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JUAN PABLO ZABALA (JPZ)

LA HUELLA DEL MUNDO

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JPZ

martes, 3 de agosto de 2010

POLÍTICA EXTERIOR IRANÍ 1989 - 2005

La Política Exterior Iraní durante las presidencias de Rafsanjani y de Jatami.

Introducción.

En el año 1989 se inaugura en Irán una nueva etapa en su corta vida como República Islámica, que va a estar caracterizada principalmente por las consecuencias de tres hechos fundamentales: la reciente culminación de la Guerra con Irak, la muerte del Ayatollah Jomeini y la reforma constitucional legada por el mismo.

La guerra con Irak significó para el régimen iraní el intento de consolidar su sistema político hacia el interior y la exportación de su modelo de República Islámica hacia los países vecinos. Aunque debemos reconocer que en el extranjero encontró límites a este último objetivo, ya que la mayoría de los países árabes de la región, de mayoría sunnita, apoyaron al régimen de Sadam Hussein.

Durante los ocho años de guerra con Irak aumentó en Irán el descontento público y los problemas económicos de gran envergadura tales como la ruina de la mayoría de las industrias, la destrucción total del principal puerto de Khorramshahr, y un alto índice de desempleo e inflación.

Otro de los hechos fundamentales sucedidos en ese año 1989 fue la muerte del Ayatollah Jomeini, el 3 de Junio, quién con su desaparición física, provocó una gran lucha entre las distintas facciones político–clericales para heredar su poder, lucha que perdura hasta la actualidad.

La muerte de Jomeini provocó también una desideologización de la política exterior de Irán, reflejada en una mayor flexibilización al intentar normalizar sus relaciones con los organismos internacionales y con varios países de la región y del mundo.

Otra de las características importantes de esta nueva etapa fue la reforma constitucional que Jomeini realizó poco antes de morir, donde se subordinó la jerarquía religiosa al poder político del Estado.

Como sostiene Zaccara “la estatalización de la función clerical en vez de fortalecerlo, perjudicó notablemente al clero iraní, ya que de hecho la Revolución Islámica limitó la autonomía tradicional del alto clero a favor del Estado” (Zaccara; 2006; 22).

La politización del clero iraní se puede comprobar a partir de esta reforma constitucional que le da la facultad al Estado de centralizar las tasas religiosas, haciendo que el alto clero pierda su autonomía financiera, subordinándose de esta manera al poder político.

También el Estado iraní dejó de lado las reglas tradicionales de sucesión de los ayatollahs, a partir de la elección de Jamenei como nuevo Líder Espiritual de la República en reemplazo de Jomeini, dado que el primero no cumplía con todos los requisitos de la jerarquía religiosa del chiísmo, donde pasó de ser Hojjatoleslam a Ayatollah de golpe y sin mayores méritos, lo cual hizo que muchos miembros del alto clero chiíta dentro y fuera de Irán no le reconozcan el nuevo cargo.

Las consecuencias de estos tres hechos fundamentales y las distintas formas de afrontarlos por las nuevas autoridades hace que podamos denominar a esta nueva etapa como “Segunda República”, y a la cual vamos a dividir en dos períodos diferentes, con características propias cada uno, y con rupturas y continuidades en política exterior, coincidentes con las presidencias de Rafsanjani (1989–1997) y Jatami (1997-2005).
Primer Período: la Política Exterior de Rafsanjani (1989-1997).

 
En agosto de 1989 se celebraron las primeras elecciones para presidente luego de la desaparición física de Jomeini. En las mismas triunfó el portavoz de la majles, el pragmático Hashemi Rafsanjani, aliado del nuevo Líder Espiritual y Jefe del Estado, el ayatolahh Jamenei.

El nuevo presidente tuvo que afrontar las duras consecuencias económicas que trajo aparejado el fin de la guerra con el vecino país de Irak, ya que había subido la desocupación, la tasa de inflación y la renta per cápita había caído hasta el 40% en relación al año 1979 en que se produjo la Revolución Islámica.

Ante este diagnóstico pesimista, Rafsanjani intentó reconstruir la economía, implementando una política económica de mayor apertura y acercamiento al mercado, que tuvo como objetivo conseguir que vuelvan a invertir en Irán capitales extranjeros y privados. También implementó dos planes quinquenales con el objetivo de alivianar los daños provocados por la guerra, mejorar la infraestructura y recuperar mayores niveles de producción.

