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JUAN PABLO ZABALA (JPZ)

LA HUELLA DEL MUNDO

LA HUELLA DEL MUNDO
JPZ

viernes, 11 de febrero de 2011

REVUELTAS EN EL MUNDO ÁRABE

TÚNEZ: EL DETONANTE; EGIPTO: ¿LA EXPLOSIÓN O EL ESTANCAMIENTO?

 
Desde que el 17 de diciembre último un joven tunecino desempleado se prendiera fuego a lo bonzo en señal de protesta por haberle sido arrebatado por parte del gobierno su puesto ambulante de venta de verduras, una ola de revueltas está sacudiendo el mundo árabe.

La ola generalizada de protestas callejeras iniciada en Túnez a principios de enero provocó un efecto contagio en las poblaciones del resto de los países árabes.

Las protestas en Túnez fueron encabezadas mayormente por jóvenes desocupados y desesperanzados, muchos de los cuales poseen títulos universitarios. También las protestas estaban motivadas por la corrupción, la represión policial y el clientelismo del régimen de Ben Ali, quién gobernaba el país desde el año 1987.

Como ha escrito Anthony Sadid en The New York Times, "por primera vez en una generación, no es la religión, ni la aventura de un líder único, ni las guerras contra Israel, lo que ha puesto las pilas a una región, sino el deseo visceral de una vida decente".

La rebelión de Túnez tomó por sorpresa tanto a los países árabes de la región como a las potencias occidentales, que salvo Francia, simpatizaron con el pedido de democracia y elecciones libres de los manifestantes.

Túnez es uno de los países más alfabetizados de la región y desde el año 2000 venía creciendo económicamente a un promedio del 5 % anual, pero con un desempleo de más del 30 % entre las personas jóvenes entre los 16 y los 29 años.

Si bien estos jóvenes encabezaron la revuelta, convocándose a través de las redes sociales, el movimiento carecía de una estructura visible, carecía de líderes, lo que hizo imposible al gobierno tunecino identificar un enemigo común y respondió torpemente con una represión indiscriminada a través de la policía, que no hizo más que acelerar la caída del régimen, provocando finalmente la huída del presidente Ben Alí el 14 de enero.

En Egipto las protestas comenzaron a intensificarse hacia fines de enero, pero Egipto no es Túnez, ya que su importancia estratégica como aliado de Occidente en las cuestiones relativas a Medio Oriente es fundamental.

El régimen militar del presidente Mubarak se instaló en el poder hace 30 años y durante ese tiempo fue el garante de la paz entre Israel y el resto de los países árabes. Además Egipto en la Post Guerra Fría fue un aliado incondicional de Estados Unidos, protegiendo sus intereses, cuidando a Israel y bloqueando al islamismo radicalizado.

Ante la crisis de Egipto la administración de Obama se ve enfrentada al dilema que le presenta el posible desmoronamiento del gobierno de Mubarak y la consiguiente desarticulación del orden y los intereses norteamericanos en la región de Medio Oriente.



Por un lado, los Estados Unidos hacen gala de sus principios democráticos y de la necesidad de exportar la democracia a todos los puntos del planeta, por lo cual desde lo discursivo apoyan los pedidos de mayores libertades para los ciudadanos egipcios.

Pero por otro lado, teme que se cambie una dictadura militar por una dictadura islámica, tal como ocurrió con la caída del Sha en Irán en 1979.

En Egipto el único grupo islámico de importancia en existencia son Los Hermanos Musulmanes, al que Mubarak nunca lo reconoció como legal. Las estimaciones oficiales egipcias calculan que este grupo posee casi un millón de miembros en la actualidad.

Es un grupo difícil de categorizar ideológicamente, pero muchos los ubican en el medio entre Irán, el régimen islámico más extremista y el régimen musulmán más moderado y democrático de Turquía, que es el modelo elegido como el mejor por la mayoría de las poblaciones árabes.

Al igual que en Túnez, las manifestaciones de Egipto no parecen estar a tono con las consignas de grupos islámicos extremistas, y el papel jugado por los Hermanos Musulmanes fue muy moderado hasta el momento. Aunque la pregunta inevitable es si ¿este grupo se encuentra agazapado para la conquista del poder, tal como lo hizo Jomeini en Irán?

Tal vez la evolución del accionar de los Hermanos Musulmanes hacia el extremismo o hacia la moderación y su consiguiente aceptación de un régimen democrático va a depender en gran medida de si luego de la salida de Mubarak el régimen es conducido hacia una transición democrática, donde los Hermanos Musulmanes tengan un papel para cumplir. En caso contrario, si se los excluye del nuevo escenario político egipcio, como sucedió en tiempos de Mubarak, la tentación a la radicalización del grupo va a ser muy grande. Un claro ejemplo de esto fue el camino tomado por Al Zawahiri, el número dos de Al Qaeda, ex miembro de Los Hermanos Musulmanes.

Ante la renuncia ya consumada de Mubarak, los interrogantes se multiplican en lo referente al futuro cercano. Todo parece prever que si la transición llevada adelante por el recientemente designado vicepresidente Omar Suleimán, un hombre de confianza de Mubarak, es receptiva a las protestas populares, en el mes de septiembre se celebrarán elecciones libres para presidente en Egipto.

Pero una situación muy diferente se plantearía si el nuevo gobierno se afianza en el poder con el tradicional apoyo del ejército egipcio, ya que en ese caso, por más que se celebren formalmente elecciones, estaríamos ante un escenario de continuidad del régimen militar, sólo que con un cambio de nombres y de ropaje.

Ante este segundo escenario, el nuevo gobierno va a tener que hacer algunas concesiones importantes y esperar que el pueblo egipcio se contente con ellas, para así evitar que las protestas populares no vuelvan a sucederse.

Tal vez las opciones con las que contará el pueblo egipcio en estos meses que siguen se va a reducir a dos: o aceptan la transición (con concesiones o sin ellas) o el país se va a ver envuelto en una guerra civil sin precedentes en la historia moderna del país de los faraones.


JUAN PABLO ZABALA (JPZ67)

martes, 16 de noviembre de 2010

CUMBRE DEL G20 EN COREA DEL SUR (NOV. 2010)

CUMBRE DEL G20 EN COREA DEL SUR (NOV. 2010).


Según los analistas, un fracaso de la cumbre de Seúl tendría consecuencias graves. El riesgo es que los países procuren mantener sus divisas artificialmente bajas para darles a sus exportaciones una ventaja competitiva en los mercados mundiales. Eso llevaría a una destructiva guerra comercial y a un aumento del proteccionismo, tal como ocurrió en la Gran Depresión de los años 30.

Estados Unidos volvió ayer a quedar en el banquillo de los acusados: el resto de los países del G-20 mantuvieron los duros cuestionamientos de los últimos días sobre el paquete lanzado por la Reserva Federal (Fed) para inyectar 600.000 millones de dólares en el mercado para intentar reactivar la economía norteamericana.

También se mantuvieron los cortocircuitos entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y su par chino, Hu Jintao, sobre política cambiaria.



 
En una reunión realizada paralelamente a la cumbre, Obama le dijo a su par chino que la prioridad de Washington es favorecer un crecimiento responsable y estable de la economía norteamericana, y destacó que junto a China realizan "progresos" en las discusiones sobre temas clave, como la apertura de los mercados de Pekín y el valor de su moneda.

Hu, por su parte, manifestó a Obama su preocupación por la decisión de la Fed, y le pidió a Obama "tener en cuenta las exigencias" de los países emergentes, que temen que la decisión provoque un aumento de la inflación.

Ambos países son considerados los principales contendientes de la llamada "guerra de monedas". Mientras Washington afirma que reduce la cotización del dólar para proteger su economía de los efectos de un yuan chino artificialmente subvaluado, China dice que este argumento quedó definitivamente invalidado con el enorme desembolso monetario que anunció la Fed en los últimos días, y que devaluará aún más el billete verde.

A su vez, Obama debió soportar las críticas encendidas a su política económica de parte de la canciller alemana, Angela Merkel, que teme que el paquete lanzado por la Fed permita a las exportaciones norteamericanas ganar mercado a expensas de las europeas.

Merkel, cuyo país es el segundo entre los mayores exportadores mundiales después de China, también cuestionó una propuesta del secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, para imponer un techo del 4% a los desajustes comerciales entre países.


 
Todos los países quieren vender sus productos, pero a su vez no quieren comprar, en un juego de "devaluaciones competitivas" para favorecer las exportaciones, bautizado como "guerra de monedas".

El presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, fue uno de los más enérgicos a la hora de criticar estas modalidades. "Si los países más ricos no están consumiendo y todos quieren expandir su economía con las exportaciones, el mundo va a la quiebra", afirmó. Sin embargo, desmintió que preparara medidas de retaliación por la falta de avances en la cumbre: "Estamos menos preocupados por las medidas que tenemos que tomar para desvalorizar el real, y más preocupados por las medidas que los norteamericanos tienen que tomar para valorizar el dólar".
Luego de extensas y arduas negociaciones, los líderes de los países del Grupo de los 20 acordaron hoy supervisar cómo afecta la regulación bancaria al financiamiento del comercio, el alma del comercio global, a la vez que realizaron un llamamiento general para "abstenerse" de de hacer devaluaciones competitivas, origen de la llamada "guerra de divisas" que los ha enfrentado en las últimas semanas.

Durante una cumbre previa en Londres en abril del 2009, cuando el financiamiento al comercio se vio duramente restringido por la contracción del crédito, el G-20 estableció un paquete de financiamiento al comercio de 250.000 millones de dólares. Los flujos de créditos al comercio se han normalizado en los países ricos y de economías emergentes, pero aún son restringidos en los países más pobres, donde generalmente son la única fuente de financiamiento al sector privado.

Finalmente, los 20 países llegaron a un tibio consenso general, el de pedir a los países que se "abstengan" de manipular sus monedas como vía para mejorar la competitividad de sus exportaciones. En un momento, los países incluyeron una mención en la declaración a la necesidad de que no se frene la revalorización de las monedas, en clara alusión a China, pero el gigante asiático logró que se retirara la mención.

En el documento defintivo, el G-20 establece un plan de medidas que se tienen que poner en marcha en los próximos meses para alcanzar en el mundo un "crecimiento sostenido y equilibrado". Uno de los desequilibrios a atacar es el de la balanza comercial y por cuenta corriente. Los países emergentes, que crecen con fuerza, están consumiendo e invirtiendo mucho menos de lo que producen y gastan, con lo que tienen un fuerte superávit por cuenta corriente. En contrapartida, los países desarrollados crecen con timidez y consumen mucho más de lo que producen, con lo que tienen que importar de las naciones emergentes.

En medio de esta situación distorsionada, países como Estados Unidos pidieron a los emergentes, y especialmente a China, que potencien su demanda interna para no depender tanto de las exportaciones.

Bajo este contexto, en la declaración final, el G-20 se compromete a crear en 2011 unas "guías indicativas" que medirán el nivel de desequilibrio en las balanzas por cuenta corriente de los países. Si esas guías determinan que el desequilibrio llega a niveles peligrosos los países tendrían que tomar medidas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) apoyará en la vigilancia de estos indicadores.

Inicialmente, Estados Unidos había querido que se estableciera un límite numérico del 4 por ciento para los superávit y déficit por cuenta corriente, una propuesta que fue rápidamente abandonada.

En el documento consensuado, los mandatarios muestran su apoyo a un FMI "modernizado" que refleje los cambios que han tenido lugar en la economía mundial con "una mayor representación" de las economías emergentes y naciones en desarrollo, en línea con la reforma aprobada la semana pasada por el Consejo Ejecutivo del organismo.


JPZ

domingo, 14 de noviembre de 2010

BRIC: ¿BLOQUE DE POTENCIAS EMERGENTES O BLUFF MARKETINERO?

En el año 2001, el por entonces director de investigaciones económicas de Goldman y Sachs, el británico Jim O´Neill, creó el término BRIC (Brasil, Rusia, India y China).

