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JUAN PABLO ZABALA (JPZ)

LA HUELLA DEL MUNDO

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JPZ

jueves, 8 de julio de 2010

LOS NEOCONSERVADORES Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADOS UNIDOS (I)

La primera corriente neoconservadora: el neoconservadurismo antiguo (1940-1964).

Estos primeros neoconservadores se desenvolvieron intelectualmente entre la década de 1940 y la de 1960, aunque tuvieron una nula influencia en las administraciones norteamericanas de esos años, dominadas por los demócratas liberales o por la administración republicana de Eisenhower, que tanto en política interna como exterior estaba más cerca de los demócratas liberales de Roosevelt y Truman que de la nueva derecha que estaba surgiendo alrededor del Senador republicano Taft.

Esta primera generación de neoconservadores miraba para Europa a la hora de buscar una identidad común, ya que existía en ellos una relativa falta de interés por el pasado norteamericano. Esta vuelta a Europa en busca de inspiración tal vez se deba a su oposición a lo que ellos consideraban la decadencia de la sociedad norteamericana ocasionada por líderes demagógicos en su época. Eran opositores a la cultura de masas, al hombre común y a la democracia liberal.

Su principal identidad era la occidental por encima de la estadounidense, y esto tal vez esté relacionado con la influencia que ejercieron en estos nuevos conservadores la gran cantidad de refugiados de los totalitarismos del siglo XX que encontraron en su migración a los Estados Unidos un lugar para vivir en paz y libertad, y seguir desarrollándose intelectualmente, como Leo Strauss, Eric Voegelin y John Lucaks, entre otros.

Algo que llama la atención es que estos primeros neoconservadores eran en su mayoría católicos, que entraron en tensión con otros grupos religiosos norteamericanos. Ser católico y conservador en los Estados Unidos era una posición muy minoritaria todavía para los años 40, ambos eran dejados de lado ya que el acceso al poder por esos años estaba monopolizado por los liberales y protestantes. Esto puede explicar, creemos, en parte, la asimilación del catolicismo por los primeros neoconservadores.

El renacimiento conservador comienza a darse en el período de la segunda posguerra a partir de 1945, aunque debemos distinguir dos grupos claramente identificables y diferenciados entre sí dentro del conservadorismo de esos años: por un lado los llamados “conservadores libertarios” y por otro los “neoconservadores” o “conservadores éticos”.

Ambos grupos compartían la condena al totalitarismo y al colectivismo, ambos defendían la propiedad privada, la descentralización y la libre economía. Ambos eran elitistas, desconfiaban de los movimientos de masas y creían que las mismas eran ineducables.

A pesar de estos rasgos comunes a ambos tipos de conservadorismo debemos marcar las importantes diferencias que existían entre los dos grupos. Los libertarios tendían a enfatizar los argumentos económicos en contra del Estado, en cambio a los neoconservadores les preocupaban más las consecuencias éticas y espirituales del accionar estatal, ya que se interesaban muy poco por la economía. Eran sobre todo críticos sociales y culturales que abogaban por la recuperación de los valores tradicionales.

Los libertarios afirmaban la libertad y los derechos de los individuos, en cambio a los neoconservadores le interesaban más el deber ser del individuo y su forma de actuar en la comunidad.

Las raíces intelectuales del conservadorismo anticomunista de los Estados Unidos desde 1945, se hallan en sus opiniones acerca de lo sucedido en el país y en el mundo durante la década de 1930.

Para los libertarios los años 30 habían sido una época de colectivismo y Gran Gobierno. En cambio para los neoconservadores “fue una época de nihilismo filosófico, totalitarismo, y del perturbador surgimiento del hombre-masa” (Nash; 1978: 114).

El movimiento neoconservador puede interpretarse entre 1933 y 1945 como una alternativa del desarrollo político y económico del New Deal. Estos neoconservadores se opusieron a las reformas económicas y sociales de la Administración de Roosevelt. Aborrecían el keynesianismo de la economía demócrata, pedían por la disminución de los impuestos y por un papel libre de las fuerzas del mercado.