Estos planes quinquenales fueron acompañados por una ola de privatizaciones de empresas iraníes, que al no ser reguladas por ningún ente estatal, provocaron grandes escándalos de corrupción.

Si bien se produjeron algunos avances en el campo de la agricultura con las nuevas medidas económicas, debemos reconocer que “tras la liberalización el dinero se decantó más por el sector inmobiliario y la construcción de apartamentos de lujo en Teherán que en la inversión productiva” (Keddie; 2006; 343).

El Parlamento estaba integrado en su mayor parte por partidarios de la Izquierda Islámica, que dominaban la política económica desde comienzos de la década de 1980, optando generalmente por un fuerte control estatal de la economía, y que no tardaron en oponerse a las reformas económicas liberales planteadas por el presidente, quién con su pragmatismo se había apartado por primera vez, en el campo económico, de los ideales de la Revolución Islámica.

Otro de los inconvenientes que tuvo que afrontar Rafsanjani fue la caída estrepitosa de la capacidad de producción petrolífera iraní luego de la guerra. A este problema se le sumó en 1995 las sanciones económicas que la administración Clinton propinó a Irán, tal vez por la presión del fuerte lobby israelí en el Congreso estadounidense. A pesar de estas sanciones unilaterales de Estados Unidos que consistían en el bloqueo de cualquier tratado comercial con Irán, debemos destacar que la Unión Europea no estuvo de acuerdo y se opuso a esas sanciones por considerarlas nulas y arbitrarias, aumentando su comercio con el país persa.

Así podemos ver cómo, a pesar del intento de Rafsanjani de cumplir con el objetivo de mejorar las relaciones tensas con Estados Unidos, que databan desde el nacimiento mismo de la República Islámica, por considerar a ese país como la encarnación del mal, no pudo llevarse a cabo por mucho tiempo, por más que las relaciones comerciales luego de la Guerra entre Irán e Irak, se habían reanudado y estaban creciendo considerablemente.

La justificación de la Administración Clinton de las sanciones contra Irán se basaron en el papel obstruccionista de este país para con el proceso de paz palestino-israelí, y por el apoyo del régimen iraní a grupos considerados terroristas como Hamas en Palestina y Hezbolá en Líbano, que pelean por la retirada de Israel de los territorios ocupados a estos países.

En estos intentos pragmáticos de Rafsanjani por liberalizar la economía y por moderar las tensiones ya tradicionales con Estados Unidos, podemos ver con claridad una primera ruptura con la política exterior anterior, que estaba bajo el influjo de Jomeini, ya que hay una desideologización evidente de esa política de Estado.

Durante este período se produjo un acontecimiento fundamental para la región de Medio Oriente, con implicancias para Irán y todos los países vecinos, como fue la invasión de Irak a Kuwait en agosto de 1990, motivada por históricos reclamos territoriales iraquíes.

Desde mucho tiempo antes que se produzca la Revolución Islámica las relaciones con Irak fueron uno de los principales focos de atención de los diferentes gobiernos iraníes, y esto no solo por ser un país limítrofe con muchos kilómetros de frontera compartida sino, y sobre todo, por la importante comunidad chií residente en Irak.

Luego de la guerra entre el régimen iraquí de Saddam Hussein y el régimen de la República Islámica de Irán comandada por el Ayatolá Jomeini, en los años ochenta, la política exterior de Irán hacia el vecino país se basó en un gran sentido del pragmatismo.

En agosto de 1991, el presidente iraquí Sadam Hussein va a ofrecerle al presidente Rafsanjani la aceptación de casi todas las condiciones iraníes para la firma de un tratado de paz entre ambos países.

Vale la pena recordar que los reclamos iraníes para con su vecino iraquí, luego de la guerra entre ambos, estaban basados en cuestiones pendientes, tales como: la demarcación definitiva del tramo de frontera correspondiente al estrecho del Shatt al Arab y los derechos de navegación sobre el mismo; las reparaciones de guerra; repatriación de los restos de soldados caídos en combate; el retorno de refugiados iraquíes, y la limpieza de campos minados, entre otras (Zaccara; 2006; 112).

La decisión de Irak de aceptar los reclamos iraníes tenía como principal objetivo conseguir arrastrar a Irán a una alianza con Irak, para así juntos hacer frente al poder estadounidense.