El significado de ese concepto hace referencia a los cuatro países que cuentan con las economías emergentes más importantes de todo el mundo, que combinan individual y colectivamente una gran riqueza en sus recursos naturales y energéticos, un crecimiento económico sostenido desde hace varios años, un importante volumen de exportaciones, una gran cantidad de habitantes, ejércitos poderosos y territorios de mucha extensión.

Si sumamos las potencialidades de los cuatro países podemos observar, a partir de estadísticas del año 2009, que llegaron a conformar el 95 % del PBI estadounidense, lo que constituye el 20 % del PBI mundial.

En cuanto a la potencialidad demográfica podemos señalar que el BRIC cuenta con 2.735 millones de habitantes, es decir, más del 40 % de la población mundial. Desde el punto de vista geográfico estos países constituyen el 25 % de la superficie del planeta. Además, los cuatro países del BRIC poseen cerca del 40 % de las reservas de oro y de las divisas más importantes del mundo. Como exportadores de recursos energéticos vemos que Rusia es el principal proveedor de gas del continente europeo y que Brasil podría convertirse en pocos años en un importante exportador de hidrocarburos. De los cuatro miembros del BRIC, tres países poseen armas nucleares (los RIC), además de contar con grandes arsenales de armas convencionales.

Por todos estos factores optimistas muchos académicos sostienen que estas potencias emergentes pueden llegar a disputarle a los Estados Unidos la hegemonía económica mundial hacia el año 2040, creando un nuevo orden económico internacional.


 
Debemos destacar que la verdadera intencionalidad del estudio de Goldman y Sachs estaba en reconocer una buena oportunidad para aumentar sus inversiones a grandes tasas en los mercados de los principales países emergentes.

Lo novedoso fue que el BRIC se transformó de esta forma en el primer grupo político que surgió a partir de una sugerencia teórica que se materializó gracias a la voluntad de los Estados que lo conforman.

Frente a estos cálculos de crecimiento económico y aumento de flujos comerciales tendríamos que preguntarnos al menos dos cuestiones básicas:

1) ¿Cuáles son los factores que tenderían a la cohesión o disolución del bloque en el futuro y qué intencionalidades tiene el BRIC para con el sistema internacional vigente? y,

2) ¿Cómo podría traducirse la nueva distribución de poder económico internacional, representada por el ascenso de los BRIC, en términos de poder político en el sistema internacional del futuro?

Si nos situamos solamente en el plano económico podemos notar que los BRIC tienen sentido sólo por su escala (tamaño) y por su proyección en el futuro. Pero si observamos el fenómeno BRIC desde la ciencia política, vemos que el bloque puede adquirir una gran significación.

En este sentido, debemos reconocer que si bien el ascenso de los BRIC en el sistema internacional provoca una tendencia hacia la multiplicación de polos de poder, va a depender de cada uno de los integrantes del bloque el tener la intencionalidad y la decisión de hacer uso de sus capacidades. No debemos olvidar, además, que el BRIC intenta configurarse y presentarse al mundo como un actor colectivo y cohesionado, pero su potencialidad y sus límites para continuar como bloque o para su disolución depende de las intenciones y capacidades de cada actor concebido individualmente, los cuales, a su vez, están condicionados principalmente por la consecución de sus propios intereses nacionales.

Una vez realizadas estas aclaraciones vamos a intentar analizar brevemente cuáles son los factores que pueden llegar a limitar la cohesión del bloque en el futuro y cuáles son los factores que contribuyen a su cohesión, para pasar luego a analizar cuál es la finalidad buscada por los BRIC y cómo impactan sus intenciones e intereses en el sistema internacional.

Los dos factores fundamentales, que en cierta forma pueden llegar a limitar la proyección del bloque en el futuro, están dados por la competencia económica y las rivalidades geopolíticas, sobre todo entre Rusia, India y China.

En cuanto a los factores de cohesión del BRIC debemos remarcar principalmente la necesidad para los cuatro países de mantener un orden internacional estable y pacífico para asegurarse la continuidad de su crecimiento económico sostenido y generar, a la vez, ámbitos de acción multilaterales que contribuyan a la estabilización regional e internacional.

Los principales impulsores del BRIC fueron Brasil y Rusia (de ahí que las dos primeras reuniones de jefes de estado de los cuatro países se hayan celebrado en Ekaterimburgo en 2009 y en Brasilia en 2010), quiénes utilizan la plataforma que les ofrece el bloque para realizar diferentes críticas al sistema internacional vigente y para exigir mayor representatividad en las principales instituciones internacionales.

La República Popular China, por su propio peso específico, se erige como el líder virtual del BRIC y como cabeza del mundo emergente, aunque su estrategia en el seno del bloque sea una más, dentro del enfoque multilateral y pragmático de su política exterior, el cual viene aplicando desde los tiempos de Deng Xiaoping.

Por su parte, la India es, tal vez, el actor que menos compromiso mostró con las iniciativas del BRIC y probablemente esto se relacione con la percepción popular y el temor que genera hacia el interior del país el ascenso vertiginoso de China, uno de los rivales históricos de la India, con quién mantiene tensiones fronterizas desde la guerra de 1962.

Aunque el BRIC como mecanismo formal de consulta había empezado a gestarse antes del estallido de la crisis financiera internacional de 2008 (el foro de diálogo BRIC comenzó a tomar forma en 2006 en una reunión de Ministros de Relaciones Exteriores en el marco de la 61º Asamblea General de las Naciones Unidas), está claro que ésta funcionó como catalizador de la primer cumbre del bloque en Ekaterimburgo, y dotó al grupo de objetivos inmediatos, lo que les permitió pasar de la unión basada en la simple coincidencia de factores económicos a la explotación intencionada de cierta convergencia de intereses.

Precisamente esta concurrencia de intereses es la que llevó a los miembros del BRIC a exponer sus demandas comunes de reforma del sistema internacional a través de la coordinación política en los diferentes foros multilaterales, con especial énfasis en el G 20, en donde esa coordinación tiene como objetivo principal aumentar el poder de negociación de los países emergentes con respecto a los países centrales.

Lo que nos faltaría resolver sería establecer cuáles son las verdaderas intenciones del BRIC, ya que hay posturas encontradas en los académicos con respecto a este tema. Para los neoconservadores y para el ala más dura de la teoría realista de las Relaciones Internacionales el BRIC se presenta como un bloque revisionista que intentaría en el futuro reemplazar el sistema internacional vigente, lo que en última instancia provocaría una guerra hegemónica entre China como líder del bloque y los Estados Unidos.

Creemos que esta interpretación está basada en prejuicios y teorías subsistentes, ya que no está anclada en la realidad. El accionar del BRIC hasta el momento nos ofrece múltiples evidencias que el bloque está recorriendo el camino opuesto al señalado por algunos intelectuales realistas y neoconservadores, porque el BRIC se manifiesta como un bloque reformista y no revolucionario. Al BRIC no le conviene el cambio de sistema internacional, sino que busca cambios dentro del sistema.

Un claro ejemplo de esto nos lo otorga el accionar del bloque ante la crisis económica de 2008, donde actuó de manera cohesionada apoyando los planes de estímulo para salir de la recesión, pudiendo haber actuado de forma inversa, socavando la existencia de las instituciones financieras internacionales y utilizando las grandes reservas de divisas con las que cuentan para generar nuevas instituciones con otros parámetros, y sin embargo, no lo hizo.

Otro claro ejemplo en este sentido lo ofrece el aumento de las cuotas pagadas al sistema de Naciones Unidas por los cuatro miembros del bloque. Por todo esto y otros muchos ejemplos creemos que el BRIC es un bloque reformista y no revisionista, ya que hacen más méritos por hacer peligrar la continuidad del sistema la falta de adecuación y actualización del mismo a la nueva realidad internacional junto con la falta de supervisión financiera de los países centrales, que el bloque BRIC.

En el futuro el BRIC podrá buscar el rechazo o la aceptación del sistema, pero esto no va a depender sólo del bloque, sino también de las opciones que elija el propio sistema entre la integración o el enfrentamiento con el BRIC. Creemos que los resultados de las interacciones y las opciones elegidas entre el BRIC como actor colectivo y el sistema internacional, son los que van a determinar el futuro del sistema.


JPZ

martes, 3 de agosto de 2010

POLÍTICA EXTERIOR IRANÍ 1989 - 2005

La Política Exterior Iraní durante las presidencias de Rafsanjani y de Jatami.

Introducción.

En el año 1989 se inaugura en Irán una nueva etapa en su corta vida como República Islámica, que va a estar caracterizada principalmente por las consecuencias de tres hechos fundamentales: la reciente culminación de la Guerra con Irak, la muerte del Ayatollah Jomeini y la reforma constitucional legada por el mismo.

La guerra con Irak significó para el régimen iraní el intento de consolidar su sistema político hacia el interior y la exportación de su modelo de República Islámica hacia los países vecinos. Aunque debemos reconocer que en el extranjero encontró límites a este último objetivo, ya que la mayoría de los países árabes de la región, de mayoría sunnita, apoyaron al régimen de Sadam Hussein.

Durante los ocho años de guerra con Irak aumentó en Irán el descontento público y los problemas económicos de gran envergadura tales como la ruina de la mayoría de las industrias, la destrucción total del principal puerto de Khorramshahr, y un alto índice de desempleo e inflación.

Otro de los hechos fundamentales sucedidos en ese año 1989 fue la muerte del Ayatollah Jomeini, el 3 de Junio, quién con su desaparición física, provocó una gran lucha entre las distintas facciones político–clericales para heredar su poder, lucha que perdura hasta la actualidad.

La muerte de Jomeini provocó también una desideologización de la política exterior de Irán, reflejada en una mayor flexibilización al intentar normalizar sus relaciones con los organismos internacionales y con varios países de la región y del mundo.

Otra de las características importantes de esta nueva etapa fue la reforma constitucional que Jomeini realizó poco antes de morir, donde se subordinó la jerarquía religiosa al poder político del Estado.

Como sostiene Zaccara “la estatalización de la función clerical en vez de fortalecerlo, perjudicó notablemente al clero iraní, ya que de hecho la Revolución Islámica limitó la autonomía tradicional del alto clero a favor del Estado” (Zaccara; 2006; 22).

La politización del clero iraní se puede comprobar a partir de esta reforma constitucional que le da la facultad al Estado de centralizar las tasas religiosas, haciendo que el alto clero pierda su autonomía financiera, subordinándose de esta manera al poder político.

También el Estado iraní dejó de lado las reglas tradicionales de sucesión de los ayatollahs, a partir de la elección de Jamenei como nuevo Líder Espiritual de la República en reemplazo de Jomeini, dado que el primero no cumplía con todos los requisitos de la jerarquía religiosa del chiísmo, donde pasó de ser Hojjatoleslam a Ayatollah de golpe y sin mayores méritos, lo cual hizo que muchos miembros del alto clero chiíta dentro y fuera de Irán no le reconozcan el nuevo cargo.

Las consecuencias de estos tres hechos fundamentales y las distintas formas de afrontarlos por las nuevas autoridades hace que podamos denominar a esta nueva etapa como “Segunda República”, y a la cual vamos a dividir en dos períodos diferentes, con características propias cada uno, y con rupturas y continuidades en política exterior, coincidentes con las presidencias de Rafsanjani (1989–1997) y Jatami (1997-2005).
Primer Período: la Política Exterior de Rafsanjani (1989-1997).

 
En agosto de 1989 se celebraron las primeras elecciones para presidente luego de la desaparición física de Jomeini. En las mismas triunfó el portavoz de la majles, el pragmático Hashemi Rafsanjani, aliado del nuevo Líder Espiritual y Jefe del Estado, el ayatolahh Jamenei.

El nuevo presidente tuvo que afrontar las duras consecuencias económicas que trajo aparejado el fin de la guerra con el vecino país de Irak, ya que había subido la desocupación, la tasa de inflación y la renta per cápita había caído hasta el 40% en relación al año 1979 en que se produjo la Revolución Islámica.

Ante este diagnóstico pesimista, Rafsanjani intentó reconstruir la economía, implementando una política económica de mayor apertura y acercamiento al mercado, que tuvo como objetivo conseguir que vuelvan a invertir en Irán capitales extranjeros y privados. También implementó dos planes quinquenales con el objetivo de alivianar los daños provocados por la guerra, mejorar la infraestructura y recuperar mayores niveles de producción.

