos y deseos de revancha. Así podemos notar como a lo largo de las principales guerras del siglo XX no se le hizo caso a esta concepción kantiana, provocando males futuros para la civilización.

Partiendo de este diagnóstico pesimista pero real Kant comienza a buscar las posibles soluciones a la salida de ese estado de naturaleza interestatal donde prevalece la guerra entre los estados, encontrándola en una especie de estado cosmopolita, una unión legal y universal de Estados, que haga posible la efectivización de la paz como un deber, como un fin último del derecho.

La institucionalización de la paz es pensada por Kant a través de una federación internacional de Estados, donde los estados que se asociaban aceptaban voluntariamente la creación de un orden normativo universal en lo referido a la guerra y paz entre ellos. Kant sostenía que los derechos de los Estados en esta federación universal se basaban exclusivamente en relaciones de reconocimiento entre soberanos. En el esquema kantiano la legitimidad internacional de un Estado estaba ligada a que éste actuara de acuerdo al derecho internacional.

El argumento básico y principal de Kant en La Paz Perpetua era que si los Estados se sometieran voluntariamente a las reglas internacionales la sociedad internacional se volvería mucho más pacífica y todos los Estados saldrían beneficiados. Como sostiene Habermas La Paz Perpetua era “un intento de diseñar un orden legal que, como los órdenes legales domésticos, resultara en una abolición de la guerra” (Habermas; 1997: 114).

Debemos mencionar que a pesar de esta concepción kantiana de paz universal Kant se mostraba bastante escéptico con respecto a su realización efectiva, por lo menos en su época.

También tenemos que establecer el carácter pragmático de Kant más allá de su idealismo militante, sobre todo en lo referido a la legalización de las relaciones internacionales, ya que era consciente que la guerra entorpecía la libre circulación de personas y bienes, factor que para Kant constituía una de las principales causas de los déficit fiscales de varios Estados europeos. Este pragmatismo de Kant se ve reflejado también en otros pacifistas del Iluminismo, ya que se consideraba al comercio entre los Estados como un factor fundamental a la hora de mantener la paz entre ellos.

Debemos aclarar también que si bien Kant condena a las guerras colonialistas de su época llevadas a cabo por Estados europeos en su afán depredador, también las considera en cierta forma positiva ya que “esas conquistas producen efectos civilizatorios” (Bobbio; 1984: 305), sumando tierras vírgenes fértiles donde puede impregnar la cultura iluminista para la futura creación de un Estado cosmopolita y armónico.

Para explicar cómo se llega al Estado mundial Kant vuelve a utilizar como presupuesto filosófico la noción misma de la naturaleza humana, sosteniendo que gracias a ella la humanidad va a progresar en la historia hasta llegar a conseguir la paz perpetua. Es decir, que Kant brinda una solución justo donde el pensamiento de Maquiavelo, Hobbes y Rousseau se frenan, superando la cosmovisión de estos.

Y la superación kantiana tiene que ver con la noción de progreso que es propia de la época iluminista en la que el filósofo alemán vivió y escribió. Para Hobbes le es imposible en su siglo de guerras civiles inglesas y de guerras religiosas europeas poder concebir la lógica del progreso. A Hobbes, por ejemplo, sólo le es posible fundamentar y legitimar un régimen ya existente en su época, como fue la Monarquía Absoluta y no una salida a la situación de guerra interestatal.

Para justificar la afirmación de que gracias a la naturaleza humana se puede llegar a la paz perpetua, a través del progreso de la historia, Kant sostiene que los hombres tienen entre sí sentimientos de atracción y repulsa, en tensión constante, lo que hace nacer lo que va a denominar “insociable sociabilidad”, ya que el hombre es social y antisocial a la vez.

Kant nos ilustra acerca de esta noción cuando afirma en su obra “Idea de una Historia universal en sentido cosmopolita” que:

“El medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el Antagonismo de las mismas en sociedad, en la medida en que ese antagonismo se convierte a la postre en la causa de un orden legal de aquellas. Entiendo en este caso por antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres, es decir, su inclinación a formar sociedad que, sin embargo, va unida a una resistencia constante que amenaza perpetuamente con disolverla” (Kant; 2006: 33).

Así podemos ver como Kant le otorga a la naturaleza humana un rol fundamental como motor de la historia. Y la guerra tiene también, de acuerdo a esta concepción, un papel preponderante en el progreso de la humanidad y en la consecución de la paz perpetua entre los estados a través de la creación de un Estado mundial cosmopolita, ya que ante la amenaza de guerra, los hombres, en cierta forma reacios a asociarse, debieron formar la sociedad civil primero para mantener la armonía y la paz social, y luego los propios Estados se vieron obligados a aliarse entre sí para firmar una paz duradera.

Esto nos permite afirmar, de acuerdo a la concepción kantiana, que la guerra produce una situación insostenible para la vida y lo positivo de la guerra es que dada esa situación los hombres se ven obligados a buscar refugio en la ley y en la comunidad interna e internacional.

Para finalizar vamos a citar un párrafo de “Sobre la Paz Perpetua” donde Kant expresa su aporte práctico a la consecución de una paz interestatal permanente a partir del conocimiento de la naturaleza humana. Kant sostiene que:

“De esta manera garantiza la naturaleza, mediante el mecanismo de las mismas inclinaciones humanas, la paz perpetua; ciertamente con una seguridad que no es suficiente para profetizar el futuro de la misma, pero que desde el punto de vista práctico basta y convierte en deber el coadyuvar a alcanzar este fin no meramente quimérico” (Kant; 2005: Último párrafo de la adición primera).

BIBLIOGRAFÍA.
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• BRAZ, Adelino; “Hobbes y Kant”; Revista de Estudios Sociales N° 16; Madrid; 2003.

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• FERNÁNDEZ VEGA, José; “Las Guerras de la Política. Clausewitz de Maquiavelo a Perón”; Edhasa; 2005.

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• KANT, Immanuel;

- “Idea sobre la Historia Universal en clave cosmopolita”; Editorial Tecnos; 2006.

- “Sobre la Paz Perpetua”; Editorial Tecnos; 2005.

• MAQUIAVELO, Nicolás:

- “El Príncipe”; Editorial Losada S.A.; 2005

- “Del Arte de la Guerra”; Editorial Tecnos; 2008.

- “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio”; Ed. Losada S.A.;2003

• NAISHTAT, Francisco; “Es y debe en la política secularizada. Hobbes, Kant y Habermas”; Instituto de Investigaciones Gino Germani; Universidad de Buenos Aires; 2000.

• RITTER, Gehard; “El problema ético del poder”; Revista de Occidente; Madrid; 1972.

• ROUSSEAU, Juan Jacobo; “El Contrato Social”; Editorial Losada S.A. 2004.

• STRAUSS, Leo; “Historia de la Filosofía Política”; Fondo de Cultura Económica; México DF; 1993.

• TRUYOL Y SERRA, Antonio; “La Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado. Tomo 2°: Del Renacimiento a Kant”; Alianza Editorial; Madrid; 1995.


JPZ

KIRGUISTÁN 2010: UN PAÍS ATRAPADO ENTRE LA CRISIS POLÍTICA, LOS CONFLICTOS ÉTNICOS Y LOS INTERESES DE LAS PRINCIPALES POTENCIAS.

KIRGUISTÁN 2010:
UN PAÍS ATRAPADO ENTRE LA CRISIS POLÍTICA, LOS CONFLICTOS ÉTNICOS Y LOS INTERESES DE LAS PRINCIPALES POTENCIAS.


Kirguistán, el pequeño país centroasiático independizado tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, vive por estos días una de sus peores crisis como estado independiente.

