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JUAN PABLO ZABALA (JPZ)

LA HUELLA DEL MUNDO

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JPZ

jueves, 8 de julio de 2010

LOS NEOCONSERVADORES Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADOS UNIDOS (II)

Segunda corriente de neoconservadores: el neoconservadurismo moderno (1964-1992).



Los cambios sociales y económicos llevados adelante por las administraciones demócratas de Kennedy y Johnson entre 1960 y 1969, sumado a la nueva cultura de la juventud pacifista y radicalizada en las universidades estadounidenses, más el fracaso norteamericano en la Guerra de Vietnam, hicieron que el movimiento conservador cobre un nuevo vigor, a partir de la formación de una nueva derecha en el seno del Partido Republicano.

Para explicar cómo estos cambios llevaron a la reorganización y consolidación del partido republicano en el escenario político de los Estados Unidos a través del impulso del denominado grupo de la nueva derecha, nos parece apropiado citar el libro de Micklethwait y Wooldridge, que al respecto nos dice: “Tres fuerzas se movían bajo la superficie del Estados Unidos de Eisenhower. La primera era la llegada de un grupo de empresarios intelectuales. La segunda era la creciente impaciencia del sur con el Partido Demócrata. Y la tercera era el cambio del centro de gravedad de Estados Unidos hacia el oeste y hacia el sur. Todas estas fuerzas confluyeron en Barry Goldwater” (Micklethwait y Wooldridge; 2006: 73).

La cuestión de la llegada de los empresarios intelectuales conservadores contribuyó de manera decisiva a la formación de este grupo, sobre todo por darle un marco institucional y medios donde las ideas de los conservadores en general y de los neoconservadores en particular puedan expresarse y tener llegada al gran público estadounidense. Se trataba en definitiva de pelearle un lugar a los medios liberales que eran la mayoría en el país para los años 50 y 60, y sobre todo ganar espacio académico en las universidades.

Desde el punto de vista económico se creó la Escuela de Chicago, que dio economistas de la talla de Milton Friedman, que reunió a todos los partidarios del libre mercado.

En el año 1954 se creó el Instituto Americano de la Empresa (AEI), que se convirtió en el principal refugio para varios neoconservadores de la segunda y la tercera generación. Hasta años recientes Irving Kristol era miembro del comité directivo de la institución.

También comenzaron a formarse expertos conservadores en política exterior durante los años 60 nucleados en el Centro de Estudios Estratégicos de Georgestown, en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford y en el Consejo Americano de Seguridad.

En cuanto a las revistas, la primera en aparecer fue “The National Review” fundada por Buckley en 1955, donde escribieron artículos y lo siguen haciendo los neoconservadores, aunque tiene una tendencia más cercana al tradicionalismo estadounidense de los postulados clásicos del conservadurismo.

En el año 1965 Irving Kristol va a fundar la revista “The Public Interest” dedicada exclusivamente a temas sociales y culturales de política interna, y veinte años después, en 1985, el mismo Kristol fundó la revista “The National Interest”, dedicada únicamente a la política exterior estadounidense, que sirvió de base de apoyo a la estrategia exterior del presidente Reagan.

Toda esta estructura institucional le otorgó al movimiento neoconservador una mayor dinámica y capacidad para influir con sus ideas en la sociedad de los Estados Unidos.

Por otro lado, los estados del sur de los Estados Unidos eran originariamente bastiones del Partido Demócrata, votados allí incluso por los conservadores de esas regiones.

El cambio de la intención de votos de muchos liberales demócratas hacia el Partido Republicano a fines de los años 60 comenzó gracias al aprovechamiento, por parte del candidato republicano Barry Goldwater en las elecciones de 1964, del usufructo del descontento de la población blanca de los estados del sur y del oeste hacia la política a favor de los derechos civiles y de la integración racial fomentadas por la Administración Kennedy y continuadas por el gobierno de Johnson, quién, a pesar de ese fenómeno, triunfó sobre el republicano en ese año.