Estos planes quinquenales fueron acompañados por una ola de privatizaciones de empresas iraníes, que al no ser reguladas por ningún ente estatal, provocaron grandes escándalos de corrupción.

Si bien se produjeron algunos avances en el campo de la agricultura con las nuevas medidas económicas, debemos reconocer que “tras la liberalización el dinero se decantó más por el sector inmobiliario y la construcción de apartamentos de lujo en Teherán que en la inversión productiva” (Keddie; 2006; 343).

El Parlamento estaba integrado en su mayor parte por partidarios de la Izquierda Islámica, que dominaban la política económica desde comienzos de la década de 1980, optando generalmente por un fuerte control estatal de la economía, y que no tardaron en oponerse a las reformas económicas liberales planteadas por el presidente, quién con su pragmatismo se había apartado por primera vez, en el campo económico, de los ideales de la Revolución Islámica.

Otro de los inconvenientes que tuvo que afrontar Rafsanjani fue la caída estrepitosa de la capacidad de producción petrolífera iraní luego de la guerra. A este problema se le sumó en 1995 las sanciones económicas que la administración Clinton propinó a Irán, tal vez por la presión del fuerte lobby israelí en el Congreso estadounidense. A pesar de estas sanciones unilaterales de Estados Unidos que consistían en el bloqueo de cualquier tratado comercial con Irán, debemos destacar que la Unión Europea no estuvo de acuerdo y se opuso a esas sanciones por considerarlas nulas y arbitrarias, aumentando su comercio con el país persa.

Así podemos ver cómo, a pesar del intento de Rafsanjani de cumplir con el objetivo de mejorar las relaciones tensas con Estados Unidos, que databan desde el nacimiento mismo de la República Islámica, por considerar a ese país como la encarnación del mal, no pudo llevarse a cabo por mucho tiempo, por más que las relaciones comerciales luego de la Guerra entre Irán e Irak, se habían reanudado y estaban creciendo considerablemente.

La justificación de la Administración Clinton de las sanciones contra Irán se basaron en el papel obstruccionista de este país para con el proceso de paz palestino-israelí, y por el apoyo del régimen iraní a grupos considerados terroristas como Hamas en Palestina y Hezbolá en Líbano, que pelean por la retirada de Israel de los territorios ocupados a estos países.

En estos intentos pragmáticos de Rafsanjani por liberalizar la economía y por moderar las tensiones ya tradicionales con Estados Unidos, podemos ver con claridad una primera ruptura con la política exterior anterior, que estaba bajo el influjo de Jomeini, ya que hay una desideologización evidente de esa política de Estado.

Durante este período se produjo un acontecimiento fundamental para la región de Medio Oriente, con implicancias para Irán y todos los países vecinos, como fue la invasión de Irak a Kuwait en agosto de 1990, motivada por históricos reclamos territoriales iraquíes.

Desde mucho tiempo antes que se produzca la Revolución Islámica las relaciones con Irak fueron uno de los principales focos de atención de los diferentes gobiernos iraníes, y esto no solo por ser un país limítrofe con muchos kilómetros de frontera compartida sino, y sobre todo, por la importante comunidad chií residente en Irak.

Luego de la guerra entre el régimen iraquí de Saddam Hussein y el régimen de la República Islámica de Irán comandada por el Ayatolá Jomeini, en los años ochenta, la política exterior de Irán hacia el vecino país se basó en un gran sentido del pragmatismo.

En agosto de 1991, el presidente iraquí Sadam Hussein va a ofrecerle al presidente Rafsanjani la aceptación de casi todas las condiciones iraníes para la firma de un tratado de paz entre ambos países.

Vale la pena recordar que los reclamos iraníes para con su vecino iraquí, luego de la guerra entre ambos, estaban basados en cuestiones pendientes, tales como: la demarcación definitiva del tramo de frontera correspondiente al estrecho del Shatt al Arab y los derechos de navegación sobre el mismo; las reparaciones de guerra; repatriación de los restos de soldados caídos en combate; el retorno de refugiados iraquíes, y la limpieza de campos minados, entre otras (Zaccara; 2006; 112).

La decisión de Irak de aceptar los reclamos iraníes tenía como principal objetivo conseguir arrastrar a Irán a una alianza con Irak, para así juntos hacer frente al poder estadounidense.

El debate y el proceso de toma de decisiones al interior del régimen iraní referido a la propuesta de Sadam Hussein fue bastante intenso y conflictivo, pero finalmente se terminó imponiendo la actitud pragmática del presidente Rafsanjani apoyado por el Líder Espiritual Jamenei.

El gobierno iraní va a rechazar la propuesta, manifestándose neutral en la Guerra del Golfo, haciendo gala de un gran pragmatismo, que a su vez estaba motivado por el miedo al aislamiento regional y para evitar una guerra con la principal potencia del mundo, que provocaría consecuencias desastrosas para el país persa.

Aunque no podemos dejar de tener en cuenta que ese rechazo pragmático tiene una doble consecuencia para el régimen iraní, ya que si bien, por un lado, logra acercarse a los países árabes sunnitas haciéndoles ver que Irak no solo es una amenaza para Irán sino para toda la región; por otro lado, se va a debilitar una de las máximas del discurso ideológico de la Revolución Islámica hacia el interior del país referido a la identificación de los Estados Unidos como principal enemigo del régimen iraní.

Siguiendo a Zaccara podemos notar dos actitudes diplomáticas claramente diferenciadas ante la Guerra del Golfo por parte del régimen iraní que fueron “de neutralidad durante la guerra de liberación, y de cooperación con la ONU en las iniciativas de terminar con la invasión y la aplicación de las sanciones durante y después de la guerra” (Zaccara; 2005; 9).

Otro de los aspectos a tener en cuenta sobre la presidencia de Rafsanjani, es su compromiso con una constante en la política exterior iraní referida a su plan nuclear, que yendo para atrás en el tiempo vemos que la continuidad en este objetivo es un interés nacional iraní desde el inicio de este plan en el año 1967, es decir, antes, incluso, de que se produzca la Revolución Islámica.

Rafsanjani retomó el programa nuclear de intercambio de tecnología con Argentina, China y Rusia, aunque por las presiones de Estados Unidos y de la comunidad internacional, se cancelaron los tratados con Argentina y China, pero continuaron con Rusia, debido a la negativa rusa de acatar esas presiones, al privilegiar sus intereses comerciales.

Cabe destacar también la negativa china y rusa en las Naciones Unidas a la imposición de sanciones económicas a Irán, que estaban patrocinadas por Estados Unidos e Israel.

El presidente Rafsanjani fue reelecto en 1993 para un segundo período, donde la efectividad de su política exterior pragmática y desideologizada decayó de manera considerable, debido a varias cuestiones, tales como el aumento de la represión política interna, los asesinatos de disidentes al régimen iraní exiliados en el extranjero, y las conexiones entre el gobierno de Rafsanjani con grupos terroristas islámicos, como Hezbolá, que es sindicado como el responsable del atentado en Argentina a la mutual de la AMIA en julio de 1994, entre otros atentados de magnitud semejante.

Todas estas circunstancias junto con el restablecimiento de su programa nuclear hicieron que el régimen vuelva a ser observado y sospechado como un Estado que apoya a terroristas por la comunidad internacional, y que terminó en las sanciones económicas ya señaladas a partir de 1995.

Con respecto al conflicto palestino-israelí la postura de Rafsanjani fue similar a la que se venía manteniendo desde tiempos de Jomeini, denunciando el proceso de negociaciones de paz, ya que sostenían que los sionistas no se retiraron nunca de los territorios ocupados; a partir de esta concepción es que podemos entender el apoyo iraní a grupos terroristas como Hamás, al considerar Rafsanjani a la resistencia armada palestina como la etapa previa a la convocatoria a un Referéndum Popular.

Esta idea surge del mayor peso demográfico de los palestinos, lo que le permitiría en una probable votación elegir ellos mismos su destino, licuando de esa forma la unidad política y territorial del Estado de Israel.

Recordemos también que la postura intransigente iraní ante este conflicto fue uno de los principales temas en los que chocaron los intereses de Estados Unidos e Irán, dado que el primero fue el principal promotor del Proceso de Paz palestino-israelí. Esto generó mayor rencor y desconfianza en las ya tensas y complejas relaciones bilaterales entre ambos países.

En este segundo período presidencial el gobierno de Rafsanjani tuvo ciertas tensiones bilaterales con Rusia, a pesar del aumento de la venta de armas rusas al país persa hasta 1995 y del desinterés iraní por defender la autodeterminación de los musulmanes chechenos con la misma determinación que defiende la causa palestina, los intereses de ambos países colisionaron en la región del Mar Caspio.

En este sentido el inconveniente surgió con la división del Mar Caspio que hacen los rusos, que le recorta considerablemente el territorio bajo la zona influenciable iraní, lo cual conlleva a menos posibilidades de explotación de recursos energéticos. Esta división beneficiaba a Azerbaiyán en detrimento de Irán y otros estados ribereños, dado el acercamiento que buscaba la política exterior rusa con ese Estado, para restarle a su vez influencia a geopolítica y energética a Irán en la región del Mar Caspio.

El presidente Rafsanjani, y luego su sucesor Jatami, se opusieron a esa estrategia rusa, por considerarla perjudicial para el interés nacional iraní.

Estas tensiones se solucionaron de momento, al crear una alianza rusa-iraní en la región del Cáucaso hacia fines del segundo mandato de Rafsanjani, que tenía como principal objetivo oponerse a la influencia en esa región de la alianza entre turcos y estadounidenses, quienes habían podido arrastrar a su esfera de influencia a Azerbaiyán y a Georgia, aprovechando los problemas limítrofes de estos últimos con Rusia. La estrategia conjunta de rusos e iraníes fue aliarse a un tercer estado caucásico, como es Armenia, desarrollando con ese país relaciones económicas y militares.
La Política Exterior de Jatami (1997-2005).
Hacia finales de 1996, la alianza entre los pragmáticos, seguidores de Rafsanjani, y los conservadores llegó a su término en ocasión de la campaña electoral para elegir al nuevo presidente.

El candidato con mayores posibilidades de reemplazar a Rafsanjani en la presidencia era el conservador Nateq Nuri, el portavoz de la majles, que contaba con un amplio apoyo del Líder Espiritual Jamenei.

Rafsanjani, tal vez por miedo al poder que la derecha iraní podría concentrar a través de la presidencia de Nuri, decidió aliarse con los reformistas y parte de la Izquierda Islámica, que postulaban como candidato a Mohamed Jatami, su ministro de Cultura, quién finalmente se alzó con el triunfo.

En el discurso de asunción Jatami se mostró conciliador, moderado y respetuoso de las libertades de las minorías, incluso de los sunníes. Su propuesta se basó en el imperio de la ley, el fortalecimiento de la sociedad civil, el desarrollo económico equitativo y una política exterior moderada y de mayor apertura hacia occidente.

Por este programa de gobierno y por el amplio apoyo popular obtenido por Jatami en las elecciones presidenciales, la mayoría de los analistas internacionales veían en Irán grandes probabilidades de reforma, que lo podrían convertir en un estado más previsible para los parámetros occidentales.

Estas esperanzas se fueron frustrando paulatinamente a medida que los conservadores fueron ocupando cargos vitales dentro del gobierno, alineándose detrás de la figura de Jamenei, quién concentraba más poder que el propio Jatami, al manejar las fuerzas de seguridad, entre otros cargos ministeriales.

En materia de política exterior debemos tomar en consideración ciertas continuidades con el gobierno de Rafsanjani, en por ejemplo, seguir con la apertura exterior iniciada en el período anterior. Aunque debemos aclarar que Jatami va a profundizar esa apertura intentando la distensión regional e internacional a través de su principal propuesta diplomática que fue el “Diálogo de Civilizaciones”.

Jatami, en política exterior demostró al mundo las distintas identidades de Irán, de acuerdo a la conveniencia de este país, y siempre en la búsqueda de defender el interés nacional iraní, siendo mucho más pragmático de lo que muchos autores le atribuyen.