En sus primeros años como estado soberano, Kirguistán siguió el mismo camino que el resto de los estados vecinos de la región, a saber: graves crisis económicas estructurales, elecciones fraudulentas, desigualdad social, aumento de la pobreza, luchas interétnicas, presidentes (ex líderes comunistas locales) que se enquistan en el poder y actúan como dictadores suprimiendo libertades y oprimiendo a las minorías, entre otros males.

En el caso de Kirguistán se nombró primer presidente al ex líder comunista Askar Akayev, quién estableció una dictadura y permaneció en el poder hasta que la llamada Revolución de los Tulipanes lo derrocó en febrero de 2005, siendo reemplazado por Kurmanbek Bakíyev en la presidencia.

Esta revolución pacífica (similar a varias que ocurrieron antes y después del 2005 en algunos países de la región) significó un cambio de rumbo con respecto a la orientación de política interna y exterior del país, o por lo menos ese era el sueño de los líderes que la comandaron.

Hasta el año 2005 el país seguía permaneciendo en líneas generales, aunque coqueteando con Estados Unidos, bajo la influencia de Rusia, pero la Revolución de los Tulipanes realizada en nombre de la “democracia” y de la “libertad”, sustituyó a dirigentes pro rusos por líderes más favorables a los intereses de la OTAN, y por lo tanto, más afines a la política norteamericana.

De más está comentar que estas “revoluciones de color” en los países de Asia Central fueron organizadas y fomentadas desde occidente para ganar terreno en el gran tablero euroasiático, oportunidad surgida y aprovechada por los Estados Unidos en ocasión de la invasión militar a Afganistán, luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001.

La primera jugada norteamericana para ganar influencia en la región fue la instalación de bases militares (como la de Manás en Kirguistán) en los países vecinos de Afganistán para la lucha contra los talibanes y Al Qaeda.

De esa forma pudieron hacer base para la consecución de futuros objetivos tales como el control de los recursos petrolíferos y gasíferos, que abundan en esta región. Aunque para cumplir con esos intereses debían promover gobiernos más afines a su política, restándole en el juego regional, algunos peones a los rusos, justamente en su espacio de influencia histórica.

Tal vez debemos considerar que el apoyo de Estados Unidos a la Revolución de los Tulipanes estuvo enmarcado en la intensificación de las tensiones entre Estados Unidos y China.

La política exterior de Pekín había fijado su atención en el norte, al interesarse en la participación de la construcción de un oleoducto conjunto con Rusia, de quién consiguió que se le conceda una ampliación de la cuota de trabajadores chinos en su territorio, a cambio de apoyar el ingreso de la Federación Rusa a la OMC.

Además China estaba intentando realizar acercamientos y guiños cómplices al desarrollo nuclear tanto de Corea del Norte como de Irán.

Ante esta política exterior china hacia esos países, Estados Unidos decidió mover el tablero en los países de Asia Central, para volcar la situación de esa región a favor de sus intereses.

De esta forma, las esperanzas provocadas en el pueblo por la Revolución de los Tulipanes comenzaron a venirse a pique, no sólo por el intento de caotización llevado adelante por las potencias occidentales, para conseguir ventajas económicas y geopolíticas, sino también porque el gobierno de Bakíyev no cumplió con los objetivos propuestos en 2005, al no combatir la corrupción, no elevar el nivel de vida de los pobres en Kirguistán (casi el 60 % de la población), ni dejar de practicar el fraude electoral ni la persecución sistemática a los líderes opositores.

Todo esto contribuyó a elevar el malestar social y provocó la inminente salida del presidente kirguís en abril de este año, luego de una violenta protesta con gran acogida popular. Luego de estos hechos, y ante el exilio del presidente Bakíyev en Bielorrusia y su negativa a la renuncia formal a su cargo, la ex Ministra de Asuntos Exteriores, Rosa Otunbáyeva, asumió la presidencia interina de Kirguistán.

En un intento por conseguir una mayor legitimidad, la presidente convocó a la población para un plebiscito para el 27 de Junio del presente año, donde se promovía una nueva constitución de corte republicana y parlamentaria, junto con la confirmación de su mandato interino hasta noviembre de 2011.

Pero antes de esa fecha, más precisamente el 10 y el 11 de Junio, surgieron acontecimientos violentos, que dejaron un saldo no oficial de más 250 muertos, y que volvieron a poner en primera plana los conflictos étnicos entre los uzbecos y los kirguises en el sur del país.

Vale la pena mencionar que esos conflictos fueron fomentados tanto desde adentro como desde fuera de Kirguistán. El gobierno de Otunbáyeva ha acusado al presidente exiliado Bakíyev y a sus seguidores de haber provocado los disturbios en las ciudades sureñas de Osh y Jalalabad, bastiones de lo que le queda de poder.

Aunque también se cree que los servicios secretos del gobierno de Kirguistán tuvieron una participación activa en los enfrentamientos al facilitarles a los ciudadanos de etnia kirguís todo tipo de armamento en detrimento de los habitantes de etnia uzbeka.

También debemos destacar las acusaciones vertidas por el gobierno de Kirguistán hacia el grupo fundamentalista del “Movimiento Islámico de Uzbekistán MIU”, uno de los principales grupos que operan en la región de Asia Central, y a quiénes muchas veces se los asoció al régimen de Bakíyev.

Esto también nos da la pauta que detrás de los conflictos étnicos existe un trasfondo político con claras intenciones desestabilizadoras para el gobierno de Otunbáyeva, la primera presidente mujer en un país de la región de Asia Central.

En situación muy complicada y vacilante está Uzbekistán. Su presidente, Islam Karímov, no ha querido dar un paso en falso, pese a las presiones de sus nacionalistas para que defienda a los uzbekos de Kirguizistán. El régimen de mano dura de Uzbekistán teme a los ciudadanos kirguises de etnia uzbeka, que están acostumbrados a un clima de libertad tanto política como religiosa, lo que probablemente le traería futuros inconvenientes políticos.

Para apreciar la magnitud del conflicto étnico debemos conocer que la comunidad uzbeka ocupa un 14% de los 5,2 millones de habitantes de Kirguistán, aunque en el sur la concentración es mucho mayor y en algunos distritos supera el 90%. La comunidad uzbeka, de tradición agraria y comercial, es percibida como más adinerada por los kirguises, de tradición nómada.

Si a esta situación le sumamos que el gobierno kirguís ha desoído las reivindicaciones de los uzbekos para que la constitución sometida a plebiscito reconozca el derecho de la minoría uzbeka a institucionalizar su propia lengua como oficial en sus zonas de residencia en el sur de Kirguistán, vemos que el panorama se complica aún más.

En este contexto, la posición de la ex metrópoli es bastante ambigua, ya que por un lado juega a dos puntas al tener correctas relaciones con la nueva presidente y, a su vez, protege al presidente derrocado Bakíyev en su exilio en Bielorrusia. Pero por otro lado, el no envío de tropas por parte de Rusia y las duras declaraciones del presidente Medvédev, sosteniendo que Kirguistán es un estado totalmente dividido étnicamente y muy difícil de gobernar, parece que Rusia está apoyando el proceso de caotización total, para que Kirguistán se vuelque definitivamente sobre su lado y se aleje de la esfera de influencia estadounidense y china.

Finalmente, y a pesar de todas las circunstancias adversas que describimos en las líneas anteriores, se llevó a cabo el plebiscito el último 27 de Junio, con resultados que llegaron al 90% de aprobación del proyecto gubernamental, y con un alto nivel de participación popular.

A pesar de este alivio momentáneo para el gobierno, cabría preguntarse si: ¿estos acontecimientos violentos son parte necesaria del proceso democrático en Kirguistán o constituyen una muestra más de la debilidad estructural de los estados centroasiáticos, con escasa experiencia en autogobierno, producto de sus tardías independencias?