Es necesario señalar también que la crisis de la educación universitaria aceleró la emergencia del neoconservadurismo como un movimiento homogéneo de intelectuales y cada vez más influyente en los círculos sociales y en la vida política del país.

Los neoconservadores atacaban lo que ellos consideraban los males del momento para la sociedad estadounidense: las protestas estudiantiles, la cultura hippie, el pacifismo, la radicalización de los alumnos universitarios y de los partidarios del liberalismo, el consumo de drogas y la pornografía en los campus de las universidades.

Otro de los destinatarios de las críticas neoconservadoras eran los medios masivos de comunicación, dominados por la izquierda. El propio Irving Kristol a partir de su revista “The Public Interest” criticaba la tendencia izquierdista de la mayoría de los canales televisivos, que en épocas eleccionarias apoyaban claramente a los candidatos liberales tratando las temáticas que más le convenía a los mismos. (Kristol; 1972: 88-89).

Como podemos notar, los factores que contribuyeron a la aparición de esta nueva derecha neoconservadora son muchos y variados, entre ellos la aparición del movimiento de los derechos civiles y de otros movimientos minoritarios que reclamaban por sus derechos y por el poder, y que hizo que los neoconservadores comenzaran a criticar esos ataques que ellos consideraban utópicos y que iban dirigidos en contra de los cimientos mismos de la civilización occidental.

Aunque no debemos dejar de lado a la hora de explicar el surgimiento de esta segunda corriente de neoconservadores, la importante influencia que ejerció la política exterior.

El paso definitivo de los liberales anticomunistas que tradicionalmente apoyaban al partido demócrata como Kristol, Handlin, Bell, entre otros, al conservadurismo se realizó al parecer en el decisivo año de 1972, cuando apoyaron la reelección del republicano Nixon que competía contra el demócrata Mc Govern.

El cambio de equipo se debe, tal vez, más allá de las revueltas estudiantiles y de la radicalización del partido demócrata en política interior con las ideas de la Gran Sociedad de Johnson y la Ley de Derechos Civiles, a la postura que adoptó en política exterior en la campaña preelectoral el candidato demócrata Mc Govern.

Su propuesta de política exterior parecía estar emparentada con la vuelta al aislacionismo liberal de los años treinta, tal vez por el influjo del desastre del internacionalismo liberal en Vietnam. Esto constituía una retirada del mundo por parte de los Estados Unidos, inaceptable para el movimiento neoconservador.

En 1972, muchos intelectuales judíos norteamericanos se habían desplazado de las filas del liberalismo hacia el neoconservadurismo. Al explicar las causas de este tránsito, Irving Kristol adujo que los judíos no se habían desplazado a la derecha por sí mismos. En cambio lo que ocurría era que la izquierda se había desplazado más a la izquierda. A diferencia de la vieja izquierda que era humanista, la nueva izquierda predicaba un absoluto desprecio por los valores liberales. Precisamente porque los judíos seguían comprometidos con esos valores liberales debían volverse conservadores. (Kristol; 1986: 127).

Es interesante apreciar en este sentido la observación de otro neoconservador, que ya nombramos en repetidas ocasiones, James Burnham, quien en 1972 sugirió que “aunque el desilusionado liberalismo se hallaba aún en un estado de transición, estaba destinado a desarrollarse hacia un enfoque más integral, aunque no necesariamente hacia un conservadorismo tradicional, que, en gran parte, también estaba obsoleto” (Nash; 1978: 416).

Como sostiene Kissinger en su obra cumbre “La Diplomacia” al referirse al ascenso del neoconservadurismo como un movimiento crítico de la política exterior de Nixon “a los conservadores tradicionales se les fueron uniendo gradualmente unos inesperados partidarios: los demócratas liberales, decididos anticomunistas, que se habían apartado de su partido por la ascendencia del ala radical. La candidatura de Mc Govern en 1972 había completado el desencanto de estos autodeclarados neoconservadores y la guerra de Medio Oriente de 1973 les dio la primera oportunidad de expresar con coherencia y en escala nacional, sus ideas sobre política exterior” (Kissinger; 1996: 738).