Así podemos ver como en su intento por recomponer las relaciones entre Irán y los países vecinos, sacó a relucir su identidad islámica, más allá de las diferencias entre sunnitas y chiitas.

En este intento por distender las relaciones con los países árabes de la región, el presidente Jatami en su discurso en Naciones Unidas del año 1998, quiso cumplir el papel de portavoz del mundo islámico al recordar la necesidad del ingreso de un país islámico como miembro permanente del Consejo de Seguridad, dado el gran peso demográfico y cultural que representan los países con esa religión.

Con este mismo objetivo, su mayor éxito fue la convocatoria a la reunión de la Organización de la Conferencia Islámica en Teherán en diciembre de 1997.

A pesar de la clásica enemistad entre Irán y sus vecinos árabes sunníes, la mayoría de los miembros de la Organización asistieron a la reunión, incluso enemigos declarados como el Irak de Sadam Hussein y la Organización para la Liberación Palestina de Arafat.

Esta iniciativa exitosa de Jatami contribuyó a distender las relaciones entre Irán con su rival ideológico y geopolítico más importante en Medio Oriente, que es Arabia Saudita, con quien se habían roto las relaciones diplomáticas en 1987. Ambos países consideraron la necesidad de fomentar la estabilidad en la región, para no afectar los intereses económicos de los dos países en lo referente a la exportación de petróleo.

A partir de esta Cumbre Arabia Saudita logró hacer de mediador para acercar posiciones entre Irán por un lado, y Emiratos Árabes Unidos y Egipto por el otro, ya que existían con ellos antiguos reclamos territoriales por la ocupación de las islas de Tunbs y Abu Musa, además de la clásica rivalidad con Egipto, con quien Irán había roto relaciones diplomáticas en 1979, al producirse la Revolución Islámica de Jomeini.

Más allá de la distensión con estos países, las relaciones bilaterales de Irán con Turquía, Afganistán e Irak, se hicieron cada vez más complejas y conflictivas.

Las relaciones con Turquía se tensaron demasiado como producto de acusaciones cruzadas entre uno y otro país. Por un lado Turquía acusa a Irán de fomentar y apoyar el terrorismo de los islamistas turcos; y por otro lado Irán acusa a Turquía de inmiscuirse en los asuntos internos iraníes al apoyar las masivas protestas estudiantiles en Teherán sucedidas en 1999.

Detrás de estas acusaciones se esconden las verdaderas causas de estas tensiones que tienen que ver con los diferentes modelos políticos de islamismo que representan cada uno de estos países, que pujan por influenciar en los demás países de la región para ser un ejemplo a seguir. Esta puja se basa en diferentes estrategias, y en intentar conseguir los mayores privilegios económicos posibles.

Un caso concreto en el que chocan sus intereses económicos y geopolíticos, es por la instalación de gasoductos, ya que Estados Unidos por su gran afinidad diplomática con Turquía apoya su instalación en territorio turco por considerarlo un país estable y aliado suyo en la región, en detrimento de los intereses económicos iraníes, más allá de la mejor posición geográfica de Irán, de cercanía a Asia Central.

Las relaciones de Irán con su vecino Afganistán se deterioraron a partir de la llegada al poder de los Talibanes. El presidente Jatami adoptó una postura muy beligerante con respecto a los nuevos ocupantes del gobierno afgano.

Para Jatami estos fundamentalistas sunníes, seguidores de la doctrina wahabí, a quienes sindicaba como “fanáticos criminales”, representaban un gran peligro para Irán y para toda la región, ya que veía las ambiciones expansionistas de los pashtunes en Afganistán en detrimento del elemento persófono y chií. Esta visión de Jatami también era compartida por Rusia y las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, vecinas de Afganistán.

En el discurso de Jatami ante la Asamblea General de las Naciones Unidas del año 1998, se ve reflejado de forma clara la opinión del presidente iraní ante la situación política y humanitaria de Afganistán, al considerar que ese país se ha convertido en “un refugio para la violencia, el terrorismo y la producción de los traficantes de drogas” (Jatami; 1998).

Luego de recordar en ese mismo discurso los crímenes sin justicia de diplomáticos, periodistas y trabajadores humanitarios iraníes cometidos por parte del régimen Talibán, Jatami sostiene que no corresponde una solución militar al caos afgano, rechazando de pleno una intervención de fuerzas extranjeras, lo que contribuiría, de producirse, a generar mayor inseguridad e inestabilidad en la región.

Como única vía de resolución para la situación afgana, Jatami sostiene la necesidad de hacer hincapié en “el derecho inalienable del pueblo afgano de elegir su propio destino y de gozar de un gobierno de base amplia que represente a todos los grupos étnicos, comunidades y tendencias de ese país” (Jatami; 1998).

En septiembre de 1998 tras unas sucesivas derrotas militares de la Alianza del Norte a favor de los Talibanes, entre ellas la capital de los hazaras, Bamiyán, de mayoría de persófonos y chiíes, hizo temer a Jatami un derrumbe total de la frontera norte afgana.

Ante estas circunstancias, que provocaron cientos de muertos por las matanzas que realizaron los Talibanes, Jatami decidió actuar con rapidez y movilizar a 70.000 pasdarán a la frontera con Afganistán.

A pesar de esta situación prebélica entre Irán y Afganistán, donde se produjeron algunas escaramuzas, no se avanzó a una escalada del conflicto, tal vez por el complicado proceso de toma de decisiones hacia el interior del régimen iraní, donde se da una especie de sistema dual de poder, representado por el presidente por un lado, y por el Líder Espiritual por el otro. En este caso particular tal vez Jatami era más partidario de una intervención en Afganistán para castigar al régimen Talibán, mientras que Jamenei se habría mostrado más desconfiado en la opción bélica, por miedo posiblemente a una generalización del conflicto para toda la región.

Igualmente, ante la demostración de fuerzas iraníes en la frontera con su vecino Afganistán, los Talibanes enviaron gestos de apaciguamiento y las tensiones bajaron de manera considerable, por el momento.

Las relaciones con Irak durante el primer mandato de Jatami, a pesar de la distención inicial, volvieron a tensarse debido a los intentos de debilitamiento mutuo de ambos regímenes, apoyando a grupos opositores a los mismos.

Irak, por un lado, apoyó la iniciativa de los mujaidines del pueblo para atacar sobre las fronteras iraníes; y por su parte, Irán le sirvió como base de operaciones al Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak (CSRII), movimiento opositor al régimen baasista de Sadam Hussein.

En Naciones Unidas, el discurso de Jatami se concentró en la necesidad de que la Organización de la Conferencia Islámica se oponga a cualquier intento de potencias extranjeras de intervenir militarmente en Irak, dado que esto conllevaría a generar mayor inestabilidad política y militar en la región de Medio Oriente. Aunque resaltó el esfuerzo de las Naciones Unidas, por llamar a cooperar con esa organización al régimen iraquí (Jatami; 2001; 37).

Las relaciones bilaterales entre Irán y Estados Unidos en el primer gobierno de Jatami, no comenzaron de la mejor manera si tomamos como punto de partida el discurso inaugural del presidente iraní al sostener que “las políticas estadounidenses continúan siendo hostiles a la revolución y a nuestro sistema”, añadiendo que “no habrá base de entendimiento, porque no podemos aceptar sus imposiciones” (El País; 1997).

A pesar de esas primeras declaraciones oficiales, a los pocos meses de asumir el gobierno, en enero de 1998, el presidente Jatami envió a los Estados Unidos señales conciliatorias, a través de una entrevista concedida a la cadena estadounidense CNN.

El destinatario de esta entrevista, en palabras del propio Jatami, era el pueblo estadounidense en su conjunto. En esa ocasión el presidente iraní luego de manifestar su admiración por la tradición política estadounidense y de proponer su máxima diplomática del “Diálogo de Civilizaciones”, avanzó sobre una propuesta de mejoramiento de las relaciones bilaterales mediante intercambios culturales, periodísticos y turísticos.

En junio de 1998, el presidente estadounidense Bill Clinton reconoció la posibilidad de una reconciliación auténtica con Irán, dado que este país estaba cambiando en una dirección positiva, a través de la acción exterior del presidente Jatami.

Aunque esta posibilidad estaba condicionada al mejoramiento de los puntos conflictivos en la agenda bilateral, es decir, a las exigencias de Estados Unidos con respecto a las actitudes iraníes de apoyo al terrorismo, de oposición al proceso de paz palestino-israelí, y del desarrollo de su programa nuclear incompatible con el Tratado de No Proliferación.

Este intercambio de “correctas declaraciones” fue acompañada por la liberación de viajes desde y hacia Estados Unidos, prohibidos desde la época de Reagan, y el levantamiento del embargo estadounidense de dos productos específicos iraníes: el pistacho y las alfombras.

Jatami se presentó a la reelección presidencial en Junio de 2001, consiguiendo ser reelecto con una amplia mayoría a pesar de la difícil situación económica por la que estaba atravesando la República Islámica.

Durante este año se produjo el atentado terrorista más importante de la historia en pleno corazón financiero y militar de la primera potencia mundial, el 11 de septiembre de 2001, en el World Trade Center de Nueva York y en el Pentágono en Washington.

Este acontecimiento provocó hacia el interior del régimen iraní un profundo debate sobre las acciones a seguir, haciendo que el proceso decisorio en materia de política exterior se complejice aún más de lo normal, por las distintas posturas sostenidas por las diferentes instituciones estatales y las distintas facciones político-claricales.

A pesar de esta situación de continuo debate, la elite iraní parecía por primera vez dar pasos firmes hacia un auténtico entendimiento con los Estados Unidos, basado en el interés mutuo por la caída del enemigo común: el régimen afgano de los Talibanes.

Este nuevo escenario regional, en el caso de una intervención militar estadounidense, le brindaba a Irán la posibilidad de conseguir un objetivo doble, ya que por un lado podría distender sus relaciones bilaterales con Estados Unidos al brindarle algún tipo de cooperación; y por el otro, terminar con la influencia Talibán en la frontera iraní y eliminar a un enemigo con el que ya venía peleando desde su instalación en el gobierno afgano.

La primera declaración oficial de Jatami luego de los atentados fue de enérgica condena, actitud compartida por todos los gobiernos islámicos, menos por el gobierno iraquí de Sadam Hussein.

La segunda acción diplomática del gobierno iraní fue ordenar el cierre de los más de 900 kilómetros de fronteras que comparte con el vecino país de Afganistán, adelantándose al posible ataque estadounidense a ese país, para intentar detener el masivo éxodo de afganos hacia Irán, y para cerrarle el paso a los Talibanes que quieran escapar por esa frontera.

A poco menos de un mes del atentado, Jatami recibió a representantes de la Unión Europea en Teherán y se comprometió a colaborar en el intercambio de información y a vigilar las fuentes de financiación terrorista. Esta circunstancia fue calificada por los representantes de la UE como un progreso notable en la conducta de los iraníes.

Sin embargo, los miembros del gobierno iraní dejaron bien en claro que ellos no tienen la misma interpretación que los europeos del fenómeno terrorista. El ministro de Exteriores iraní, Kamal Jarrazi, le dijo claramente a la troika que “grupos pro palestinos como Hezbolá no son terroristas y que no esperen que Teherán vaya a dejar de apoyarlos”.

Más explícito aún fue el presidente Jatami al indicar que organizaciones como Hezbolá sirven para “luchar contra la agresión israelí y no son terroristas”. Al mismo tiempo pidió a la UE que coloque en su lista negra de grupos terroristas al MKO (Organización de los Ayatolás del Pueblo) y persiga con más eficacia a terroristas exiliados en Europa (El País; 2001).

Esta actitud de “discreta colaboración” de Irán con la Unión Europea y con Washington en su intervención militar en Afganistán, apoyada por los reformistas seguidores de Jatami, contribuyó a distender las relaciones con esos países; pero por otro lado se mantenía hacia el interior de Irán y para consumo de la opinión pública una fuerte retórica antiamericana, sobre todo a partir de las fuertes declaraciones de la facción conservadora con el Líder Supremo Jamenei a la cabeza, quién sostuvo entre otras cosas que “proponer negociaciones con Estados Unidos equivalía a una traición, puesto que el objetivo final de este último es el derrocamiento de la República Islámica”.