También criticaban la orientación internacional de su política exterior, ya que propugnaban un nuevo aislacionismo. Esta postura aislacionista se va a ver reflejada dentro del partido republicano a partir de 1938 por el Senador por Ohio, Robert Taft. Dentro de sus ideas, seguidas por los partidarios del ala más derechista de su partido, estaba la noción de “Fortaleza América”, cuya tesis central sostenía que los Estados Unidos no tenían intereses vitales en Europa y por eso se opusieron a la intervención norteamericana en la Segunda Guerra Mundial. Luego, en la segunda posguerra, Taft se opuso y criticó la participación estadounidense en la OTAN, ya que consideraba que era una organización que implicaba compromisos militares de largo plazo, lo que acarrearía gastos excesivos para su país y le quitaba posibilidad de maniobra internacional.

Aunque debemos reconocer que ya para 1953 año de la muerte del senador Taft, eran muy pocos los neoconservadores que seguían siendo partidarios de una política exterior aislacionista, dando un vuelco impresionante a su visión de las relaciones exteriores que debían tener los Estados Unidos.

Los neoconservadores, en su ferviente anticomunismo militante seguían realizando todo tipo de críticas a los formuladores de la política exterior de Estados Unidos, lo que hacía que critiquen por igual a Kennan, Roosevelt, Lippman, Acheson, Eisenhower, Truman, Dulles, entre otros, pero ya no por su internacionalismo liberal sino por mantener una política que ellos consideraban como de pasivo entreguismo ante el imperio soviético.

En este sentido, la opinión común era considerar que los liberales demócratas o partidarios de Eisenhower estaban contaminados o por la ignorancia o por el pro-comunismo.

La mayoría de ellos coincidía en la necesidad de trascender la contención y de buscar lo que ellos denominaban la liberación a través del derrocamiento del régimen de terror estalinista. Esta es una de las máximas del neoconservadurismo, referida a la superioridad moral del régimen estadounidense debido a la noción histórica de la “excepcionalidad”, que nos llega hasta la actualidad y la cual es legada por la tercera generación de neoconservadores, que se ve claramente reflejada en la invasión a Irak y en el posterior derrocamiento de Sadam Hussein.

Quién va a elaborar una teoría para la victoria estadounidense en la Guerra Fría y va a introducir vagas nociones de la creación de un imperio norteamericano, en la temprana primera década de posguerra, va a ser un ex trotskista de la década de 1930, convertido como tantos otros en neoconservador hacia 1940, James Burnham.

Su obra va a estar influenciada por Arnold Toynbee y sobre todo por las ideas geopolíticas de Halford Mackinder.

Burnham partía de la idea de que la Tercera Guerra Mundial ya era un hecho y que los comunistas deseaban el poder total, la conquista del mundo, lo que significaría la destrucción de los principales valores de la civilización occidental. Los Estados Unidos debían abandonar la idea de que el objetivo del mundo es la paz y de que todos los países son iguales. Propugnaba la intervención estadounidense en los asuntos internos de otros países, utilizando una propaganda mundial masiva y ayudando a los aliados estadounidenses, negando todo tipo de ayuda y acercamiento a los países del bloque comunista. Creía que era necesario prohibir el movimiento comunista al interior de Estados Unidos, algo que se aplicó de manera paranoica en la caza de brujas del senador Mc Carthy y sus seguidores.

Burnham sostenía que “la realidad es que la única alternativa que existe ante un Imperio Mundial comunista es un Imperio Norteamericano que, si bien no será literalmente mundial, será capaz de ejercer un control mundial decisivo…Estados Unidos no puede evitar construir un imperio” (Rossiter; 1982: 95).

El neoconservadurismo de los años 50 se reflejaba en la concepción de Burnham, al compartir la creencia de que no iba a desaparecer el peligro de una guerra a gran escala si no se derrocaba al régimen soviético y si no se intentaba volver impotente al comunismo mundial.

La propuesta de Burnham se basaba en una estrategia ofensiva en Europa Oriental para llevar el conflicto a la base del enemigo utilizando a los refugiados y a los movimientos de resistencia al comunismo de los países detrás de la Cortina de Hierro.

Cabe destacar que muchas de sus ideas fueron retomadas por una nueva generación de neoconservadores que tuvieron gran incidencia en la formulación de la política exterior durante el gobierno de Ronald Reagan.