Las respuestas no podemos darlas con certezas, ya que la crisis actual de Kirguistán todavía está en sus fases iniciales, pero si prometemos realizar un seguimiento de la situación, para futuras líneas de interpretación.


                                                                                                                              JPZ

jueves, 8 de julio de 2010

LOS NEOCONSERVADORES Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADOS UNIDOS (III)

Tercera corriente de neoconservadores: el neoconservadurismo de Post Guerra Fría (1992-2008).



Los neoconservadores que conforman la tercera generación les gusta hacerse denominar como neo-reaganistas, al mostrarse como partidarios de las ideas en política exterior de Reagan con su clara afrenta al comunismo.

Esta nueva generación es muy crítica con el realismo de Bush padre y sobre todo con el multilateralismo llevado a cabo por la Administración Clinton.

Luego de la Caída del Muro de Berlín y de la implosión de la Unión Soviética los neoconservadores perdieron a su principal enemigo y la amenaza más importante para los Estados Unidos, por lo tanto, tuvieron que modificar su razón de ser encontrando una nueva identidad donde poder reflejar sus ideas tradicionales a partir de la definición de nuevas amenazas.

Algunos de los neoconservadores que tenían cargos durante el gobierno de Reagan pudieron ingresar a la Administración de George H. Bush, con el claro objetivo de que “Estados Unidos no bajara la guardia y mantuviera, o incluso aumentara, su presupuesto militar” (Frachon y Vernet; 2006: 106).

En ese intento neoconservador por redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo a través de una política exterior activa y adaptada al contexto de post guerra fría, sobresale el contenido del documento Defense Planning Guidance elaborado en 1992 por el Pentágono dirigido por Dick Cheney, y en el cual intervinieron los neoconservadores Paul Wolfowitz, Lewis Libby y Zalmay Jalilzald.

La principal tesis de este documento era que los Estados Unidos debían impedir de cualquier forma el resurgimiento de un nuevo rival, tratando por todos los medios de desanimar a las naciones más avanzadas de cualquier intento de desafío al liderazgo mundial estadounidense.

Esta tesis se dejó sin efecto y se terminó moderando por la polémica que suscitó en la prensa la filtración de esos objetivos, por lo tanto el texto que se publicó sostenía que solo los Estados Unidos debían impedir que cualquier potencia que se muestre hostil domine una región crucial para los intereses estadounidenses.

Las principales ideas en política exterior de esta generación de neoconservadores fueron aportadas por los jóvenes William Kristol y Robert Kagan.

Tanto Kagan como Bill Kristol creen que la única forma de asegurar la libertad en todo el planeta es a través de las políticas de fuerza, en lo que podemos notar un claro ideal de wilsonismo, aunque un wilsonismo carente de instituciones internacionales.

El ensayo de Robert Kagan aparecido en el número 113 de Policy Review bajo el nombre de “Poder y Debilidad” (ampliado y convertido luego en libro) es un claro testimonio de la visión que tienen los neoconservadores del continente europeo y de las relaciones transatlánticas.

En ese ensayo Kagan concibe a la Unión Europea como débil desde el punto de vista militar y con poca voluntad de sacrificarse y comprometerse en los asuntos mundiales. En cambio, los Estados Unidos, según Kagan, poseen un poder militar sin igual y la voluntad de hacer sacrificios para mantener la moralidad de ese poder.

En este mismo sentido sindica a Europa como una sociedad totalmente dependiente y posthistórica, descendiente del modelo internacional propugnado por “La Paz Perpetua” kantiana, lo que configura, en palabras del autor, una sociedad con las aspiraciones racionales propias de los más débiles que rechazan la defensa de sus valores e intereses por la fuerza. (Kagan; 2003: 121).

En cambio, los Estados Unidos conciben un sistema internacional hobbesiano, y por lo tanto anárquico, donde prima la fuerza militar, siendo ésta la única capaz de transformar a todos los estados en democráticos, extendiendo la libertad a todos los sectores del globo.

Aunque la primera gran aparición para el gran público estadounidense de Kagan y William Kristol fue un artículo publicado en Foreign Affairs en el año 1996 titulado “Hacia una nueva política exterior neo-reaganista”, donde se expresa el objetivo que debería perseguir Estados Unidos que sería el de convertirse en una hegemonía benevolente mundial llevando a cabo una política exterior de gran claridad moral que pusiera presión sobre los dictadores y los regímenes autoritarios. (Kagan y Kristol; 1996: 47).

En el año 1997 los neoconservadores agrupados en el “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano” realizaron una Declaración de Principios que todavía hoy se puede apreciar en su sitio de internet donde se establece:

“Nos proponemos levantar la bandera y reunir apoyos para el liderazgo global americano (…) Necesitamos aceptar la responsabilidad por el rol único que América tiene en la preservación y extensión de un orden internacional propicio a nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestros principios”

Cuando Kagan escribió en el año 2000 “Peligros Presentes” junto con William Kristol, estaba entre los que expresaron gran certidumbre de que, con el fin de la Guerra Fría, “el mundo, en efecto, se había transformado”, haciéndolo, además, “a imagen y semejanza de Estados Unidos”.

Kagan y Kristol argumentaban que, con la desintegración del imperio soviético, Estados Unidos había alcanzado una posición de superioridad “sin paralelo desde que Roma dominó al mundo mediterráneo”.

Para mantener esta posición excepcionalmente ventajosa, los formuladores de la política exterior en Estados Unidos simplemente necesitaban deshacerse de cualquier reticencia que tuvieran para ejercer lo que en 1996 en el artículo de Foreign Affairs ambos autores llamaron “hegemonía global benevolente”.

Para utilizar ese gran poder en “Peligros Presentes”, Kagan fomentó una estrategia amplia de cambio de regímenes “en Bagdad y Belgrado, en Pyongyang y Beijing, y allí donde los gobiernos despóticos adquieran el poderío militar para amenazar a sus vecinos, a nuestros aliados y a Estados Unidos mismo”. (Kagan y Kristol; 2005: 16-17).

En este sentido, es que debemos entender las críticas formuladas tanto a Bush padre como a Clinton y a la OTAN en lo referente a no haber derrocado a Sadam Hussein y al presidente yugoslavo Milosevic, por el genocidio en Bosnia y sobre todo en Kosovo.

Otras de las críticas neoconservadoras a las dos administraciones posteriores a Reagan se ven reflejadas en los casos de Bosnia y Ruanda.

En el primer caso, por la agresión serbia al estado recientemente independizado de Bosnia, los Estados Unidos intervinieron por razones humanitarias, pero los neoconservadores exigían que se tendría que haber intervenido mucho tiempo antes y de manera más comprometida.

En el genocidio de Ruanda, los Estados Unidos no solo no intervinieron en el conflicto sino que, según la óptica neoconservadora, los realistas bloquearon todo intento de ayuda desde el Consejo de Seguridad.

El regreso de los neoconservadores: la Política Exterior de George W. Bush (2001-2008).

Cuando George W. Bush hablaba sobre política exterior en la campaña presidencial denotaba, más allá de lo poco que sabía del mundo y sus relaciones, que iba a ser, en política exterior, un realista tradicional, como lo fue su padre. Sin embargo, sabemos que sus dos mandatos, en líneas generales, fueron totalmente contrarios a esa perspectiva inicial que se tuvo de él.

En la campaña que lo llevó a la Casa Blanca una de sus principales asesoras en política exterior era Condoleezza Rice, una realista que se había formado en la escuela realista clásica y que había crecido de la mano de Bren Scowcroft.