Estas declaraciones de Jamenei, hacían que los conservadores y él mismo se despeguen de las declaraciones oficiales del propio presidente Jatami, cuando éstas eran una clara señal de acercamiento a los Estados Unidos.

En este cruce de declaraciones vemos la delgada línea que separa a la consecución del interés nacional con las declaraciones de fuerte contenido ideológico para consumo interno a fin de no debilitar el discurso tradicional de la República Islámica. También en este caso podemos apreciar el sistema dual de poder del régimen iraní y la brecha abierta entre el interés nacional y los intereses de la elite religiosa, que se expresan en el complejo proceso de toma de decisiones hacia el interior del régimen.

Como señala Blecua, “los conservadores sintieron el peligro de la situación e incluso llegaron a reclamar la intervención del alto mando de los Guardianes de la Revolución, que manifestaron su apoyo al Líder Supremo y acusaron a los reformistas de traición por compartir los mismos objetivos políticos que los americanos” (Blecua; 2002; 4).

Igualmente debemos destacar que estas declaraciones, acusaciones y acciones de política exterior de Jatami y su canciller Jarrazi, se llevaron a cabo en el primer año de intervención norteamericana, lo cual vicia en cierta forma una mirada global al papel que Irán cumplió o debería cumplir en el conflicto, por eso creemos necesario, siguiendo a Zaccara, estudiar la postura iraní a lo largo del mismo, señalando sus continuidades y rupturas respecto a la política exterior tradicional de la República Islámica.

El citado autor sostiene que “durante toda la crisis afgana la postura iraní ha permanecido inamovible. Por un lado neutralidad en las acciones bélicas, es decir, no participar activamente en la coalición militar contra Afganistán pero tampoco apoyar al régimen Talibán. Por otro lado, colaboración con los organismos internacionales en la búsqueda de soluciones pacíficas a la crisis y en la lucha contra las actividades terroristas de las que Irán se considera víctima” (Záccara; 2005; 10).

Estas actitudes le permiten a Irán instalarse en la región como una potencia capaz de ayudar en la reconstrucción política y económica de Afganistán una vez que termine la ocupación estadounidense.

Aunque debemos mencionar que Irán no es la única potencia regional que aspira a tener una mayor influencia en el futuro del vecino país, ya que comparte la puja en esa situación con potencias nucleares como Pakistán y Rusia, a las que habría que sumarle China por su interés estratégico en la región.

Todas estas potencias más Estados Unidos tendrán gran participación en la mesa de negociaciones futura sobre la nueva situación afgana, cuando se venza definitivamente la resistencia de los Talibanes y se estabilice políticamente el país.

A pesar de los esfuerzos de Irán y Estados Unidos por normalizar sus relaciones bilaterales, existen dentro del régimen de ambos países elementos que no están de acuerdo con ese acercamiento e intentaron sabotear esa posibilidad con todos los medios a su alcance.

Los Estados Unidos, a partir del famoso discurso de Bush sobre el Estado de la Unión de enero de 2002, donde incluye a Irán, Corea del Norte e Irak como parte del Eje del Mal, terminaron por frustrar, no solamente el objetivo iraní, a partir de las credenciales que presentaba, de reconstrucción de Afganistán, sino que también terminó de dar por tierra con las posibilidades de los reformistas de consolidarse en el poder, y conseguir las reformas internas por las que tanto bregó Jatami, ya que a partir de esta equivocada declaración del presidente Bush, los conservadores aprovecharon la situación para quedarse con todo el dominio del régimen iraní, desacreditando al presidente Jatami.

Este discurso de Bush junto con su nueva doctrina de guerra preventiva pareció presagiar nuevas intervenciones militares en países de la región acusados por Estados Unidos de poseer armas de destrucción masiva y de financiar a grupos terroristas, lo cual ponía en peligro la seguridad y la paz internacionales.

Con estas simples y poco comprobadas sospechas los Estados Unidos intervinieron militarmente en Irak en marzo de 2003 para derrocar al régimen de Sadam Hussein y hacerse con el control de sus ricas fuentes de energía y así poder controlar mejor a los países de la región del Golfo Pérsico.

Cabe recordar que dentro de la política exterior iraní el vecino país de Irak ocupó siempre un lugar de privilegio, lo que hizo muchas veces tener una política exterior específica y separada de la generalidad de las relaciones externas dada su importancia.

La actitud iraní ante esta nueva invasión norteamericana en un país vecino fue, al igual que en el caso afgano, de neutralidad, a pesar de considerar la clase dirigente iraní que era más intolerante tener ejércitos estadounidenses dominando en dos países fronterizos que los regímenes anteriormente existentes y enemigos de Irán en esos dos países, es decir, Sadam Hussein y los Talibanes.

Más allá de los reclamos iraníes que databan desde la culminación de la guerra con Irak en 1988, referentes a reclamos territoriales, indemnizaciones de guerra y a declarar a Irak como Estado agresor en dicha guerra, se le va a sumar en esta nueva coyuntura de la caída del régimen baasista de Hussein, la intención que se incluya en el juicio realizado al presidente iraquí la acusación por los crímenes de guerra cometidos contra ciudadanos iraníes.

La caída de Hussein le otorga la posibilidad a Irán de tener una mayor influencia en ese país, dado que el mismo es de mayoría chiíta, mayoría maltratada y desoída por el ex presidente iraquí.

Más allá de este factor religiosa, hay varios factores que permitirían darle a Irán un papel preponderante en la futura reconstrucción de Irak, como son la existencia en Irak de las dos ciudades sagradas más importantes para el chiísmo, Nayaf y Kerbala, ya que “su control es visto por el establishment iraní como un factor fundamental para la estabilidad nacional” (Zaccara; 2004; 3).

Aunque durante el gobierno de Jatami podemos notar una cierta unanimidad en el objetivo iraní de participar en la reconstrucción de Irak y de intentar imponer un régimen manejado por chiítas, que pueda ser influenciado por su vecino más poderoso y estabilizado institucionalmente que pueda servirle de ejemplo a seguir para el nuevo gobierno iraquí, podemos ver claramente que hay diferentes interpretaciones de cómo llegar a lograr esos objetivos, de acuerdo a las interpretaciones e intereses en Irak que realizan las distintas personalidades dentro del gobierno y las distintas facciones político-clericales.

La principal postura del presidente Jatami y de su Canciller Jarrazi tienen que ver por un lado, con el compromiso asumido ante la comunidad internacional de mantener y respetar la integridad territorial iraquí a ultranza, y por el otro exigiendo en las Naciones Unidas y en los distintos foros regionales, la retirada urgente de las tropas estadounidenses de ocupación, para darle la posibilidad al pueblo iraquí de elegir a sus propias autoridades sin influencias externas.

Por su parte, el ex presidente Rafsanjani, quién ocupaba el importante cargo de Jefe del Consejo de Discernimiento durante el gobierno de Jatami, se pronunció a favor de la necesidad de celebrar elecciones libres en Irak, bajo una férrea supervisión de Naciones Unidas, a fin de evitar fraude electoral y conflictos en torno a los partidarios de las distintas candidaturas a presentarse.

Las declaraciones del Ministro de Defensa y Jefe de los Pasdarán desde el inicio de la intervención norteamericana en Irak, están emparentadas con el reclamo de las indemnizaciones de guerra que Irak debe pagar a Irán desde que terminó la guerra entre ambos hacia fines de la década de 1980, y también en varias ocasiones se pronunció a favor de que el juicio a Sadam Hussein contemple los asesinatos a clérigos, políticos y civiles iraníes. Como reflexiona e interpreta Zaccara, se puede notar que los Pasdarán están sospechados de ser los responsables de los campamentos de entrenamiento de militantes chiítas que existen en el sur de Irán que podrían haber ingresado al vecino Irak con la definitiva caída de Sadam, con el fin de influenciar en el nuevo gobierno y presionar por la obtención de algún grado de participación en el mismo. (Zaccara; 2004; 5)

Esto hace prever que la estrategia de los Pasdaran es mucho más directa y agresiva en la consecución del objetivo de la participación iraní en la reconstrucción de Irak, que la propia política exterior del moderado presidente Jatami, a la cual este grupo se opuso desde el inicio de su mandato.

No podríamos plantear un panorama general y completo de las distintas posturas iraníes en el conflicto de Irak, sino tomamos en cuenta las declaraciones y posturas adoptadas por el Líder Espiritual Jamenei.

Referido a esto debemos aclarar que Jamenei no ha realizado muchas declaraciones públicas sobre la situación iraquí, aunque es obvia la trascendencia que este tema tiene para el interés nacional iraní, sobre todo a la hora de pensar en la influencia iraní en el vecino país de Irak, algo que constituye el principal deseo del propio Jamenei, por más que no lo enuncie de manera pública. Con respecto a su postura podemos notar que “el Jefe del Estado iraní jugaría a respaldar a varios líderes chiíes iraquíes sin brindar su total apoyo a ninguno de ellos en particular, con el objetivo de controlar la mayor cantidad de grupos posibles” (Zaccara; 2004; 6).

Para terminar este repaso sobre las principales posturas iraníes respecto de la situación iraquí, vamos a concluir, siguiendo a Luciano Zaccara, sosteniendo que la posibilidad de ejercer influencia en Irak por parte del régimen de los Ayatolás, no está vinculado necesariamente con el objetivo de instalar en el vecino país una República Islámica a semejanza de Irán, ya que ese régimen dejaría de ser originario en un solo país y podría llegar a competir con el propio régimen iraní, ya que no debemos dejar de tener en cuenta que la mayoría de la población iraquí tiene un componente árabe muy fuerte, y sería mucho más fácil, con el tiempo, para un régimen de esas características, tener una gran recepción en el resto de los países árabes de la región, dando por tierra con el objetivo iraní de encaramarse como líder regional indiscutido.

Con respecto a la cuestión nuclear dentro de los dos mandatos de Jatami, debemos mencionar que existen varias líneas de continuación entre este gobierno y el anterior de Rafsanjani. Una de las características que nos hacen confirmar esto es la continuidad de los mismos actores políticos claves en cuestiones energéticas y nucleares en ambos gobiernos. Esto es lo que nos marca que la cuestión nuclear en Irán corresponde a una verdadera política de estado más allá de las facciones ideológicas que se encuentren gobernando en ese momento.

En febrero de 2003 Irán confirmó que había iniciado su programa de enriquecimiento de uranio y la existencia de nueve sitios de investigación y desarrollo nuclear en su territorio, agudizando de ese modo las tensiones y sospechas de la comunidad internacional sobre la posibilidad de que Irán posea una bomba nuclear. Debemos recordar que Irán, a diferencia de Israel, quién se sabe que ya posee armas nucleares, es firmante del Tratado de No Proliferación, de la Convención de Armas Biológicas y Tóxicas y de la Convención de Armas Químicas.

El presidente Jatami argumentó que la actividad nuclear iraní responde a una defensa de soberanía y derecho de poder nuclear con fines pacíficos, frente a las presiones ejercidas por los estados vecinos y por Estados Unidos, éste último rechaza el plan nuclear de Teherán pero no por la falta de acatamiento de Irán a los tratados firmados sino porque ello implica el fortalecimiento del principal enemigo y rival de Estados Unidos en la región, una vez derrocado el régimen de Sadam en Irak.

El problema no es la bomba nuclear en sí, sino que ese poder sea desarrollado por Irán, al cual los Estados Unidos nunca pudieron acercar a su esfera de influencia desde que se produjo la Revolución Islámica.

Lo que Occidente en general, y los Estados Unidos en particular no comprenden es que la política nuclear iraní es producto de un intenso debate público en la sociedad y hacia el interior del régimen iraní, y que su formulación y defensa responden a una política de estado referida a la consecución del interés nacional de Irán, que va más allá de cualquier facción política, ideológica o religiosa que puedan tener los gobernantes de turno.
CONCLUSIONES.

Como pudimos apreciar anteriormente la política exterior de Rafsanjani y de Jatami tienen entre sí más puntos de continuidad que de ruptura, más allá de los diferentes estilos políticos, de la diferente formación ideológica, de los apoyos que tuvieron de distintas facciones políticas para llegar a la presidencia y de las distintas políticas públicas que aplicaron hacia el interior de Irán.