Kissinger afirma que la visión de los neoconservadores se reflejaba en la tradición del excepcionalismo estadounidense al insistir en que debía fijarse como objetivo la remodelación de la sociedad soviética (Kissinger; 1996: 739).

Esto significaba que los neoconservadores entendían a la política exterior como cruzada ideológica, y no tenían la visión geopolítica propia del realismo norteamericano. Los neoconservadores criticaban también la estrategia de reducción de armamentos de Nixon, por considerarla demasiado conciliatoria con la Unión Soviética, lo que pondría en peligro la superioridad militar norteamericana.

La crítica de los neoconservadores modernos hacia Kissinger durante la administración Nixon y luego en la de Ford son, en general, las mismas que hacían a Kennan la primera corriente neoconservadora, al considerarlos como realistas que no podían llegar a comprender con su visión diplomática clásica el componente ideológico del poder soviético. A partir de esta concepción los neoconservadores critican a la detente kissingeriana.

Uno de los principales críticos de la estrategia exterior utilizada por Nixon fue el senador demócrata Jackson, quién se había negado a ser el Secretario de Defensa del republicano. Dentro de los asesores de Jackson se encontraban los principales hombres que en breve tiempo pasarían a engrosar las filas del neoconservadurismo como Richard Perle y Paul Wolfowitz, ambos discípulos del estratega Albert Wohlstetter, de gran influencia para la formación de estos neoconservadores sobre todo en materia de Defensa Nacional y de armas nucleares.

Otro de los opositores al realismo de Kissinger fue uno de los viejos guerreros fríos, participante de la estrategia del NSC 68, Paul Nitze, quién creó una comisión de investigación que se conoció con el nombre de “Team B”, en el año 1976. Este equipo era muy crítico con la detente y con las negociaciones con la Unión Soviética llevadas a cabo por la Administración Ford.

En las memorias de Paul Nitze se puede apreciar cuál era la postura central de este grupo, que sostenía que los decisores de la política exterior en los Estados Unidos subestimaban completamente el peligro que representaban los soviéticos. Consideraban también que la estrategia de la URSS era igual a la norteamericana, y que por eso se debía hacer hincapié en la diferencia de la naturaleza de ambos regímenes, para que esa concepción se convierta en uno de los principales factores para entender al enemigo soviético (Nitze; 1989: 171).

Otra de las consideraciones importantes que presentaba este grupo opositor a Kissinger estaba relacionada con la idea de que los soviéticos no aceptaban el equilibrio, sino que buscaban la superioridad para entablar y ganar una guerra nuclear.

Como bien sostienen los franceses Frachon y Vernet en referencia a las ideas de este grupo, en su libro “La América Mesiánica”, “sobre la naturaleza de los regímenes y el débil equilibrio del terror, Leo Strauss y Albert Wohlstetter no se hubieran expresado de otra forma” (Frachon y Vernet; 2007: 99).

Muchos de los integrantes de este Team B, pasaron a apoyar al candidato republicano Reagan y fueron su base de apoyo para el Departamento de Estado y la Secretaría de Defensa, una vez que éste asumió la presidencia.


El neoconservadurismo en el poder: la administración Reagan
(1980-1988).

A la vieja izquierda anticomunista ex demócrata convertida recientemente en neoconservadora se le unió el ala más conservadora y tradicionalista del Partido Republicano, desilusionada por la decisión unilateral del Presidente Ford de seleccionar como vicepresidente a Nelson Rockefeller, alguien identificado con el establishment ultraliberal.

Como sostiene Busso, “el Ministro que presidió la unión fue Ronald Reagan, quien necesitaba el poder cerebral de los neoconservadores y el poder de los hombres de la Nueva Derecha, especialmente de la Derecha Cristiana, para ser electo” (Busso; 2008: 51).

Ni bien asume Reagan se va a reinstalar la clásica lectura globalista de los conflictos mundiales, correspondiente a la dialéctica conflictiva habitual de la Guerra Fría entre Este y Oeste.