Muchos críticos del neoconservadurismo actual asimilan las ideas de este movimiento a la cruzada anticomunista de Mc Carthy en plena Guerra Fría, aunque esto es más una vaga generalización que algo verdaderamente cierto, ya que no muchos conservadores intelectuales y tradicionalistas participaron de las ideas y acciones del macartismo, ya que lo consideraban como neo-populista y amenazante para las libertades civiles, algo que se contrapone al elitismo clásico straussiano del movimiento neoconservador.

Esta visión se ve reflejada en las ideas de Will Herberg, un sociólogo de origen judío que empezó como trotskista en los años 30 en Nueva York al igual que Kristol y Podhoretz, entre otros, y que al igual que ellos viró hacia la derecha, aunque en tiempos más tempranos. Para Herberg, los seguidores del senador por Wisconsin eran la última forma de un amenazante fenómeno nacional “el gobierno por agitación del populacho”. En cierta forma, le echa la culpa al advenimiento de los medios masivos de comunicación, que son utilizados por los políticos, salteándose a las instituciones, para dirigirse a las masas. Creía que el macartismo era el nuevo representante de un populismo radical y xenófobo. (Rossiter; 1982:187).

En lo referente a la política exterior debemos mencionar nuevamente las ideas de James Burnham, quién va a protestar por la política exterior llevada adelante por Eisenhower y Kennedy, sobre todo por las acciones que los Estados Unidos desempeñaron en el proceso de descolonización iniciado a partir de la Conferencia de Bandung en 1955.

Al respecto, sostenía Burnham que “seducidos por términos como anticolonialismo y autodeterminación, los Estados Unidos, coaligados con unas Naciones Unidas irresponsables, habían estimulado la libertad de tribus africanas muy primitivas y poco preparadas y habían producido el caos, el comunismo y el neocolonialismo” (Nash; 1978: 330).

En este sentido, otro intelectual, al que algunos autores lo tildan de neoconservador, aunque muchas veces haya estado más cerca de los conservadores libertarios con sus posturas, como Frank Meyer, alegaba que lo inmoral era la retirada de Occidente de África y no su permanencia. Sostenía que no había que olvidar que la despreciada carga del hombre blanco representaba el propósito más elevado que el hombre haya tenido jamás en la historia, y esta misión según varios neoconservadores era la principal cruzada de Occidente. Según Meyer, la abdicación de esta cruzada significaba la decadencia y la penetración comunista en esos países. (Frank Meyer; 196: 218).

Para estos neoconservadores de fines de los años 50 y principios de los 60, la Organización de las Naciones Unidas constituía el principal blanco de las críticas del movimiento, y dentro de las Naciones Unidas el blanco principal era obviamente la Asamblea General, donde estaban representados todos los países.

Los neoconservadores criticaban la creencia liberal en la ONU como garante de la paz. Una postura común entre ellos era considerar que la Asamblea General, compuesta en su mayoría por países no alineados, tenía escasa influencia en las realidades del poder mundial. Creían que el poder y no las utópicas nociones igualitarias de “un país un voto” era lo que contaba en la política global.

Incluso a través de la revista National Review muchos neoconservadores llegaban a reclamar una actitud de indiferencia con las Naciones Unidas que se traduzca en la no participación de los Estados Unidos en las votaciones de la Asamblea General y en la disminución de la cooperación económica con el organismo. (Burnham; 1965: 20).

Por esos años, Daniel Patrick Moynihan, uno de los rostros más visibles de lo que en poco tiempo después se convertiría en el fenómeno de “Demócratas para Reagan”, inaugurando la larga marcha hacia el Partido Republicano, sostuvo en la revista Commentary que “las raíces del antiamericanismo europeo y tercermundista se encontraba en la Escuela Fabiana inglesa”; sostenía este autor que esa mentalidad era simultáneamente anticapitalista y antidemocrática, a veces, cuasi totalitaria, y que tenía una influencia condicionante sobre las decisiones de la ONU (Iribarne; 2007: 60).

Así podemos notar dos posiciones relevantes que se mantienen a lo largo de la trayectoria política de los neoconservadores como son la indiferencia ante las instituciones internacionales y la noción de cruzada para la defensa de los valores de occidente considerados como superiores.

                                                                                                               JPZ

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