Para poder entender estas continuidades debemos recordar que durante el período de consolidación del proceso revolucionario bajo el mando de Jomeini existían en Irán una diversidad de centros de poder, lo cual tornaba bastante caótico el proceso de toma de decisiones en materia de política exterior.

Esta situación, si bien se vuelve a reflejar, y de manera intensa en varias oportunidades durante las presidencias de Rafsanjani y Jatami, dada la existencia de diversos centros decisorios en las nuevas instituciones creadas por la Constitución de 1989, se subsanó, en parte, debido a los intentos de ambos presidentes por profesionalizar el Ministerio de Asuntos Exteriores y tratar de construir un sistema más institucionalizado de diseño exterior, haciendo más hincapié en el interés nacional de Irán que en la ideología de la Revolución Islámica.

Por eso podemos afirmar que tras la desaparición física de Jomeini la política exterior iraní se desideologizó sustituyendo la utilización de la guerra como mecanismo de política exterior y el intento de exportar el modelo político de la República Islámica hacia los países de la región de forma directa, por un gran pragmatismo, más coincidente con los intereses nacionales iraníes.

Igualmente no podemos afirmar que durante las presidencias de Rafsanjani y Jatami se dejó totalmente de lado la ideología revolucionaria a la hora del diseño de la política exterior, ya que encontramos varios ejemplos durante el período estudiado en este trabajo donde la política exterior iraní está más condicionada por la ideología revolucionaria que por la consecución del interés nacional iraní. En este sentido, el ejemplo que podemos citar es el de la invocación de la solidaridad islámica para apoyar la causa palestina, convirtiendo a Irán en el principal enemigo de Israel en la región.

Si analizamos las relaciones bilaterales, entre Rusia e Irán, por citar otro ejemplo, vemos claramente como la misma solidaridad islámica iraní no se aplica a la causa chechena, ni en las acciones exteriores ni en los discursos oficiales de ambos presidentes iraníes, ya que mantener la relación estratégica con Rusia está referida a la consecución de los intereses nacionales de Irán.

Por lo dicho anteriormente, debemos mencionar que es muy complicado establecer en todos los casos hasta qué punto está la política exterior iraní condicionada por los intereses nacionales en lugar de por la ideología revolucionaria, ya que esto depende de los diversos actores, escenarios y cartas identitarias que juegue Irán según las circunstancias y su propia conveniencia, pero si podemos afirmar que, en términos generales, la política exterior de Rafsanjani y Jatami se desideologizó en la búsqueda de resolver las tensiones existentes entre Irán y los países vecinos, y también sirvió para intentar la normalización de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, que como vimos anteriormente, funcionó solo de manera transitoria.


















































JPZ

jueves, 15 de julio de 2010

LA GUERRA Y LA PAZ EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO MODERNO. UN RECORRIDO POR LAS IDEAS DE MAQUIAVELO, HOBBES, ROUSSEAU Y KANT.

INTRODUCCIÓN:
El objetivo de este ensayo final de la materia “Teoría de los Conflictos” es intentar analizar la noción de la guerra y la paz desde la perspectiva de la filosofía política moderna.

Con este fin, y para no extendernos demasiado, decidimos tomar cuatro de los autores más representativos del pensamiento político moderno, que a la vez tratan de manera profunda la problemática de la guerra y la paz, como son Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, Juan Jacobo Rousseau y Emanuel Kant.

A lo largo de las páginas siguientes intentamos primero contextualizar de forma cronológica el pensamiento de cada autor para luego abocarnos a sus ideas específicas relacionadas con la temática que elegimos analizar.

En este recorrido filosófico e histórico vamos a partir de la descripción de la condición de la naturaleza humana según como la concibe cada uno de estos pensadores para luego compararlas entre sí.

Desde ese punto de partida analizaremos la cosmovisión de la guerra y la paz en las relaciones internacionales que tenían estos autores, concentrándonos en el paso de la guerra interindividual a la guerra interestatal y en las posibilidades de lograr la paz y la armonía internacionales.

MAQUIAVELO: EL PRÍNCIPE Y LA GUERRA.

El primer pensador moderno en considerar la guerra de forma política fue el florentino Nicolás Maquiavelo, sobre todo a partir de su libro “Del Arte de la Guerra” y de su obra cumbre “El Príncipe”, publicadas en 1521 y 1512 respectivamente.

Maquiavelo va a producir con la subordinación de la moral a la política en sus escritos una gran ruptura con la concepción cristiana de la unidad espiritual en todos sus ámbitos.

El pensamiento del florentino anticipa algunos de los rasgos del Estado absolutista que se va a consolidar en toda Europa entre el siglo XVI y XVII, teniendo en Hobbes a su principal teórico a la hora de su legitimación. Este anticipo se ve claramente reflejado en que el Príncipe es soberano y está libre de toda restricción en su actuar y tiene como objetivo consolidar una organización política fuerte y centralizada.

Para entender de forma correcta el pensamiento de Maquiavelo debemos remitirnos al contexto político, económico y social de su Florencia natal, para no incurrir en el error, muchas veces habitual, de descontextualizar su forma de interpretar la realidad y tornar confuso su pensamiento.

La vida de Maquiavelo (1469-1527) coincide con el Renacimiento, donde la cultura y las artes de la República de Florencia estaban en pleno auge, panorama que encontramos muy diferente si nos acercamos a observar la situación política y militar en la que se encontraban los Estados de toda Italia, ya que estaba totalmente fragmentada en múltiples unidades políticas, fracasando hasta el siglo XIX todos los intentos de unificación. Y animado por ese objetivo de unión nacional es que Maquiavelo le da consejos al Príncipe.

Antes de comenzar a explicar su pensamiento específico acerca de la guerra, vamos a intentar explorar su concepción acerca de la naturaleza humana, de la condición de los hombres, ya que como pensador político moderno Maquiavelo tal vez fue el primero en desplazar la violencia de la esfera pública hacia la naturaleza humana, influenciando de esta manera a muchos pensadores posteriores a su obra que también concibieron a la naturaleza humana como conflictiva.

Creemos que el principal representante, junto con Hobbes, de este pesimismo antropológico fue el pensador florentino. Su visión pesimista de la condición de los hombres se puede analizar, siguiendo a Rafael Braun, en dos planos totalmente diferentes pero conectados entre sí.

Braun designa al primer tipo de pesimismo como “ontológico”, basado en los deseos insaciables de los hombres porque según Maquiavelo “la naturaleza le da poder y querer desear todo, pero la fortuna le da el poder conseguir poco. De allí resulta en él un descontento habitual y el disgusto por lo que posee; es lo que hace acusar al presente, alabar el pasado, desear el futuro, y todo ello sin ningún motivo razonable” (Maquiavelo; 2003: Libro II; Prefacio).

Maquiavelo concibe al hombre como un ser gobernado por las pasiones y los deseos y no por la razón. Por eso el hombre se convierte en un eterno insatisfecho al no poder obtener todo lo que desea, y esta insatisfacción se funda en la ambición que es la que provoca la permanente lucha entre los hombres.

Como sostiene Braun, “el motor de la lucha y el conflicto anida en el corazón del hombre, no en las contradicciones de la sociedad, y como él permanece idéntico a sí mismo a través de la historia, la creencia en el progreso de la humanidad es más un producto de la imaginación que el fruto de la consideración de la verdad efectiva de las cosas” (Braun; 2005: 83).

El segundo tipo de pesimismo se da en el plano de la “ética” fundamentada en la máxima de Maquiavelo que sostiene que “el hombre está más inclinado al mal que al bien” (Maquiavelo; 2003: 9).

En este sentido observa Maquiavelo que los hombres tienen una única forma de hacer el bien y es forzándolos a hacerlo, a través de la coacción y el temor al castigo. Si al hombre se lo deja liberado a su espontaneidad y arbitrio siempre tiende al mal. Esta tendencia en el hombre nunca puede revertirse aunque puede limitarse la tendencia natural de los hombres a dañar a sus semejantes a través de la formación de la comunidad política, de la que acceden a formar parte los hombres para defenderse de las agresiones externas.

En este plano ético vemos como el pesimismo antropológico de Maquiavelo es totalmente pragmático y en cierta forma utilitario, ya que el conocimiento de esa condición humana por parte del Príncipe se transforma en un requisito fundamental para una actuación exitosa en el campo de la realidad política. Para saber conducir a los súbditos, el hombre público, el estadista, debe reconocer la naturaleza de los hombres.

Al reconocer este pesimismo antropológico en el pensamiento de Maquiavelo no debemos tener inconvenientes en ver como la realidad de la comunidad política es netamente conflictiva, donde el conflicto interindividual entre los hombres en el seno de esa comunidad se da como producto de los odios y pasiones que enfrentan a unos hombres con otros de manera violenta. Igualmente Maquiavelo encuentra necesario el papel preponderante que debe cumplir la razón para evitar la violencia.

El papel que Maquiavelo le asigna a la razón no puede ser el de terminar con las pasiones de los hombres y revertir su naturaleza (ya que esto es imposible de acuerdo a su concepción, como mencionamos anteriormente) sino contribuir a elaborar y sancionar leyes adecuadas para el correcto control y moderación de las pasiones humanas en el orden político.

Más allá del importante rol que Maquiavelo le asignaba a las leyes dentro del orden político, sus consejos al soberano partían de la idea de que si desaparecía el Príncipe lo mismo le iba a ocurrir al Estado por lo cual consideraba que la supervivencia en el futuro del Principado estaba íntimamente ligado a la formación de un ejército nacional, que “Maquiavelo sólo imagina bajo la forma de una milicia popular” (Fernández Vega; 2005: 21).

Siguiendo la interpretación de Chabod vemos que Maquiavelo no tenía en claro los límites militares de esas milicias: “Podía servir como milicia territorial, nunca como ejército regular; no para la guerra de conquista ni mucho menos para garantizar el absoluto predominio interno del poder central” (Chabod; 1994: 56).

Para este autor así como para otros, con el deseo de Maquiavelo de lograr la unificación nacional y aconsejar al Príncipe no alcanza para ser considerado como un nacionalista en pie de igualdad con los nacionalistas liberales que lograron la unificación italiana en la segunda mitad del siglo XIX.

Igualmente debemos aclarar que esta postura no es la predominante ya que muchos estudiosos de las obras de Maquiavelo ven en el florentino “el primer intento moderno de teorización del Estado, recogiendo, en su inspiración renacentista, la herencia de la antigüedad clásica, pero incorporando las primeras emociones de lo que sería luego el nacionalismo” (Ritter; 1972: 3).

En el pensamiento de Maquiavelo se expresa la idea de que el jefe militar debía tener un gran amor a la patria y ser virtuoso, dos características que configuraban las condiciones básicas para la supervivencia del Estado.

En estas ideas se ven reflejadas en la admiración de Maquiavelo por el viejo orden militar romano. Según Fernández Vega, esa admiración llevó a Maquiavelo a despreciar el problema del número de soldados: “cuando la disciplina es romana el número es lo de menos” (Fernández Vega; 2005: 23).

Del Arte de la Guerra es el primer tratado teórico moderno sobre la cuestión de la guerra. Se destaca de otros textos militares de su época porque en él incorpora la reflexión política propia a su pensamiento y además porque no se dedica en forma detallada a los aspectos técnicos de la guerra como era moneda corriente en los escritos sobre esta temática en su tiempo.

En toda su obra se hacen sendas referencias al orden militar del mundo romano al que había que imitar, aunque Maquiavelo cae en un anacronismo ya que la situación de Italia en la antigüedad no era la misma que en su época. No debemos pensar igualmente que Maquiavelo, en su afianzado realismo, no conocía las distintas circunstancias y realidades de cada tiempo, por eso es más probable que las referencias al orbe romano sean sobre todo un recurso crítico utilizado por Maquiavelo para realizar una contraposición con la fragmentada realidad de la patria italiana en el siglo XVI.

Sostiene Maquiavelo que las tropas para defender al Estado pueden ser propias, mercenarias o mixtas, afirmando que las tropas mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas ya que si un Estado se apoya en esas armas nunca estará firme ni seguro.