La administración Reagan va a volver a restaurar la vieja noción maniquea de la división de los países en el mundo, entre buenos y malos, o entre amigos y enemigos, en clave shmittiana.

Esto, sumado a la distinción que hacía la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Jeane Kirkpatrick, entre “estados autoritarios” y “estados totalitarios”, hacía que la administración Reagan se termine identificando y colaborando con regímenes que violaban los derechos humanos como en América Latina o en Asia, con el único y lamentable efecto de darle a los Estados Unidos el liderazgo sobre toda área del globo no comunista.

La cobertura ideológica que practicaba Estados Unidos en la ONU, a partir del accionar de Kirkpatrick, hacía que se considere a los estados no comunistas como autoritarios y por lo tanto tolerables, y en cambio, a los estados comunistas se los tildaba como de totalitarios, a los que había que contener, cuando no derrocar.

Con la defensa y la alianza con estos estados autoritarios los neoconservadores llevaron adelante una política propia del más hipócrita imperialismo moral, donde el factor “régimen” y la violación de los derechos humanos sólo era válido de remover en los estados comunistas, desentendiéndose de las situaciones de regímenes tanto o más genocidas que en los gobiernos comunistas.

Al volver a restaurar la confrontación más acérrima con el bloque comunista, en lo que muchos autores denominan como una “nueva guerra fría”, los neoconservadores lograron no solamente ratificar el acta de defunción de la detente kissingeriana, sino también pudieron relegar de la agenda internacional la problemática norte-sur por el clásico conflicto central este-oeste.

Un nuevo consenso frente al peligro soviético, similar al consenso de la guerra fría en los últimos años de Truman, empieza a aparecer a finales de los setenta y conduce, como hizo entonces con Eisenhower, al triunfo de Reagan y del Partido Republicano.

El moralismo anticomunista vuelve a florecer como en los años de Dulles. La contención debía ser trascendida, creían los neoconservadores, porque más allá de que era una necesidad estratégica, la actualidad de las circunstancias, hacía que la liberación se transforme en un imperativo moral.

El objetivo de la administración era, en palabras del Secretario de Estado Alexander Haig, la defensa de la civilización judeo-cristiana frente al comunismo ateo.

Como sostiene Gaddis en su ya clásico ensayo sobre la contención, la intención del gobierno de Reagan era una “reminiscencia del intento dullesiano de imponer estándares cristianos en las relaciones internacionales” (Gaddis; 1989: 97).

Con el discurso de Reagan ante la Asociación Nacional de los Evangelistas del 8 de marzo de 1983, donde éste denunció a la Unión Soviética como el “Imperio del Mal” los neoconservadores pudieron extender uno de sus principales argumentos: que no había equivalencia moral entre ambos países.

En lo referente a las relaciones con la URSS en momentos de declararse la ley marcial en Polonia en el año 1981, la reacción de Reagan fue bastante moderada a ojos de los neoconservadores, ya que sólo se retrasó el anuncio de las negociaciones START con los soviéticos y se habló de una imposibilidad para que se dé una cumbre Reagan-Breznev.

En este sentido, Norman Podhoretz acusó a Reagan de ser menos duro que Carter, que luego de la invasión soviética a Afganistán impuso un embargo de granos y declaró un boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú (Barrios Almazor; 1985: 402).

A pesar de esta crítica de uno de los neoconservadores más prominentes, debemos hacer notar también que una de las diferencias más sustanciales entre la administración Carter y la administración Reagan era que ésta última realizaba un importante esfuerzo fiscal y además utilizaba giros verbales muy fuertes para marcar con énfasis el mensaje antisoviético, a través de todo tipo de denuncias de incumplimiento de acuerdos por parte de los soviéticos. Las principales acusaciones de la administración Reagan hacia la URSS se referían a la violación de los acuerdos de control de armamentos llevados a cabo por los soviéticos.