Los objetivos de política exterior del presidente Bush antes de serlo se pueden apreciar de manera clara en un artículo escrito por Rice para Foreign Affairs a comienzos del año 2000, donde argumentaba que los Estados Unidos habían llegado a la cima del poder mundial luego de la caída de la Unión Soviética y beneficiándose de la Revolución Tecnológica, por lo cual debían llevar adelante su interés nacional de manera acertada y con responsabilidad.

En este artículo se refleja el realismo de Rice al mencionar como objetivos prioritarios de la política exterior las relaciones de Estados Unidos con dos potencias, como son China y Rusia. Lo que llama la atención, es como a pesar de que para el año 2000, varios intereses norteamericanos en el mundo habían sido víctimas de atentados terroristas, no se menciona nada acerca de este fenómeno (Rice; Promoviendo el Interés Nacional; Enero/ Febrero 2000; Foreign Affairs).

Generalmente hay muchos debates académicos sobre el verdadero papel de los diferentes grupos de la coalición que llevaron a Bush al poder, en lo referente a la política exterior.

La mayoría de los autores coinciden en que las principales decisiones de política exterior llevadas a cabo por la administración Bush son obra de los asesores neoconservadores del presidente, que ocupan a su lado cargos muy importantes del gobierno, sobre todo a partir de los atentados del 11 de Septiembre.

Sin embargo, hay autores como Daaler y Lindsay que no están de acuerdo con esas ideas y sostienen que la política exterior de Estados Unidos es más producto de las propias ideas y acciones del presidente Bush que de la ideología neoconservadora. Estos autores basan su afirmación en el hecho que la administración Bush es muy heterogénea y contiene elementos realistas moderados como el Secretario de Estado de su primer mandato, Colin Powell, como así también “nacionalistas asertivos” como el vicepresidente Cheney y el Secretario de Defensa Rumsfeld, que se mantienen a lo largo de los dos mandatos de Bush.

Aunque debemos mencionar que Daaler y Lindsay reconocen que la influencia neoconservadora va a crecer de manera considerable a partir de los atentados, cambiando el sentido de la política exterior inicial de Bush.

Otros autores, como James Mann, en cambio, consideran que el grupo conocido como “the vulcans” ya tenían preparado un plan de ataque para Irak y una política antiterrorista para moldear el mapa de Medio Oriente desde mucho antes de la asunción de Bush. Esta misma idea es compartida, aunque relativizada, entre otros, por el periodista de investigación del periódico “The Washington Post”, Bob Woodward en su trabajo sobre Irak “Plan de Ataque”.

Las principales ideas de los neoconservadores fueron recogidas en una breve declaración de propósitos elaborada en 1997 por el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano. Muchos de los signatarios de esta declaración enviaron en 1998 una carta abierta al por entonces presidente Clinton en la que argumentaban a favor de una invasión a Irak. Cinco años después, ellos mismos estaban al frente de la invasión: Dick Cheney como vicepresidente, Donald Rumsfeld como Secretario de Defensa, Paul Wolfovitz como Subsecretario de Defensa, Zalmay Khalilzad como enviado del Pentágono, Elliot Abrams como Director para Asuntos del Oriente Próximo en el Consejo de Seguridad Nacional, y muchos otros como promotores e ideólogos.

Antes de los atentados del 11 S, existían dos obstáculos principales que impedían a los ideólogos neoconservadores del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano llevar adelante su estrategia.

Por un lado, el hecho de que el presidente Bush había llegado a la Casa Blanca sin un apoyo concluyente, al carecer de legitimidad por la forma en que fue electo finalmente, por el Tribunal Supremo.

Por otro lado, Estados Unidos carecía de un enemigo claramente identificable, cuya existencia hubiera justificado un importante incremento del presupuesto de defensa. Como ya se sabe, los atentados del World Trade Center y del Pentágono les dieron a los neoconservadores la posibilidad justa de remover estos obstáculos de un solo golpe, y a partir de ahí influenciar mucho más en la política exterior de la Administración Bush y llevar adelante sus propósitos desde una posición de mayor poder.
La influencia de Leo Strauss sobre la tercera corriente de neoconservadores.
Uno de los temas que más debate académico generó en los últimos años fue la influencia que el pensamiento de Leo Strauss insufló a la tercera corriente de neoconservadores, sobre todo a partir de la trascendencia de este grupo en las decisiones de política exterior en los Estados Unidos luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001.

Cualquier autor que haya estudiado la política exterior de Bush junior, le prestó atención, aunque sea someramente, a las características políticas y a la formación filosófica e ideológica de los neoconservadores.

En este punto es donde difieren los distintos autores acerca de si fue mucha, poca o nula la influencia de la filosofía de Strauss sobre los neocons.

En lo que la mayoría de los académicos está de acuerdo es en que Strauss no dejó escritos u opiniones de política práctica más allá de su crítica filosófica y cultural al proyecto de la modernidad y sobre todo a la democracia liberal que la considera culpable de la decadencia de la civilización occidental.

A través de la enseñanza y la defensa de la filosofía clásica griega, sobre todo de sus tres grandes filósofos, Sócrates, Platón y Aristóteles, Strauss dejó bien en claro su crítica a la masificación, al nihilismo y al totalitarismo de cualquier signo. Esta influencia se ve reflejada sobre todo en las posturas neoconservadoras de política interior al rechazar las reformas civiles de Johnson, que beneficiaban a las minorías estadounidenses, y también en el elitismo cultural y racial del que hacen gala los neoconservadores.

Estas ideas de Strauss llegan hasta los neoconservadores sobre todo a través de los cursos dictados por el que se considera su principal discípulo, Alan Bloom. Un asiduo asistente a estos cursos era el primer Subsecretario de Defensa de Bush, el neoconservador Paul Wolfowitz.

Precisamente en esto se basan los que consideran que las influencias straussianas en los neoconservadores son escasas, debido a que muy pocos funcionarios de categoría fueron estudiosos y seguidores de las ideas del filósofo alemán.

Lo que en la actualidad está en debate es la influencia de Strauss en la política exterior de los neoconservadores, sobre todo a partir de la invasión a Irak. Los que sostienen que los neoconservadores son totalmente influidos por las ideas de Leo Strauss, son los más críticos de las estrategias neoconservadoras, y se basan en la noción de “Régimen Político” de Strauss.

Según Fukuyama, Strauss entendía el concepto de “Régimen Político” en el sentido en que lo definían los filósofos clásicos griegos, es decir, “como un modo de vida en el que las instituciones políticas formales y hábitos informales se interrelacionan e influyen mutuamente y en todo momento” (Fukuyama; 2007: 39).

El autor de la tesis del fin de la historia, si bien reconoce en el movimiento neoconservador a una de las vertientes del straussismo, considera que los neoconservadores de la administración Bush, se equivocan al intentar exportar la experiencia americana a otros países, ya que lo que debería hacer es proyectar las instituciones a partir de los hábitos y tradiciones de los pueblos locales.

La crítica de Fukuyama a los neoconservadores se argumenta cuando éste sostiene que “el straussismo no cree en la universalidad de la experiencia estadounidense; y ni Strauss ni ningún filósofo político antiguo creía que la democracia fuese el régimen natural al que reverterían automáticamente las sociedades una vez eliminada la dictadura” (Fukuyama; 2007: 43).

Coincidimos con esta postura crítica de Fukuyama de la interpretación que hacen los neoconservadores sobre la noción de cambio de régimen de Strauss, aunque debemos reconocer que probablemente esa mala interpretación está realizada adrede por los neocons al querer utilizarla como justificación filosófica de las invasiones a Afganistán e Irak.
La indiferencia neoconservadora con el multilateralismo y los organismos internacionales.
En cuanto a las continuidades y rupturas de la política exterior dentro de la administración Bush antes y después del 11 S, debemos remarcar que si bien luego de los atentados se intensificó el unilateralismo y la indiferencia hacia las instituciones internacionales y el multilateralismo, antes del 11 S la Administración Bush junior había denunciado ya más tratados internacionales que ninguna previa. Esta tendencia en los primeros meses del año 2001 se ve reflejada en lo referente a los tratados de armas químicas y biológicas, control de armamentos, minas terrestres y la negativa ante el Tribunal Penal Internacional, entre otros.

