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JUAN PABLO ZABALA (JPZ)

LA HUELLA DEL MUNDO

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jueves, 15 de julio de 2010

KIRGUISTÁN 2010: UN PAÍS ATRAPADO ENTRE LA CRISIS POLÍTICA, LOS CONFLICTOS ÉTNICOS Y LOS INTERESES DE LAS PRINCIPALES POTENCIAS.

KIRGUISTÁN 2010:
UN PAÍS ATRAPADO ENTRE LA CRISIS POLÍTICA, LOS CONFLICTOS ÉTNICOS Y LOS INTERESES DE LAS PRINCIPALES POTENCIAS.


Kirguistán, el pequeño país centroasiático independizado tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, vive por estos días una de sus peores crisis como estado independiente.

En sus primeros años como estado soberano, Kirguistán siguió el mismo camino que el resto de los estados vecinos de la región, a saber: graves crisis económicas estructurales, elecciones fraudulentas, desigualdad social, aumento de la pobreza, luchas interétnicas, presidentes (ex líderes comunistas locales) que se enquistan en el poder y actúan como dictadores suprimiendo libertades y oprimiendo a las minorías, entre otros males.

En el caso de Kirguistán se nombró primer presidente al ex líder comunista Askar Akayev, quién estableció una dictadura y permaneció en el poder hasta que la llamada Revolución de los Tulipanes lo derrocó en febrero de 2005, siendo reemplazado por Kurmanbek Bakíyev en la presidencia.

Esta revolución pacífica (similar a varias que ocurrieron antes y después del 2005 en algunos países de la región) significó un cambio de rumbo con respecto a la orientación de política interna y exterior del país, o por lo menos ese era el sueño de los líderes que la comandaron.

Hasta el año 2005 el país seguía permaneciendo en líneas generales, aunque coqueteando con Estados Unidos, bajo la influencia de Rusia, pero la Revolución de los Tulipanes realizada en nombre de la “democracia” y de la “libertad”, sustituyó a dirigentes pro rusos por líderes más favorables a los intereses de la OTAN, y por lo tanto, más afines a la política norteamericana.

De más está comentar que estas “revoluciones de color” en los países de Asia Central fueron organizadas y fomentadas desde occidente para ganar terreno en el gran tablero euroasiático, oportunidad surgida y aprovechada por los Estados Unidos en ocasión de la invasión militar a Afganistán, luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001.

La primera jugada norteamericana para ganar influencia en la región fue la instalación de bases militares (como la de Manás en Kirguistán) en los países vecinos de Afganistán para la lucha contra los talibanes y Al Qaeda.

De esa forma pudieron hacer base para la consecución de futuros objetivos tales como el control de los recursos petrolíferos y gasíferos, que abundan en esta región. Aunque para cumplir con esos intereses debían promover gobiernos más afines a su política, restándole en el juego regional, algunos peones a los rusos, justamente en su espacio de influencia histórica.

Tal vez debemos considerar que el apoyo de Estados Unidos a la Revolución de los Tulipanes estuvo enmarcado en la intensificación de las tensiones entre Estados Unidos y China.

La política exterior de Pekín había fijado su atención en el norte, al interesarse en la participación de la construcción de un oleoducto conjunto con Rusia, de quién consiguió que se le conceda una ampliación de la cuota de trabajadores chinos en su territorio, a cambio de apoyar el ingreso de la Federación Rusa a la OMC.

Además China estaba intentando realizar acercamientos y guiños cómplices al desarrollo nuclear tanto de Corea del Norte como de Irán.

Ante esta política exterior china hacia esos países, Estados Unidos decidió mover el tablero en los países de Asia Central, para volcar la situación de esa región a favor de sus intereses.

De esta forma, las esperanzas provocadas en el pueblo por la Revolución de los Tulipanes comenzaron a venirse a pique, no sólo por el intento de caotización llevado adelante por las potencias occidentales, para conseguir ventajas económicas y geopolíticas, sino también porque el gobierno de Bakíyev no cumplió con los objetivos propuestos en 2005, al no combatir la corrupción, no elevar el nivel de vida de los pobres en Kirguistán (casi el 60 % de la población), ni dejar de practicar el fraude electoral ni la persecución sistemática a los líderes opositores.

Todo esto contribuyó a elevar el malestar social y provocó la inminente salida del presidente kirguís en abril de este año, luego de una violenta protesta con gran acogida popular. Luego de estos hechos, y ante el exilio del presidente Bakíyev en Bielorrusia y su negativa a la renuncia formal a su cargo, la ex Ministra de Asuntos Exteriores, Rosa Otunbáyeva, asumió la presidencia interina de Kirguistán.