Como ejemplos de esta retórica y la visión sobre el tema que tenía el presidente podemos señalar algunas de sus declaraciones: “hasta ahora, la Unión Soviética ha utilizado las negociaciones sobre control de armamentos como un instrumento para restringir los programas de defensa norteamericanos y, en conjunción con su propio rearme, como un medio para aumentar el poder y el prestigio soviético” (Barrios Almozar; 1985: 392).

El neoconservador Richard Pipes, uno de los más antiguos estudiosos del sovietismo dentro del Consejo de Seguridad Nacional argumentaba que “si la acumulación militar de Reagan resulta exitosa, los líderes soviéticos tendrán que elegir entre cambiar pacíficamente el sistema comunista o ir a la guerra” (Oliver y Nathan; 1991: 408).

La belicosidad nuclear del primer período de Reagan tendía a conseguir un nuevo consenso que girara en torno de la recuperada posición de liderazgo para Estados Unidos.

A pesar de toda esta retórica de no negociación, podemos notar como, por la presión del Congreso y ,tal vez, de los aliados europeos, Reagan se vio obligado a retomar las negociaciones con la Unión Soviética en abril de 1982 en lo atinente a la reducción de armas estratégicas.

En este punto los neoconservadores mantuvieron su postura inicial de crítica a los acuerdos SALT y de no negociación, ya que creían que los acuerdos sobre control de armas favorecían a la URSS porque le permitían a los soviéticos continuar con la carrera armamentística, y a su vez, le estancaba a los Estados Unidos la posibilidad de progreso a través del aprovechamiento de sus ventajas tecnológicas.

Esta opinión común era sostenida, entre otros, por el Director de la Agencia de Control de Armas, Kenneth Adelman; el Subsecretario de Defensa para Asuntos Estratégicos, Richard Perle; y Caspar Weinberger.

Más allá de las presiones internas y externas que obligaron a Reagan a sentarse en la mesa de negociaciones con los soviéticos en Reykjavic, un rol muy importante pareció tener en la decisión de la firma del Acuerdo START, el realista Secretario de Estado George Shultz.

Esto nos muestra como, una vez más, el proceso decisorio en los Estados Unidos en materia de control de armamentos, se realizó de manera compleja, tensa y fragmentada, entre los burócratas defensores de los acuerdos dentro del Departamento de Estado, donde sobresalen los partidarios del realismo, y los neoconservadores, dominantes en el departamento de Defensa, que se oponían a las negociaciones con los Soviéticos.

Además de las peleas interburocráticas sobre el control de armamentos, las mismas se trasladaron también a las relaciones en general con respecto a la URSS y a los aliados europeos.

Uno de los más evidentes ejemplos de esto es el accionar del primer Secretario de Estado del presidente Reagan, Alexander Haig, uno de los alumnos predilectos de la escuela realista kissingeriana.

En su política hacia la URSS intentó imponer una vía de negociación paralela a la clásica confrontación, incluso ante la reticencia del presidente y su banda de neoconservadores (Frachón y Vernet; 2007).

La base del alejamiento de Haig de la Secretaría de Estado no se debe tanto a cuestiones de confrontación ideológica con Reagan o con sus asesores neoconservadores sino más bien a cuestiones de relacionamiento personal entre el presidente y él.

Desde un primer instante Haig intentó monopolizar el manejo de las relaciones exteriores de los Estados Unidos, pero eso chocó abiertamente con el propósito de Reagan, quién no estaba dispuesto a abandonar su protagonismo internacional como lo hicieron varios de sus predecesores en beneficio de sus Secretarios de Estado (Barrios Almazor; 1985: 380).

El unilateralismo de los neoconservadores criticaba la postura kissingeriana de Haig, manifestada en las relaciones de los Estados Unidos con Europa, al partir de la idea de que la base de la política aliancista de los Estados Unidos debía residir en una demostración de vigoroso liderazgo norteamericano en la lucha contra los soviéticos, tratando de forzar a los europeos a seguir las pautas norteamericanas, aún contra su voluntad y a pesar del daño que podía causarse a la relación con el viejo continente.