Esto último confirma en cierta forma que existe una clara continuidad desde el inicio de la presidencia de Bush con la denuncia y la indiferencia hacia el multilateralismo, aunque también es cierto que luego del 11 S y a partir de una mayor influencia de los neoconservadores en el gobierno, esta tendencia se intensificó.

Esto se ve claramente identificado al rastrear las opiniones de John Bolton, el embajador de Bush ante la ONU en su segundo mandato, un confeso neoconservador, antes de ocupar ese cargo. En 1997, Bolton escribió que la ONU “puede ser un instrumento útil en la caja de herramientas de la política exterior norteamericana. La ONU debería utilizarse cuándo y dónde decidamos a favor de los intereses nacionales de Estados Unidos. No para justificar teorías académicas o modelos abstractos”.

Luego de los atentados del 11 S en todos los ámbitos políticos y académicos dentro de los Estados Unidos surgió la misma pregunta: ¿Cómo hacer para mantener el dominio mundial sin poner en peligro la seguridad nacional?

Para responder a esta pregunta en seguida se pusieron de manifiesto dos grandes líneas de acción en política exterior como alternativas. Por un lado, dado el carácter excepcional de los atentados y las nuevas amenazas se pensó necesario tomar medidas unilaterales para llevar adelante la estrategia de dominación mundial estadounidense.

Por otro lado, se creía necesario seguir apostando a las alianzas a través de las Naciones Unidas, como instancia valida de legitimación de las acciones exteriores de los Estados Unidos.

La primera alternativa era la elegida claramente por los neoconservadores y sus aliados ideológicos, en cambio la segunda opción es la que siguen en su mayoría los partidarios del realismo clásico.

Dentro de la segunda alternativa, importantes académicos como Joseph Nye, de anterior participación en el gobierno de Clinton, critican la estrategia neoconservadora que terminó adoptando el presidente Bush, sobre todo en lo relativo al abuso de elementos de poder duro en detrimento del más conveniente soft power para los intereses nacionales de Estados Unidos.

Nye, en un ensayo publicado por Foreign Affaires en el año 2004, titulado “La decadencia del poder blando en Estados Unidos”, sostiene que “la democracia no se puede imponer por la fuerza. El resultado en Irak será de importancia crucial, pero el éxito dependerá de políticas que abran las economías regionales, reduzcan los controles burocráticos, agilicen el crecimiento económico, mejoren los sistemas educativos y estimulen los cambios políticos”, y seguidamente menciona que “este efecto de demostración llevará tiempo, y requerirá el hábil despliegue de recursos de poder blando por parte de Estados Unidos en concierto con otras democracias, organismos no gubernamentales y la Organización de las Naciones Unidas” (Nye; 2004: 5/7).

Los neoconservadores, nativos o convertidos, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y Richard Cheney, entre otros, consideran que el multilateralismo es contrario al orden natural y a la realidad del poder en las relaciones internacionales, yendo en contra del poder norteamericano y dándole alguna esperanza ilusoria y artificial a los estados más pequeños.

Con estas argumentaciones surge de manera precisa que uno de los objetivos de los neoconservadores es la destrucción de las soberanías nacionales a través del boicot que le propinan a las Naciones Unidas.

En la búsqueda de su seguridad absoluta los Estados Unidos terminan limitando o pasando por alto las soberanías nacionales de otros países, sobre todo a la hora de sacar el freno de mano que éstas muchas veces representan para la economía de las grandes empresas transnacionales de capitales estadounidenses.

Una muestra más de la indiferencia absoluta hacia el multilateralismo y los organismos internacionales manifestada por los neoconservadores fue la postura de varios de ellos ante la participación de los Estados Unidos en el Tribunal Penal Internacional. Así podemos ver como el vicepresidente de Bush, Dick Cheney, sostuvo: “No podemos dejar nuestros intereses únicamente en manos de mecanismos internacionales que puedan ser bloqueados por Estados cuyos intereses pueden ser diferentes de los nuestros, por tanto hay veces que no tenemos necesidad de recurrir ni al Tribunal Penal Internacional o al Consejo de Seguridad para proteger nuestros intereses internacionales" (Soeren; 2003).

Caracterización de la política exterior neoconservadora.

Luego del 11 de Septiembre los neoconservadores siguieron de manera clara dos líneas de acción exterior. Por un lado, una línea dura que comprendía sendos cambios de regímenes donde haya gobiernos contrarios a los intereses estadounidenses, que se ve reflejado en la declaración de Bush sobre “el Eje del Mal”.

Por otro lado, creemos que se puede evidenciar una política más blanda, donde lo que prevalece es la diplomacia pública y el mantenimiento de relaciones amistosas, con los estados autoritarios de Medio Oriente y Asia Central, cumpliendo los Estados Unidos el rol de facilitador para una transición gradual hacia la democracia, a través de la combinación de ayuda y presión diplomática.

Esto se puede apreciar en las relaciones que los Estados Unidos mantiene con los países árabes, con el régimen militar de Pakistán y con las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, donde pudo instalar nuevas bases militares a cambio de beneficios económicos en forma de préstamos.

Esta diferenciación de los neoconservadores entre estados terroristas y estados autoritarios nos evoca inmediatamente la diferenciación que otrora realizaba la embajadora de Reagan ante la ONU, Jane Kirckpatrik, al hablar de estados totalitarios, comunistas que había que derrocar, y estados autoritarios, con los cuales Estados Unidos colaboraba en su lucha mundial anticomunista.

Esta visión maniquea, propia de los neoconservadores, se mantuvo en el tiempo, sólo sufriendo una variación en los nombres. Hoy la justificación para tales acciones y denominaciones se argumentan en la cruzada ideológica y mesiánica de los neoconservadores contra el nuevo enemigo, el terrorismo internacional.

Si bien es verdad que varios de los denominados Estados Fallidos son o pueden llegar a ser refugio para terroristas como plantean los neoconservadores, creemos que en ningún caso puede realizarse un cambio de régimen por la fuerza y la invasión de esos estados.

En este sentido podemos notar cómo fue mucho más fructífero la estrategia neoconservadora de “liberación” y derrocamiento del comunismo a través de métodos indirectos como la propaganda y el apoyo a la oposición en los regímenes del este en tiempos de Reagan, que esta estrategia más imperialista de los neoconservadores donde los Estados Unidos no son vistos en ningún lado como los liberadores de regímenes dictatoriales sino como un cambio de dictadura.

Esto se ve claramente reflejado cuando los Talibanes son derrocados y Estados Unidos apoya a los antiguos Señores de la Guerra, donde lo que surge es un estado también autoritario (encabezado por su nuevo presidente Karzai) y muy alejado de una democracia de tipo occidental.

Los neoconservadores cumplieron con su primer objetivo, que es el derrocamiento de regímenes dictatoriales como el de los Talibanes o el de Sadam Hussein, pero dejan tras el derrocamiento un estado en ruinas y donde reina la anarquía, ya que dejan de lado la importancia de la reconstrucción de estados, una máxima, el rechazo de la ingeniería social, que como reconoce Fukuyama, es uno de los principios que más perduran en la trayectoria neoconservadora, a lo largo de las generaciones (Fukuyama; 2007).