En un intento por conseguir una mayor legitimidad, la presidente convocó a la población para un plebiscito para el 27 de Junio del presente año, donde se promovía una nueva constitución de corte republicana y parlamentaria, junto con la confirmación de su mandato interino hasta noviembre de 2011.

Pero antes de esa fecha, más precisamente el 10 y el 11 de Junio, surgieron acontecimientos violentos, que dejaron un saldo no oficial de más 250 muertos, y que volvieron a poner en primera plana los conflictos étnicos entre los uzbecos y los kirguises en el sur del país.

Vale la pena mencionar que esos conflictos fueron fomentados tanto desde adentro como desde fuera de Kirguistán. El gobierno de Otunbáyeva ha acusado al presidente exiliado Bakíyev y a sus seguidores de haber provocado los disturbios en las ciudades sureñas de Osh y Jalalabad, bastiones de lo que le queda de poder.

Aunque también se cree que los servicios secretos del gobierno de Kirguistán tuvieron una participación activa en los enfrentamientos al facilitarles a los ciudadanos de etnia kirguís todo tipo de armamento en detrimento de los habitantes de etnia uzbeka.

También debemos destacar las acusaciones vertidas por el gobierno de Kirguistán hacia el grupo fundamentalista del “Movimiento Islámico de Uzbekistán MIU”, uno de los principales grupos que operan en la región de Asia Central, y a quiénes muchas veces se los asoció al régimen de Bakíyev.

Esto también nos da la pauta que detrás de los conflictos étnicos existe un trasfondo político con claras intenciones desestabilizadoras para el gobierno de Otunbáyeva, la primera presidente mujer en un país de la región de Asia Central.

En situación muy complicada y vacilante está Uzbekistán. Su presidente, Islam Karímov, no ha querido dar un paso en falso, pese a las presiones de sus nacionalistas para que defienda a los uzbekos de Kirguizistán. El régimen de mano dura de Uzbekistán teme a los ciudadanos kirguises de etnia uzbeka, que están acostumbrados a un clima de libertad tanto política como religiosa, lo que probablemente le traería futuros inconvenientes políticos.

Para apreciar la magnitud del conflicto étnico debemos conocer que la comunidad uzbeka ocupa un 14% de los 5,2 millones de habitantes de Kirguistán, aunque en el sur la concentración es mucho mayor y en algunos distritos supera el 90%. La comunidad uzbeka, de tradición agraria y comercial, es percibida como más adinerada por los kirguises, de tradición nómada.

Si a esta situación le sumamos que el gobierno kirguís ha desoído las reivindicaciones de los uzbekos para que la constitución sometida a plebiscito reconozca el derecho de la minoría uzbeka a institucionalizar su propia lengua como oficial en sus zonas de residencia en el sur de Kirguistán, vemos que el panorama se complica aún más.

En este contexto, la posición de la ex metrópoli es bastante ambigua, ya que por un lado juega a dos puntas al tener correctas relaciones con la nueva presidente y, a su vez, protege al presidente derrocado Bakíyev en su exilio en Bielorrusia. Pero por otro lado, el no envío de tropas por parte de Rusia y las duras declaraciones del presidente Medvédev, sosteniendo que Kirguistán es un estado totalmente dividido étnicamente y muy difícil de gobernar, parece que Rusia está apoyando el proceso de caotización total, para que Kirguistán se vuelque definitivamente sobre su lado y se aleje de la esfera de influencia estadounidense y china.

Finalmente, y a pesar de todas las circunstancias adversas que describimos en las líneas anteriores, se llevó a cabo el plebiscito el último 27 de Junio, con resultados que llegaron al 90% de aprobación del proyecto gubernamental, y con un alto nivel de participación popular.

A pesar de este alivio momentáneo para el gobierno, cabría preguntarse si: ¿estos acontecimientos violentos son parte necesaria del proceso democrático en Kirguistán o constituyen una muestra más de la debilidad estructural de los estados centroasiáticos, con escasa experiencia en autogobierno, producto de sus tardías independencias?

Las respuestas no podemos darlas con certezas, ya que la crisis actual de Kirguistán todavía está en sus fases iniciales, pero si prometemos realizar un seguimiento de la situación, para futuras líneas de interpretación.


                                                                                                                              JPZ

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