Y precisamente la principal consecuencia de esta política exterior va a ser la subordinación en cierta forma de los aliados europeos al cada vez más desarrollado unilateralismo estadounidense luego de la caída de Haig, dando por tierra con el acercamiento paulatino de los europeos occidentales a sus vecinos orientales, que se había producido a partir de la Ostpolitik de Brandt, coincidente con el período de la detente, ampliamente criticado por los neoconservadores.

Aunque algunos autores sostienen, que a pesar de la influencia de los neoconservadores en Reagan, cuando el Departamento de Estado se mantuvo bajo la autoridad de Haig, “la plataforma neoconservadora en política exterior nunca fue endosada plenamente” (Barrios Almozar; 1985: 399).

Para basarse en esta afirmación el citado autor pone los ejemplos de El Salvador, donde se trató de evitar o limitar un intervencionismo arriesgado y, de la prevalencia de las preocupaciones domésticas por sobre las exigencias de guerra fría durante los dos primeros años del gobierno de Reagan.

Aunque debemos destacar que la influencia de los neoconservadores en la política exterior de Reagan se va a ver claramente reflejada en el único lenguaje claro de la administración frente al Kremlin, el lenguaje de la fuerza, lo que va a dar inicio a una nueva guerra fría, tal como afirmáramos antes.

Como bien sostiene Insulza, refiriéndose a la política exterior de Reagan, “antes que aceptar el redimensionamiento de la hegemonía norteamericana como el producto inevitable de los cambios en la situación internacional, parecía más fácil atribuirla a la ingenuidad de los gobernantes anteriores para enfrentar a sus adversarios y, en primer lugar, a la Unión Soviética” (Insulza; 1986: 99).

Creemos que para entender los cambios paradigmáticos establecidos por la administración Reagan en materia de política exterior, debemos partir de lo que los neoconservadores y la opinión pública en general consideraban los anteriores fracasos de la detente de Kissinger y la interdependencia de Carter para lograr obtener la recomposición hegemónica estadounidense, a través del soft power.

A partir de este diagnóstico pesimista, era en cierta forma lógico, y hasta esperable, que la política exterior de Reagan apueste por el hard power a la hora de intentar la tan deseada recomposición hegemónica.

La receta neoconservadora para la administración Reagan estaba clara: rearme, unilateralismo, confrontación, moralismo idealista (e hipócrita) y liderazgo.

Otra de las políticas específicas donde se dejó sentir el influjo del neoconservadurismo fue en la relación distante y poco cooperativa de los Estados Unidos con los organismos internacionales, máxima compartida por las tres generaciones de neoconservadores. La actitud de Reagan para con estos organismos era bastante ofensiva y se traslucía, entre otras medidas, en la disminución de la asistencia financiera a los mismos. Vale la pena recordar que incluso los Estados Unidos en esta época se había retirado por unos años de algunos organismos subsidiarios de la ONU, con la excusa de que estos se habían “politizado”.

En este aspecto, como bien observa Insulza, la administración consideraba que “la ayuda al desarrollo es malgastada…y la ayuda debía servir para favorecer los intereses del donante” (Insulza; 1986: 102).

En lo referente a la verdadera influencia de los neoconservadores en la política exterior de la Administración Reagan nos parece muy atinado el corte temporal que plantea la profesora Busso al señalar que, “en épocas del primer mandato de Reagan hasta los dos primeros años de su segundo período la característica general fue que, en términos de ideas y valores, los neoconservadores se impusieron”... “Sin embargo, cuando a fines de 1986 e inicios de 1987 tomó estado público el llamado Irangate la administración se vio obligada a un cambio generalizado de gabinete a favor del sector del Partido Republicano que aglutinaba a los conservadores tradicionales y pragmáticos” (Busso; 2008: 59).

Muchos autores en los últimos tiempos se dedicaron a estudiar la relación entre el gobierno de Reagan y la influencia de los neoconservadores en el mismo. En este sentido Francis Fukuyama cree que Reagan tiene varias similitudes con los neoconservadores, desde su trayectoria hasta sus ideas. Este autor cree que Reagan, a su manera, también era un intelectual anticomunista en los comienzos de su carrera que se inició en la izquierda al igual que los neoconservadores, con quiénes comparte además la idea de que “el carácter interno de los regímenes define su comportamiento externo” (Fukuyama; 2006: 58).