Los neoconservadores durante el gobierno de Bush van a buscar aprovechar lo que tiempo atrás Charles Krauthammer definió como “el momento unipolar”, donde los Estados Unidos van a intentar usar todo su poder para conseguir sus objetivos más allá de cualquier tipo de objeción interna o externa (Krauthammer; 1991).

Haciendo un balance de las características de la política exterior de Bush, Busso sostiene que “la política exterior de Estados Unidos involucra una serie de componentes que conjugados pueden ser muy peligrosos: una creencia religiosa irracional, un poder militar sin igual y controles legislativos flexibles que le brindan a Bush la posibilidad de generar un orden internacional basado en el uso de los recursos de poder duro” (Busso; 2003: 11).

Generalmente se suele identificar a la política exterior de Bush luego del 11 de Septiembre de 2001 como de tipo wilsoniana, si bien esto puede ser correcto, habría que aclarar las diferencias entre la visión neoconservadora del mundo y de la wilsoniana.

La principal diferencia radica en que el wilsonismo tradicional cree y confía en las instituciones internacionales, las cuales contribuyó a crear para el fomento de gobiernos más libres y respetando el principio de autodeterminación de los pueblos.

En cambio, muy diferente es el wilsonismo de los neoconservadores, ya que no solo es mucho más duro y agresivo sino que directamente habla del cambio de régimen y descree en manera absoluta de las instituciones internacionales, siendo totalmente unilateralista en su forma de actuar.

Otra de las diferencias importantes es la retórica mesiánica y religiosa que Bush le imprimió a su política exterior, compartida por los neoconservadores como una cruzada contra el mal y a favor de la democracia y la libertad.

En este sentido, podemos notar que ya el 14 de Septiembre de 2001, tres días después de los atentados, Bush habló en la Catedral Nacional de Washington acerca de "una lucha colosal entre el bien y el mal", en la cual –dijo– "nuestra responsabilidad ante la historia es clara: responder a estos ataques y quitar el mal del mundo".

Con el propósito de lograrlo, anunció una cruzada contra el terrorismo. Además de lo pretencioso de tal proyecto y de la clara retórica de "destino manifiesto" y “excepcionalismo americano”, a Bush no se le ocurrió que había “mal” en su propio país, y que la cruzada para liberar al mundo del mal debía comenzar probablemente por casa.

Criticando el sentido mesiánico y religioso que Bush intentó imprimirle a su política exterior, el ex candidato demócrata a la presidencia y enemigo declarado del neoconservadurismo, George McGovern sostuvo “El presidente afirma con frecuencia que lo está guiando la mano de Dios. Pero si Dios lo guió a invadir a Irak, Dios envió otro mensaje al Papa, a las Conferencias Episcopales católicas, al Consejo Nacional de Iglesias y a muchos rabinos muy distinguidos, que creen todos que la invasión y bombardeo de Irak iba contra la voluntad de Dios. Con todo respeto, sospecho que Karl Rove, Richard Perle, Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld y Condoleezza Rice... son los dioses (o diosas) a quienes escuchaba el presidente” (Stam; 2003).

La nueva estrategia imperial de los neoconservadores: la Guerra Preventiva.


La primera manifestación oficial luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 se produjo el 20 de Septiembre en un discurso del presidente Bush al Congreso, donde expresaba:

“Cada nación, en cada región, ahora tiene que tomar una decisión. O ustedes están con nosotros o están con los terroristas. De hoy en adelante, cualquier nación que dé refugio o apoyo al terrorismo será mirada por Estados Unidos como un régimen hostil”.

El 30 de Septiembre fue la primera vez que Bush dejó deslizar la noción primaria de un posible ataque preventivo en la “Quadrennial Defense Review”, donde se incluía entre los objetivos de Estados Unidos el “cambio de régimen de un Estado adversario”, así como la ocupación de “territorio extranjero hasta que los objetivos estratégicos de los Estados Unidos hayan sido cumplidos”.

En el mes de abril del año 2002 por primera vez el presidente se refirió a un “cambio de régimen” en Irak como un objetivo militar a conseguir.

Luego, en Junio del mismo año, en su discurso en West Point, el presidente Bush va a declarar de manera explícita que las anteriores doctrinas de disuasión, contención y equilibrio de poder ya no eran adecuadas. En lugar de ellas puso el énfasis en la prevención y la intervención. Esta anticipación de la “Doctrina de Guerra Preventiva” de claros perfiles neoconservadores, que finalmente fue anunciada en septiembre de 2002, se corrobora en las palabras de este discurso, donde se asevera que: “de ahora en adelante, debemos llevar la batalla al campo enemigo, desarticular sus planes y confrontar las peores amenazas antes de que ellas emerjan”.

La Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América presentada por el presidente Bush el 20 de Septiembre de 2002 da un giro impresionante en la historia de los conceptos y doctrinas estratégicas.

El Documento habla acerca del uso de la fuerza militar contra las organizaciones terroristas o contra los estados que las patrocinan y ayudan, con la intención de conseguir armas de destrucción masiva para su utilización. Ésta es la nueva definición de amenazas que plantea el documento, aunque lo verdaderamente novedoso es el uso preventivo de la fuerza militar ante ataques inminentes antes que se puedan llegar a concretar. Este aspecto de la llamada Doctrina Bush es bastante controvertido, ya que la categoría de prevención no tiene ningún basamento legal ni siquiera en la tradición medieval y moderna de guerra justa, como muchos neoconservadores se encargaron de publicitar.

Creemos que no está de más mencionar que la Carta de las Naciones Unidas prohíbe de manera explícita la “amenaza o uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier estado”, principio que la Casa de Blanca de Bush desestimó totalmente a la hora de invadir Irak.

El mayor fracaso neoconservador: la invasión a Irak.

La Guerra de Irak, como cualquier otra guerra, no tiene un único factor por la cual puede explicarse, ya que creer en eso sería caer en un reduccionismo o en un exceso de anteojeras ideológicas que ningún trabajo académico medianamente serio debería realizar.

Y esto vale tanto para los que sostienen que la invasión a Irak se produjo solamente para satisfacer los intereses económicos de empresas petroleras de capitales estadounidenses o para los que acusan a los neoconservadores de llevar adelante la invasión para estabilizar y democratizar el Medio Oriente para brindarle a Israel vecinos más amistosos y previsibles, dado el origen judío de la mayoría de los seguidores de esta corriente.

Si bien estos factores pueden haber tenido su incidencia a la hora de tomar la decisión de invadir Irak, ninguno tiene el peso suficiente para ser la explicación unicausal de la guerra. Estos elementos deben combinarse con otros para dar un panorama más completo de esta guerra, como por ejemplo, con una estrategia digna de la escuela realista, aunque tal vez, sin la utilización de los medios elegidos para llevarla a cabo.

En este sentido, podemos notar como la guerra tanto de Afganistán como la de Irak pudo haber sido diseñada para cercar a Irán y también para acorralar a otro régimen hostil como el de Siria, entre Israel, Turquía e Irak, instalando en este último país un gobierno títere de los Estados Unidos.

Aunque convengamos que más iluso sería reconocer como única y verdadera causa de la invasión, la sostenida por Bush, sus asesores neoconservadores y los países aliados, cuando se hablaba de salvar al mundo de un dictador sanguinario (aunque de hecho lo haya sido), porque poseía armas de destrucción masiva o porque apoyaba a la red terrorista de Osama Bin Laden, hechos que nunca se pudieron comprobar, ya que fueron alterados, inventados o exagerados como argumentación propagandística para legitimar la invasión ilegal a Irak, ocultando de esa forma las verdaderas causas de la guerra.

Ya desde el día posterior a los atentados, dentro del gabinete de Secretarios y Adjuntos del gobierno de Bush, se discutía la posibilidad de invadir a Irak.