Dedica Maquiavelo un párrafo aparte y especial para las tropas mercenarias ya que considera que son las peores porque no tienen otro incentivo para mantenerse en el campo de batalla que un sueldo.

Maquiavelo señala en diferentes partes de su obra que quién tiene por profesión la guerra tiene un interés especial en la existencia permanente de la misma, en cambio, los soldados de las milicias populares que propugna el florentino tienen como principal interés el mantenimiento de la paz y la defensa de la ciudad, donde viven con sus familias. La estabilidad del Estado depende para Maquiavelo de la defensa de sus propias fuerzas, ya que quiénes lo hacen adhieren a la existencia del estado o de la ciudad “…porque en aquellos ejércitos donde no hay una adhesión a aquello por lo que combaten que los convierta en sus partidarios, nunca podrá existir tanta virtud que les permita resistir a un enemigo poco valeroso. Y como este amor y este valor no pueden nacer en otros sino en tus súbditos, es necesario, si se quiere conservar el poder, si se quiere mantener una república, o un reino, formar el ejército con sus propios súbditos…” (Maquiavelo; 2003: 136).

Por eso Maquiavelo identifica a los condottieri como los principales responsables de la situación ruinosa de Italia. También los culpa de haber provocado el estancamiento del arte militar al sustituir el combate por la guerra maniobrada y tratando de imponer su interés personal algo que iba en contra de la consecución de un destino de grandeza para las ciudades italianas. Por lo tanto lo que primaría en su arte de la guerra sería la fortuna y no la virtú (Strauss; 1993: 270).

En este sentido, Maquiavelo identifica en la obsesión por los negocios y la obtención de fortuna uno de los principales motivos del debilitamiento militar y de la falta de disciplina.

En cuanto a los cuerpos armados Maquiavelo siempre se muestra a favor de la Infantería en detrimento de la caballería. Sin embargo, lo curioso es observar que el florentino desconfía y desecha la idea del uso de armas de fuego individuales. Esta consideración nos lleva a plantearnos la causa de este hecho, y la podemos encontrar tal vez en la poca difusión de ese tipo de armas hasta la primera publicación de su obra.

Aunque también debemos reconocer que al concentrarse en el aspecto moral y político de las milicias Maquiavelo “subestimaba el poder de los nuevos medios de lucha justamente cuando la relativa uniformidad en el desarrollo de la historia militar desde la Antigüedad hasta el Renacimiento estaba a punto de ser subvertida por el arma de fuego y los ejércitos nacionales” (Fernández Vega; 2005: 29).

En las cuestiones tácticas Maquiavelo se muestra partidario de las formaciones cerradas. Desde el punto de vista estratégico se produce una de las innovaciones originales aportadas por Maquiavelo al diferenciarse de la estrategia medieval, al preferir un choque rápido en lugar de las tradicionales guerras de desgaste medievales.

En “El Príncipe” Maquiavelo establecía y confiaba que la virtú de un solo individuo podía llevar a la unificación y grandeza de un Estado, en cambio en “Del Arte de la Guerra” lo único que se modifica es el sujeto que sirve para el mismo fin, al intentar ampliar los fundamentos políticos y morales que sostienen la vida ciudadana, llevando esa virtú hacia las milicias.

No llama la atención que Maquiavelo no haya abordado el tema de la ética de la guerra, ya que presuponía que era legítimo todo aquello que contribuyera prudentemente a una prosecución exitosa de la guerra. Maquiavelo no impuso limitaciones morales ni legales al Príncipe a la hora de iniciar o proseguir la guerra, aunque aclaraba que su única guía era la necesidad. La prudencia y la crueldad del Príncipe también estaban basadas en la necesidad; subordinando todo a la victoria en la guerra.

HOBBES: EL ESTADO DE NATURALEZA Y LA GUERRA INTERINDIVIDUAL E INTERESTATAL.

Debemos enmarcar el pensamiento de Thomas Hobbes en la cruenta guerra civil que padeció su Inglaterra natal durante la segunda mitad del siglo XVII, entre los partidarios del parlamentarismo y los defensores del absolutismo monárquico.

En su concepción antropológica podemos afirmar que Hobbes es un continuador del pensamiento de Maquiavelo, aunque con importantes diferencias entre uno y otro.

Hobbes establece un estado de naturaleza, una etapa pre social, anterior a la constitución de la sociedad civil y describe las características principales de los hombres en ese estado.

Es así como Hobbes concibe al hombre como malo por naturaleza, siendo los individuos como lobos que se atacan entre sí persiguiendo fines egoístas. El individuo para Hobbes es un ser de deseo animado por un gran egoísmo para adquirir lo que quiere poseer. Ese deseo es connatural al hombre, es un deseo de preservación de la propia vida, y al ser los bienes escasos los individuos luchan entre sí por la supervivencia.

En este sentido podemos entender a ese deseo como un deseo indefinido de poder, entendiendo a este como los medios potenciales con los que cuenta el hombre para conseguir el objeto que desea al cual considera necesario para su preservación biológica. Y como este deseo egoísta se manifiesta en todos los individuos, éstos rivalizan entre sí entrando en un estado de guerra interindividual en el estado de naturaleza, del cual podrán salir solo a través del pacto de cada hombre con cada hombre.

Según Leo Strauss, lo que diferencia el pesimismo antropológico de Hobbes del de Maquiavelo es que para el filósofo inglés “la pasión que debe ser la base de la enseñanza política es el temor a la muerte violenta” (Strauss; 298).

Hobbes comprende que la condición natural de los hombres es la guerra, que se produce por la capacidad igualitaria de los hombres para matar sumado a los recursos escasos que existen para lograr su supervivencia. La desconfianza, el miedo, la competencia y la búsqueda de gloria son las causas que provocan la conflictividad interindividual permanente en ese estado de naturaleza hobbesiano.

En el estado de naturaleza se da una permanente guerra preventiva, como producto de la desconfianza de los hombres, donde cada uno ataca al otro para no ser atacado, ya que es muy difícil poder descifrar con éxito los deseos de los otros individuos, es decir, sus verdaderas intenciones.

Esta conflictividad que describe Hobbes sólo puede ser solucionada con el Pacto, que institucionaliza y concentra la violencia en el Estado, quién se convierte en el garante de la seguridad de los individuos y de la paz social al entregar éstos todos sus derechos y su voluntad al dios mortal, el Leviatán.

El Pacto es irrevocable y los individuos deben acatar al soberano absoluto en todas sus decisiones. El poder central del Estado con su monopolio de la violencia intimida y desanima a cualquier hombre que quiera revelarse contra él.

Como sostiene Fernández Vega “La ausencia de amenaza de muerte centralizada, de miedo social a un soberano, representa justamente lo opuesto a la sociedad constituida: el estado de naturaleza como guerra igualitaria, interindividual, protagonizada por hombres naturalmente inclinados al mal” (Fernández Vega; 2005: 39).

Se conforma así el Estado Civil bajo el poder de un soberano detentador de los derechos de cada hombre a gobernarse. Este Estado termina con el estado de guerra interindividual al obedecer al soberano por el temor que inspira la concentración absoluta de su poder.

Lo que tendríamos que preguntarnos y vamos a intentar responder a continuación es: ¿Si realmente este estado de naturaleza desaparece con la constitución del poder civil o, si por el contrario, permanece? y; ¿Si la conflictividad interindividual propia del estado de naturaleza se desplaza o no a una conflictividad interestatal una vez conformado el estado civil?

La primera respuesta que podemos ensayar es que ese estado de naturaleza descripto por Hobbes está presente también en la condición interestatal, señalándolo como un estado de guerra potencial perpetua. Esto es afirmado por el filósofo inglés de manera explícita en su capítulo XXI del Leviatán, al tratar la temática de la libertad y expresar que los únicos que pueden preservar su libertad son los Estados.

Lo que también podemos observar es la asimetría existente en Hobbes entre el tratamiento que le da a la guerra civil y a la guerra interestatal, que es lo mismo que decir, por lo que sostuvimos anteriormente, entre la salida hobbesiana del estado de naturaleza cuando éste es una condición interindividual, y la permanencia hobbesiana en el estado de naturaleza cuando éste es una condición interestatal.

En el ámbito de las relaciones interestatales podemos apreciar que Hobbes no prescribe a los Estados la obligación de pactar como si lo hace con los individuos para salir del estado de naturaleza. Si nos preguntáramos acerca del por qué de esto podríamos llegar a la conclusión de que si Hobbes establecería la obligación de pactar a los Estados como lo hace con los individuos, su teoría carecería de sentido y el Estado dejaría de existir, al perder una de las principales condiciones que le dan existencia según su teoría, como es la libertad.

Como explica Naishtat “el estado no puede para Hobbes declinar sus derechos sin perder la condición de tal. Sería lógico que entonces los estados busquen su supervivencia a través de una lógica de la hegemonía y del poder, y no a través de la lógica del consenso contractual” (Naishtat; 2000: 10)

Anteriormente habíamos sostenido que tanto los individuos como los Estados actuaban por la necesidad de autopreservarse, pero deberíamos aclarar que en la búsqueda de ese objetivo de supervivencia hay una diferencia sustancial entre los individuos y los Estados, ya que los individuos lo consiguen a través de la racionalidad consensual del contrato y los Estados, en cambio, a través de una búsqueda de hegemonía.

En el estado de naturaleza interindividual los hombres son iguales en derechos y condiciones, por lo tanto se transforma en una situación intolerable de guerra generalizada y permanente, hasta tanto no se constituya la sociedad civil. En cambio, en el estado de naturaleza interestatal los Estados de la comunidad internacional tienen los mismos derechos pero no las mismas condiciones, ya que hay estados débiles y otros poderosos, lo que genera para Hobbes una situación de tolerancia.

Esto nos permite entender que el estado de guerra interindividual no se termina sino que se seculariza y se traspasa del plano civil, donde queda deslegitimada por el monopolio de la violencia estatal, al ámbito interestatal, donde la guerra se transforma en natural y legítima, es decir, que se tolera la guerra por la desigualdad de poder entre los Estados, lo que hace que se reconozca no solamente la conflictividad interestatal sino también el pluralismo de Estados soberanos.
ROUSSEAU Y LA GUERRA COMO ESCÁNDALO MORAL.
La ubicación de la guerra interestatal en un plano extramoral justificado a través de la razón de estado tiene su origen en el pensamiento maquiavélico y hobbesiano. Los pensadores iluministas y sobre todo, entre ellos, Juan Jacobo Rousseau e Immanuel Kant, criticaron esta concepción.

Rousseau no desarrolló una filosofía exclusiva y completa acerca de las relaciones entre los Estados, aunque en varios textos diseminados podemos encontrar su concepción acerca de la guerra y la paz, concepción que va a cobrar trascendencia a partir de su influencia en la visión kantiana del derecho de gentes.

Si bien Rousseau concibe un estado de naturaleza como presupuesto filosófico para el nacimiento del estado civil al igual que Hobbes, al contrario que éste, no ve en la condición humana un estado de guerra sino que su estado de naturaleza es un estado pacífico, ya que los hombres no tenían ningún motivo valedero para combatirse unos con otros.

Para Rousseau el estado de guerra nace con la civilización, que corrompe al hombre a partir de la instauración de la propiedad privada, es decir, a partir del paso de estado de naturaleza a la constitución de la sociedad civil. En este punto coincide Rousseau con Hobbes, aunque “no sin reprocharle haber confundido este estado civil de hecho, engendro de la degradación del estado de naturaleza, con el estado de naturaleza” (Truyol y Serra; 1995: 49).

Con el Contrato Social se crea la tercera fase de asociación entre los individuos dando origen a la sociedad civil legítima o de derecho, estableciendo también una paz civil dentro de cada Estado pero esto no puede modificar la pluralidad de Estados soberanos en guerra latente entre sí.

El Contrato Social al reemplazar la violencia privada interindividual por la violencia interestatal, en la perspectiva roussoniana se refleja que se agravó la condición humana.

Rousseau en su análisis de las relaciones internacionales considera a la guerra como perturbadora por los males que provoca y por los impactos negativos que se reflejan en la política interior de los países.