También nos parece muy interesante el análisis que realiza Kissinger sobre las diferencias entre las visiones de Wilson y Reagan por un lado y de Nixon y Theodore Roosevelt por el otro, señalando que “como Wilson, también Reagan comprendió que el pueblo norteamericano, habiendo marchado al compás del tambor excepcionalista, encontraría su inspiración última en los ideales históricos y no en los análisis geopolíticos”. Y a continuación prosigue: “En este sentido, Nixon fue respecto de Reagan lo que Theodore Roosevelt había sido respecto de Wilson. Como Roosevelt, Nixon había comprendido mucho mejor el funcionamiento de las relaciones internacionales; como Wilson, Reagan tenía un conocimiento mucho mejor del funcionamiento del alma norteamericana” (Kissinger; 1996: 762).

Para una correcta conclusión de la política exterior reaganiana de corte neoconservadora nos parece atinado tomar las siguientes reflexiones de Insulza “Tal vez la mejor demostración del carácter idealista de la política exterior de Reagan está en los dos proyectos a los cuales el propio Presidente ha asignado prioridad hasta convertirlos en los rasgos distintivos de su Administración: la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) y la Doctrina Reagan. La IDE rompe con la noción de equilibrio estratégico tan preciada por el realismo en pos de una superioridad estratégica que tiene una justificación puramente ideológica: el predominio de la potencia pacífica y democrática. La Doctrina Reagan legitima la intervención sobre la base se una disputa global entre dos sistemas” (Insulza; 1986: 122).

El 20 de enero de 1989, Reagan deja el poder en manos de su sucesor, el también republicano, George H. Bush. Justamente ese año es el que marca un punto de inflexión en la historia al derribarse el Muro de Berlín en el mes de noviembre y con ello la culminación de la Guerra Fría y el inicio de una nueva era en la historia del mundo en general y de los Estados Unidos en particular.

Aunque nos parece apropiado en este punto mencionar las ideas de James Mann, quién en su libro “Rise of the Vulcans”, señala que la influencia de los neoconservadores en las decisiones de la política exterior norteamericana permite pensar en una división histórica diferente a la tradicional, que suele dividir el mundo en un antes y un después de la caída del Muro de Berlín en 1989.

En lugar de esta fecha Mann sostiene que el punto de corte temporal más adecuado para marcar el inicio de un nuevo período histórico, mínimamente hacia el interior de los Estados Unidos, se debe ubicar dos décadas antes de la caída del Muro, coincidente con el ascenso de los neoconservadores, período que para el autor llega hasta el momento en que escribió su obra.

Según este autor, se puede hablar de una nueva etapa en la historia de los Estados Unidos marcada por privilegiar el poder militar, difundir sus ideales y sin hacerle caso a ningún otro centro de poder. (Mann; 2004: 372).

En lo que respecta a la culminación de la Guerra Fría, debemos mencionar que existe hasta hoy en día un interesante debate entre los académicos realistas y neoconservadores sobre quiénes fueron los que contribuyeron con sus ideas y consejos en Reagan para que se produzca la Caída del Muro de Berlín.

En este sentido, podemos notar como generalmente los neoconservadores exageran o tienden a olvidar lo complejo de las situaciones internas en los regímenes comunistas de Europa Oriental y de la propia URSS, así como otros factores que llevaron al colapso del sistema soviético. En su postura pareciera que para que caiga el Muro solo hizo falta una política firme de Reagan a través del inicio de la llamada “Guerra de las Galaxias” y una retórica hollywoodense típica de las mejores películas de Ciencia Ficción.

Al respecto, un interesante debate entre el realista Stephen Walt y el neoconservador Joshua Muravchik se produjo a través de la Revista neoconservadora “The National Interest” y se publicó en marzo de 2008.