En este sentido, el proceso decisorio para la invasión a Irak provocó una gran división entre dos grupos bien diferenciables dentro del gabinete, produciéndose una puja burocrática entre las diferentes secretarías sobre la forma de proceder con el tema de Irak.

Un primer grupo lo componían los partidarios de recurrir a las Naciones Unidas para intentar lograr una nueva Resolución en el Consejo de Seguridad para la vuelta de los inspectores de la ONU, agotando todas las instancias diplomáticas antes de atacar a Irak, ya que consideraban que no había ningún tipo de vinculación entre los atentados del 11 S y el régimen baasista de Saddam Hussein. Dentro de este grupo encontramos originariamente a los partidarios del realismo clásico en política exterior encabezados por el Secretario de Estado, Colin Powell, y secundado por su Secretario Adjunto y amigo personal, Richard Armitage.

El segundo grupo era partidario de aprovechar las circunstancias de los atentados del 11 S para intentar vincularlos con Saddam Hussein, y así realizar una invasión a Irak, derrocar al dictador y cambiar el régimen político vigente. Dentro de esta postura encontramos a quién fue el primero en fijar esta alternativa, el neoconservador y Secretario Adjunto de Defensa, Paul Wolfovitz, seguido por su inmediato superior Donald Rumsfeld, por el vicepresidente Dick Cheney y por “Scooter” Libby, quien fuera el encargado por Bush de presentar las pruebas del supuesto arsenal de armas de destrucción masiva que tenía Irak, además de los otros neoconservadores dentro y fuera del gobierno.

A este último grupo se terminó agregando Condoleeza Rice y su Adjunto Stephen Hadley.

El proceso que va de Septiembre de 2001 a Marzo de 2003, cuando se le declara la Guerra a Irak, fue un proceso de marchas y contramarchas, entre los elementos más duros del gobierno como eran los neoconservadores (los halcones) y los más moderados, las “palomas” encabezados por Powell. En este proceso hubo victorias y derrotas de ambos grupos en la puja burocrática sobre el proceso de decisiones.

Este período está contado con mucho detalle por el periodista Bob Woodward en su libro “Plan de Ataque”, donde demuestra su conocimiento de los secretos y conversaciones extraoficiales de los principales personajes del poder estadounidense.

En este sentido, su obra es muy clarificadora con respecto al proceso de toma de decisiones, donde a nuestro entender sobresale la forma en que se construyeron los grandes discursos de la administración referidos a la política exterior en general y a la invasión de Irak en particular.

Según Woodward, el encargado del discurso de Bush donde se planteó la relación entre el terrorismo y los estados que lo apañan fue David Frum, quién propuso inicialmente el término “Eje del Odio”, con claras connotaciones con las potencias del Eje de la Segunda Guerra Mundial.

A iniciativa del Vicepresidente Dick Cheney se cambió la frase por “Eje del Mal”, para que tenga una connotación más religiosa y más fuerte a oídos del pueblo norteamericano y del mundo entero. Esta nueva frase hace recordar a la acuñada en su momento por Reagan cuando nombró a la Unión Soviética como “Imperio del Mal”.

Al parecer en un primer momento se incluía solo a Irak, aunque Rice y Hadley consideraban que personificar solo a Irak como malvado demostraba la carta de Estados Unidos de una invasión inminente a ese país. De ahí que ambos propusieran ampliar la personificación del Eje del Mal a Irán y Corea del Norte (Woodward; 2004: 107).

De acuerdo a las argumentaciones utilizadas por la administración Bush junior y sus asesores neoconservadores para invadir Irak y los resultados que la misma invasión arrojó, demuestran un balance totalmente negativo para los Estados Unidos, no solamente por no cumplir con varios de los objetivos publicitados sino también por el empeoramiento de las relaciones generales de los Estados Unidos con el mundo:

• El ejército terminó teniendo cada vez más características de mercenario que de un ejército nacional clásico.

• La guerra terminó sobrepasando las obligaciones militares fijadas antes de la invasión por los estrategas del Pentágono.

• Por prestarle máxima prioridad a esta guerra la política exterior de los Estados Unidos desestimó otras iniciativas importantes de política exterior.

• La guerra contra Irak generó para el país invasor un importante déficit económico al ser financiada casi exclusivamente por los Estados Unidos.

• Se dio por tierra con el supuesto neoconservador que con la “Guerra Preventiva” se ponía a salvo la seguridad estadounidense, disminuyendo los atentados terroristas, ya que por el contrario, los mismos se intensificaron en varios países aliados en esta guerra, como en España e Inglaterra.

• Se ampliaron los desacuerdos con los aliados tradicionales europeos, como Francia y Alemania, sobre los modos de enfrentar al terrorismo.

• La inexistencia de armas de destrucción masiva en suelo iraquí, que fueron uno de los leit motiv de la invasión, algo que se tradujo en una gran crítica y desconfianza mundial hacia Estados Unidos y sus aliados.

• La creciente limitación de las libertades individuales sobre todo para los ciudadanos de origen árabe, cuya defensa siempre fue un baluarte del estilo de vida americano ensalzado por los neoconservadores.

Críticas a los neoconservadores.

Un autor crítico con el intento neoconservador de moldear el mundo a imagen y semejanza de los valores estadounidenses es Mandelbaum, quién cree que la política exterior de un país extranjero no es válida para imponer valores culturales y exportar la democracia y la libertad, sino que los cambios culturales deben llevarse a cabo de manera progresiva dentro de cada estado (Mandelbaum; 2003).

Otro autor, que piensa en este sentido es Mallaby, quien sostiene que los Estados Unidos no pueden llevar a cabo construcciones de naciones, ya que para ello es necesario apelar al multilateralismo y a las instituciones internacionales, y sobre todo a la ONU, como se realizó en el proceso de descolonización, ya que el actuar unilateral de los Estados Unidos es una política claramente imperialista (Mallaby; 2002).

Por su parte, William Pfaff sostiene que los neoconservadores están equivocados al creer que el mundo no tiene miedo a la política exterior de los Estados Unidos, al estar ésta basada en criterios morales. Según este autor, muy por el contrario, los Estados Unidos son temidos en todo el mundo porque su política es desestabilizadora y de ahí se entiende la resistencia que generan en los pueblos afectados por su política (Pfaff; 2001).

Al respecto, creemos necesario recordar que la idea liberal está vinculada a la aceptación de la diversidad, a la tolerancia con las diferentes formas de vida y comportamientos de los demás. Si partimos de esta caracterización del liberalismo podemos ver claramente como Estados Unidos al justificar la defensa de su seguridad invadiendo territorios ajenos e imponiendo regímenes políticos, se pasa de la óptica liberal a la óptica imperial.

En este sentido podemos mencionar la crítica que realiza Todorov al respecto cuando afirma que “el imperialismo liberal del que habla Kagan es una contradicción de términos” (Todorov; 2003: 31).

Según Francis Fukuyama “los neoconservadores no pretenden defender el orden de cosas vigente, fundado en la jerarquía y la tradición y en una visión pesimista de la naturaleza humana” (Fukuyama; 2007).

Si nos atenemos a esta definición de Fukuyama y a varias de las ideas expresadas por los neoconservadores vemos que éstos no tienen mucho de conservadores, ya que creen en el progreso radical tanto de los hombres como de las sociedades, y eso se lleva a la práctica en su proyecto. Por eso tal vez sea inadecuado utilizar el término neo o paleo conservadores para referirse a los ideólogos de la política exterior de Bush.

Con esta argumentación, podemos sostener con Todorov que, “sería más adecuado designarlos con el término de neo-fundamentalistas: son fundamentalistas porque reivindican un bien absoluto que quieren imponernos a todos, y son neo porque este bien ya no se define en relación con Dios, sino con los valores de la democracia liberal” (Todorov; 2003: 37).