Para Rousseau el estado de guerra interestatal es un escándalo moral porque “es la prueba, y en gran medida la causa, del fracaso de los esfuerzos de los hombres para realizar su desarrollo moral en el seno de la sociedad civil” (Hoffman; 1965: 210).

Este último aspecto destacado por Hoffman va a ejercer mucha influencia en la visión moral de la problemática de la guerra y la paz en el pensamiento de Kant.

A pesar del diagnóstico de la problemática planteada por Rousseau y de su condena moral a la guerra interestatal, a diferencia de Kant, el pensador ginebrino le otorgó un papel muy irrelevante al derecho internacional como vía posible de solución a la guerra. Tampoco comparte con Kant la perspectiva de la necesidad del comercio entre los Estados como fomento de vínculos internacionales de paz.

A diferencia de Kant, Hobbes consideraba inevitable y tolerable la situación de guerra interestatal, y el propio Rousseau parecía más bien resignado a ese escenario de guerra latente entre los Estados, lo que lo llevó a descreer de cualquier especie de Estado universal y cosmopolita, pero sobre todo por su desconfianza a los monarcas europeos que dirigían a esos países.

Este pensamiento de Rousseau se ve claramente reflejado en la valoración que hace de las ideas del abate Saint Pierre, quién creía en la formación de un Estado universal como medio de alcanzar la paz entre los Estados. En este sentido Rousseau va a distinguir dos tipos de intereses en los monarcas, el interés real y el aparente. El primer interés se encontraría en la paz perpetua y el segundo en la independencia total. Sostiene Rousseau que “Los reyes, o quienes ocupan sus funciones solo se ocupan de dos objetivos: extender su dominio hacia el exterior y hacerlo más absoluto hacia el interior. Toda otra meta, se orienta a una de aquellas dos, o únicamente le sirve de pretexto” (Rousseau; 2004: 37).

Lo que quiere significar Rousseau con esto es que los objetivos no los eligen los reyes, sino que ya vienen dados, por el simple hecho de ser consustanciales a la noción de soberano. Por esta misma causa la esencia de ser soberano es lo que hace que la Paz Perpetua a través de una Confederación universal no se puede lograr, los reyes no se lo plantean nunca, salvo por conveniencia política, para conseguir alguno de esos dos objetivos ya dados. En esta visión más pesimista de las relaciones internacionales se diferencia Rousseau tanto del abate de Saint Pierre como de su sucesor Kant.

Rousseau señala que una paz perpetua no tiene viabilidad haciendo gala de su pensamiento pre romántico, al sostener que “el ser humano no se rige por la razón sino por las pasiones” (Rousseau; 2004: 43). Y precisamente esas pasiones en los hombres y Estados poderosos son las que no permiten realizar una empresa de este tipo.

El pensamiento del ginebrino coincide en este punto de cierta forma con Hobbes, al considerar que si el Estado se uniera en una Confederación pacífica perdería su esencia, se disolvería, es decir, no tendría como justificar su existencia, ya que perdería parte de su libertad y poder.

Rousseau va a personalizar el fracaso de un proyecto de paz cosmopolita y universal en los reyes y sus ministros, al sostener que para ellos la guerra es necesaria. Por eso la inviabilidad del proyecto es más culpa de que quiénes adoptan ese proyecto, de los que gobiernan que de las pasiones de todos los hombres.

Tal vez el principal error de Rousseau sea personalizar el fracaso de este tipo de proyectos en los monarcas y sus ministros, ya que al pasar la soberanía al pueblo a través de la voluntad general, tampoco se llevó a cabo un proyecto de paz universal, porque los objetivos del Estado van a seguir siendo los mismos gobierne quién lo gobierne al mismo.

KANT Y LA PAZ PERPETUA ENTRE LOS ESTADOS.


Por su parte, Kant, aunque por motivos diferentes, coincide con Hobbes en que la lucha entre los individuos se debe a su esencia natural belicosa. En el estado de naturaleza kantiano también prevalece la violencia entre los hombres, ya que la paz no es natural a ese estado. Kant va a fundamentar su rechazo a la guerra desde presupuestos normativos, ya que no concibe a la paz entre los estados como un anhelo moral sino que la piensa desde una óptica jurídica.

A pesar de esta tímida coincidencia entre el estado de naturaleza hobbesiano con el kantiano debemos marcar las importantes diferencias que existen entre uno y otro.

Para Kant el estado de naturaleza no es un estado necesariamente solitario, ya que pueden existir sociedades legales menores en ese estado de naturaleza. Además en el estado de naturaleza que concibe Kant “el derecho privado como distinción del mío y del tuyo exterior, aunque no sea efectivo en cuanto no se integra en el derecho público, tiene una presunción jurídica” (Braz; 2003: 18). Es decir, que para Kant, es posible la existencia del derecho privado previo e independiente a la constitución de la sociedad civil.

Kant establece que en el traspaso del estado de naturaleza a la creación de la sociedad civil la libertad natural de los hombres se transforma en una libertad civil garantizada por el poder coercitivo y monopólico que tiene el Estado a partir de la sanción de leyes de derecho público, otorgándole de ese modo efectividad al derecho privado.

El filósofo alemán se opone a la tesis de Hobbes, al sostener que el estado civil no va a erradicar el estado implícito de guerra en las relaciones internacionales, donde va a permanecer el estado de naturaleza de guerra interestatal y eso no es algo tolerable.

Kant sostiene que los Estados viven en un estado de naturaleza jurídico en sus relaciones con otros Estados, es decir, en un estado de guerra donde gobierna el derecho del más fuerte sobre los más débiles, aunque es necesario aclarar que para Kant ese estado de naturaleza no se trata necesariamente de un estado de guerra permanente sino de un estado contrario al derecho.

El filósofo alemán creía que el derecho a la guerra, que es inherente al estado de naturaleza en las relaciones internacionales, debía ejercitarse de una forma en la que quede abierta la posibilidad de que siempre se pueda salir de esa situación de guerra, para que de esa manera no se destruya la confianza en la futura paz (Kant; 2006: Sección 2da; segundo artículo definitivo).

Kant admite que la guerra preventiva es totalmente lícita en caso de peligro grave o de amenaza al equilibrio internacional imperante. Aunque rechaza de forma tajante que el fin de la guerra sea la dominación o el exterminio de otro Estado. Sólo sostiene que al fin de una guerra se le puede obligar al enemigo a suministrarle indemnizaciones en forma de suministros y contribuciones, pero una vez que acaban las hostilidad del conflicto y el enemigo cumplió con las indemnizaciones correspondientes no se le puede volver a exigir nada más, porque eso equivaldría a la imposición de una pena insostenible al otro Estado, lo que provocaría futuros recelos y deseos de revancha. Así podemos notar como a lo largo de las principales guerras del siglo XX no se le hizo caso a esta concepción kantiana, provocando males futuros para la civilización.

Partiendo de este diagnóstico pesimista pero real Kant comienza a buscar las posibles soluciones a la salida de ese estado de naturaleza interestatal donde prevalece la guerra entre los estados, encontrándola en una especie de estado cosmopolita, una unión legal y universal de Estados, que haga posible la efectivización de la paz como un deber, como un fin último del derecho.

La institucionalización de la paz es pensada por Kant a través de una federación internacional de Estados, donde los estados que se asociaban aceptaban voluntariamente la creación de un orden normativo universal en lo referido a la guerra y paz entre ellos. Kant sostenía que los derechos de los Estados en esta federación universal se basaban exclusivamente en relaciones de reconocimiento entre soberanos. En el esquema kantiano la legitimidad internacional de un Estado estaba ligada a que éste actuara de acuerdo al derecho internacional.

El argumento básico y principal de Kant en La Paz Perpetua era que si los Estados se sometieran voluntariamente a las reglas internacionales la sociedad internacional se volvería mucho más pacífica y todos los Estados saldrían beneficiados. Como sostiene Habermas La Paz Perpetua era “un intento de diseñar un orden legal que, como los órdenes legales domésticos, resultara en una abolición de la guerra” (Habermas; 1997: 114).

Debemos mencionar que a pesar de esta concepción kantiana de paz universal Kant se mostraba bastante escéptico con respecto a su realización efectiva, por lo menos en su época.

También tenemos que establecer el carácter pragmático de Kant más allá de su idealismo militante, sobre todo en lo referido a la legalización de las relaciones internacionales, ya que era consciente que la guerra entorpecía la libre circulación de personas y bienes, factor que para Kant constituía una de las principales causas de los déficit fiscales de varios Estados europeos. Este pragmatismo de Kant se ve reflejado también en otros pacifistas del Iluminismo, ya que se consideraba al comercio entre los Estados como un factor fundamental a la hora de mantener la paz entre ellos.

Debemos aclarar también que si bien Kant condena a las guerras colonialistas de su época llevadas a cabo por Estados europeos en su afán depredador, también las considera en cierta forma positiva ya que “esas conquistas producen efectos civilizatorios” (Bobbio; 1984: 305), sumando tierras vírgenes fértiles donde puede impregnar la cultura iluminista para la futura creación de un Estado cosmopolita y armónico.

Para explicar cómo se llega al Estado mundial Kant vuelve a utilizar como presupuesto filosófico la noción misma de la naturaleza humana, sosteniendo que gracias a ella la humanidad va a progresar en la historia hasta llegar a conseguir la paz perpetua. Es decir, que Kant brinda una solución justo donde el pensamiento de Maquiavelo, Hobbes y Rousseau se frenan, superando la cosmovisión de estos.

Y la superación kantiana tiene que ver con la noción de progreso que es propia de la época iluminista en la que el filósofo alemán vivió y escribió. Para Hobbes le es imposible en su siglo de guerras civiles inglesas y de guerras religiosas europeas poder concebir la lógica del progreso. A Hobbes, por ejemplo, sólo le es posible fundamentar y legitimar un régimen ya existente en su época, como fue la Monarquía Absoluta y no una salida a la situación de guerra interestatal.

Para justificar la afirmación de que gracias a la naturaleza humana se puede llegar a la paz perpetua, a través del progreso de la historia, Kant sostiene que los hombres tienen entre sí sentimientos de atracción y repulsa, en tensión constante, lo que hace nacer lo que va a denominar “insociable sociabilidad”, ya que el hombre es social y antisocial a la vez.

Kant nos ilustra acerca de esta noción cuando afirma en su obra “Idea de una Historia universal en sentido cosmopolita” que:

“El medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el Antagonismo de las mismas en sociedad, en la medida en que ese antagonismo se convierte a la postre en la causa de un orden legal de aquellas. Entiendo en este caso por antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres, es decir, su inclinación a formar sociedad que, sin embargo, va unida a una resistencia constante que amenaza perpetuamente con disolverla” (Kant; 2006: 33).

Así podemos ver como Kant le otorga a la naturaleza humana un rol fundamental como motor de la historia. Y la guerra tiene también, de acuerdo a esta concepción, un papel preponderante en el progreso de la humanidad y en la consecución de la paz perpetua entre los estados a través de la creación de un Estado mundial cosmopolita, ya que ante la amenaza de guerra, los hombres, en cierta forma reacios a asociarse, debieron formar la sociedad civil primero para mantener la armonía y la paz social, y luego los propios Estados se vieron obligados a aliarse entre sí para firmar una paz duradera.

Esto nos permite afirmar, de acuerdo a la concepción kantiana, que la guerra produce una situación insostenible para la vida y lo positivo de la guerra es que dada esa situación los hombres se ven obligados a buscar refugio en la ley y en la comunidad interna e internacional.

Para finalizar vamos a citar un párrafo de “Sobre la Paz Perpetua” donde Kant expresa su aporte práctico a la consecución de una paz interestatal permanente a partir del conocimiento de la naturaleza humana. Kant sostiene que:

“De esta manera garantiza la naturaleza, mediante el mecanismo de las mismas inclinaciones humanas, la paz perpetua; ciertamente con una seguridad que no es suficiente para profetizar el futuro de la misma, pero que desde el punto de vista práctico basta y convierte en deber el coadyuvar a alcanzar este fin no meramente quimérico” (Kant; 2005: Último párrafo de la adición primera).

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