Stephen Walt sostiene que “los neoconservadores gustan de representar a Ronald Reagan como la personificación de sus ideas, pero eso solo ocurrió en la retórica de Reagan, la cual se hizo eco de la maniquea visión del mundo que tienen los neocon”. Y a continuación pasa a enumerar las políticas de Reagan que según él estuvieron más cerca del ideal realista que del neoconservador: “Reagan levantó el embargo de granos contra la Unión Soviética en 1981, y vendió armamento avanzado a Arabia Saudita, apoyó a Estados autoritarios siempre que fueran anticomunistas, retiró las tropas de Líbano en 1983 cuando vio que se metía en un atolladero, y mantuvo el equilibrio de poder en el Golfo Pérsico apoyando al Irak de Saddam Hussein contra los revolucionarios de Irán. Incluso la famosa "Doctrina Reagan" fue sólo una manera rentable (costo-beneficio) de presionar a los clientes de la Unión Soviética, que un verdadero intento de exportar la democracia”.

El neoconservador Muravchik le sale a contestar sosteniendo que: “Stephen Walt me ha convertido al realismo. Si la política de EE.UU. de contención mundial encorsetó al comunismo a través de alianzas, de abundantes bases en ultramar, de la ayuda externa masiva, de los miles de millones gastados en la guerra ideológica, representan al realismo. Y si las políticas y la encendida retóricas anticomunistas de Ronald Reagan, la Doctrina Reagan, el National Endowment for Democracy, la acumulación de capacidades militares y de inteligencia, o el programa antimisil de "Guerra de la Galaxias" representan al realismo, yo firmo” (The National Interest; 2008).

Cuando cayó el Muro de Berlín y la Unión Soviética comenzó a implosionar, los Estados Unidos sufrieron una crisis identitaria y tuvieron que crearse nuevos enemigos y nuevas amenazas a las cuales enfrentar, para mantener primero y acrecentar luego, la hegemonía en todo el mundo como la única superpotencia militar.

Con el comienzo de la posguerra fría eran muchas las cosas que los decisores de política exterior estadounidense tenían que definir. El presidente republicano George H. Bush fue el primer encargado de responder a los desafíos de posguerra fría, lanzando su ya famosa y difusa propuesta del nacimiento de un Nuevo Orden Mundial.

El equipo de asesores de Bush padre en política exterior estaba conformado en su mayoría por los conservadores más tradicionales y pragmáticos, de formación en la escuela realista, como Bren Scowcroft, James Baker, entre otros, dejando relegados a los intelectuales neoconservadores que habían tenido gran influencia en su predecesor Reagan.

En primera instancia el lema de un Nuevo Orden Mundial con claras tintes liberales y democráticas cayó muy bien entre los círculos neoconservadores, aunque debemos aclarar siguiendo a Busso que Bush padre “cuando tuvo que definir situaciones críticas lo hizo con criterios realistas o, a lo sumo, con alguna concesión al multilateralismo, pero nunca a la unilateralidad y la ideología neoconservadora. En este contexto se explica su oposición a la propuesta que realizaron jóvenes neocons como Robert Libby y Paul Wolfowitz de destituir a Saddam Hussein después de la primera Guerra del Golfo” (Busso; 2008).

Este multilateralismo en Bush senior se vio reflejado en la búsqueda de justificaciones para apoyar la acción militar sobre Irak a través de la Carta de Naciones Unidas, entre otras medidas de política exterior.

La operación “Tormenta del Desierto” concluyó con el fin de la guerra, dejando a Saddam Hussein en el poder, demostrando que la decisión tuvo mucho de realismo, al interesarles más el equilibrio de la región a largo plazo y así no extender por mayor tiempo la intervención de Naciones Unidas.

A pesar de que en los años próximos tanto Estados Unidos como la comunidad internacional ejercieron todo tipo de presiones y sanciones económicas y diplomáticas sobre Irak, esto nunca fue suficiente a la mirada neoconservadora, como se va a notar a partir de las críticas hacia la Administración Clinton.

                                                                                                                                     JPZ

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