Como ya vimos, la forma en que quieren imponer sus ideales es a través de la fuerza, algo que también los diferenciaría de los conservadores y que los acercaría más a sus orígenes ideológicos de la “revolución permanente trotskista”; y de hecho con sus deseos de cambiar y moldear el mundo a su semejanza, están demostrando que aún girando a la derecha se siguen comportando como activistas jóvenes de izquierda tanto en sus propósitos como en su forma de actuar.

Creemos también que de esos mismos orígenes ideológicos se desprende el afán intervencionista para reformar todo lo que sea diferente a sus ideas, y también la atracción por la violencia sin dudar en usar la fuerza a la hora de conseguir sus objetivos.

El académico realista Stephen Walt, uno de los críticos más acérrimos de los neoconservadores actuales, haciendo un repaso por las equivocaciones de los neocons en la invasión a Irak sostiene que “Los neoconservadores dijeron en voz alta, de manera ingenua y equivocada, que el derocamiento de Saddam aportaría beneficios de largo alcance en la región. Fouad Ajami dice que, el vicepresidente Cheney le contó que las calles de Baghdad y Basora podrían "estallar de júbilo de la misma manera que la multitud saludó a los americanos en Kabul", y Kristol previó una reacción en el mundo árabe que sería muy saludable". Joshua Murachik predijo que la invasión "será un seismo que podría hacer temblar otras tiranías, incluyendo los mulás de Irán o la Venezuela de Hugo Chávez", Richad Perle pensó que Siria e Irán podrían "salirse del negocio del terrorismo", y Michael Ledeen reclamó "es imposible imaginar que el pueblo de Irán pudiera tolerar la tiranía en su propio país una vez que la libertad hubiese llegado a Iraq". Ninguno de estos escenarios de color de rosa llegaron a pasar” (The National Interest; 2008).

Por otro lado, Fukuyama, a pesar de seguir siendo un neoconservador de la primera hora, va a romper en cierta forma con los neoconservadores que manejaron la política exterior de Bush, sobre todo por la invasión de Estados Unidos a Irak.

La crítica de Fukuyama a esta guerra se centra en tres puntos principalmente: primero porque los neoconservadores se equivocaron de amenaza, después porque no previeron la gran oposición en el mundo al ejercicio de la hegemonía global benevolente por parte de Estados Unidos y por último porque evaluaron mal las dificultades de la pacificación y estabilización del país y su posterior reconstrucción (Fukuyama; 2007).

Creemos necesario hacer notar que la llamada de los neconservadores a extender la democracia y la libertad por todo el mundo tienen ciertos paralelismos y similitudes con ciertas partes de la historia estadounidense. Por ejemplo la definición que Thomas Jefferson hacía de los Estados Unidos como un “imperio de la libertad”.

También podemos mencionar cómo la práctica de cambios de regímenes en otros estados no es algo nuevo en la historia norteamericana, y de eso pueden dar fe varios de los estados del “patio trasero” de Washington durante gran parte del siglo XIX y XX.

En cuanto al unilateralismo propio de la guerra preventiva podemos poner como ejemplo la invasión de los Estados Unidos a La Florida que era española hasta 1818, con el pretexto de que existía para Washington un peligro inminente por la supuesta formación de una alianza entre indios, esclavos y soldados británicos, que no podía controlar ya por su debilidad extrema “el moribundo imperio español en América”.

En este caso el Imperio Español podría hacer las veces de los actuales estados fallidos, los terroristas serían la supuesta coalición opuesta a Washington y el objetivo buscado por Estados Unidos sería el de defender su seguridad nacional y hacer más segura la región y “no la expansión de sus fronteras en búsqueda de beneficios económicos y territoriales”. Con diferentes matices, actores, argumentos/excusas y tecnología, las historias de invasiones imperialistas en cualquier fase de formación siempre se repiten.
Epílogo: entre la (re)conversión de los neoconservadores al realismo y la falta de autocrítica.

Alguna vez el padrino del movimiento neoconservador, Irving Kristol, definió a un neoconservador como “un liberal atracado por la realidad”. Si nos ponemos a pensar en el fracaso de la tercera corriente de neoconservadores, y vemos que la realidad los atracó una vez más, siendo, esta vez, protagonistas excluyentes de ella, podemos definir a un neoconservador actual como un realista.

Y esto puede ser valedero para uno de los máximos teóricos de la política exterior neoconservadora del gobierno de Bush como fue Robert Kagan, quien en su último libro “El Retorno de la Historia y el Fin de los Sueños” publicado en el último año de la Administración republicana, sostiene que “la competencia entre las grandes potencias definirá al siglo XXI”, es decir, como sostiene Bacevich “la geopolítica está de regreso” (Bacevich; 2008).

Pareciera, en palabras de Kagan, que el terrorismo islámico ya no representa para el mundo una gran amenaza, pareciera como si el choque de civilizaciones profetizado por Huntington y seguido por varios neoconservadores, ya no se va a dar, al no poder hacerle frente a las democracias liberales del mundo, cuya causa encierra mayores valores morales que la de sociedades autocráticas y tradicionalistas.

Obviamente como era de esperar, esta conversión de Kagan en realista, no se hace sobre la base de la autocrítica sino de la conveniencia de readaptación, ya que no se hace siquiera mención alguna al fracaso neoconservador en Irak, por citar el fracaso más paradigmático (Kagan; 2008).

Por su parte, en un artículo en Foreign Affairs Latinoamérica del año 2009, al concluir el gobierno de Bush, su última Secretaria de Estado Condolezza Rice, una realista devenida en neoconservadora defiende la política exterior de los Estados Unidos en Medio Oriente sosteniendo que el “interés en la promoción del desarrollo democrático y en la lucha contra el terrorismo y el extremismo nos ha obligado a tomar decisiones difíciles, porque en este momento necesitamos amigos capaces, que puedan desarraigar a los terroristas del Medio Oriente más amplio. Estos Estados con frecuencia no son democráticos, así que debemos equilibrar las tensiones entre nuestras metas de corto y de largo plazo. No podemos negarles a estos Estados no democráticos la asistencia en materia de seguridad para luchar contra el terrorismo o para defenderse” (Condoleezza Rice; 2009).

En esta justificaciones de Rice, no podemos ver más que un intento poco fructífero por hacer ver que la guerra preventiva (o “decisiones difíciles” en el lenguaje de Rice) era la única opción que le quedaba a los Estados Unidos luego del 11 S.



Para concluir, nos parece atinado tomar las palabras con las que Anabella Busso resume la búsqueda del rol imperial para Estados Unidos por parte de los neoconservadores durante el gobierno de George W. Bush:

“El gobierno conjugó una serie de tradiciones socio – políticas y las condujo a su máxima expresión neoconservadora articulándolas con limitaciones invocadas en nombre de la emergencia de seguridad nacional. Llamó al fortalecimiento del nacionalismo basado en los supuestos de excepcionalismo e incrementó los componentes religiosos en el discurso y la gestión administrativa y, en nombre de las urgencias de la guerra contra el terrorismo, centralizó el proceso de decisión sobre política exterior, otorgó nuevas prerrogativas a los organismos de inteligencia, deterioró las libertades individuales, reclamó la recuperación del consenso bipartidista sobre política exterior; elaboró una nueva estrategia de seguridad nacional basada en la acción preventiva considerada por los opositores como la nueva estrategia imperial y, a nivel internacional, le declaró la guerra a Afganistán, forzó la inclusión de la guerra contra Irak como un paso de la lucha contra el terrorismo, rompió las reglas vigentes en el derecho internacional, desconoció a los organismos internacionales, se alejó de los aliados tradicionales y formó coaliciones ad hoc” (Busso; 2008).

                                                                                                                        JPZ