El debate y el proceso de toma de decisiones al interior del régimen iraní referido a la propuesta de Sadam Hussein fue bastante intenso y conflictivo, pero finalmente se terminó imponiendo la actitud pragmática del presidente Rafsanjani apoyado por el Líder Espiritual Jamenei.

El gobierno iraní va a rechazar la propuesta, manifestándose neutral en la Guerra del Golfo, haciendo gala de un gran pragmatismo, que a su vez estaba motivado por el miedo al aislamiento regional y para evitar una guerra con la principal potencia del mundo, que provocaría consecuencias desastrosas para el país persa.

Aunque no podemos dejar de tener en cuenta que ese rechazo pragmático tiene una doble consecuencia para el régimen iraní, ya que si bien, por un lado, logra acercarse a los países árabes sunnitas haciéndoles ver que Irak no solo es una amenaza para Irán sino para toda la región; por otro lado, se va a debilitar una de las máximas del discurso ideológico de la Revolución Islámica hacia el interior del país referido a la identificación de los Estados Unidos como principal enemigo del régimen iraní.

Siguiendo a Zaccara podemos notar dos actitudes diplomáticas claramente diferenciadas ante la Guerra del Golfo por parte del régimen iraní que fueron “de neutralidad durante la guerra de liberación, y de cooperación con la ONU en las iniciativas de terminar con la invasión y la aplicación de las sanciones durante y después de la guerra” (Zaccara; 2005; 9).

Otro de los aspectos a tener en cuenta sobre la presidencia de Rafsanjani, es su compromiso con una constante en la política exterior iraní referida a su plan nuclear, que yendo para atrás en el tiempo vemos que la continuidad en este objetivo es un interés nacional iraní desde el inicio de este plan en el año 1967, es decir, antes, incluso, de que se produzca la Revolución Islámica.

Rafsanjani retomó el programa nuclear de intercambio de tecnología con Argentina, China y Rusia, aunque por las presiones de Estados Unidos y de la comunidad internacional, se cancelaron los tratados con Argentina y China, pero continuaron con Rusia, debido a la negativa rusa de acatar esas presiones, al privilegiar sus intereses comerciales.

Cabe destacar también la negativa china y rusa en las Naciones Unidas a la imposición de sanciones económicas a Irán, que estaban patrocinadas por Estados Unidos e Israel.

El presidente Rafsanjani fue reelecto en 1993 para un segundo período, donde la efectividad de su política exterior pragmática y desideologizada decayó de manera considerable, debido a varias cuestiones, tales como el aumento de la represión política interna, los asesinatos de disidentes al régimen iraní exiliados en el extranjero, y las conexiones entre el gobierno de Rafsanjani con grupos terroristas islámicos, como Hezbolá, que es sindicado como el responsable del atentado en Argentina a la mutual de la AMIA en julio de 1994, entre otros atentados de magnitud semejante.

Todas estas circunstancias junto con el restablecimiento de su programa nuclear hicieron que el régimen vuelva a ser observado y sospechado como un Estado que apoya a terroristas por la comunidad internacional, y que terminó en las sanciones económicas ya señaladas a partir de 1995.

Con respecto al conflicto palestino-israelí la postura de Rafsanjani fue similar a la que se venía manteniendo desde tiempos de Jomeini, denunciando el proceso de negociaciones de paz, ya que sostenían que los sionistas no se retiraron nunca de los territorios ocupados; a partir de esta concepción es que podemos entender el apoyo iraní a grupos terroristas como Hamás, al considerar Rafsanjani a la resistencia armada palestina como la etapa previa a la convocatoria a un Referéndum Popular.

Esta idea surge del mayor peso demográfico de los palestinos, lo que le permitiría en una probable votación elegir ellos mismos su destino, licuando de esa forma la unidad política y territorial del Estado de Israel.

Recordemos también que la postura intransigente iraní ante este conflicto fue uno de los principales temas en los que chocaron los intereses de Estados Unidos e Irán, dado que el primero fue el principal promotor del Proceso de Paz palestino-israelí. Esto generó mayor rencor y desconfianza en las ya tensas y complejas relaciones bilaterales entre ambos países.

En este segundo período presidencial el gobierno de Rafsanjani tuvo ciertas tensiones bilaterales con Rusia, a pesar del aumento de la venta de armas rusas al país persa hasta 1995 y del desinterés iraní por defender la autodeterminación de los musulmanes chechenos con la misma determinación que defiende la causa palestina, los intereses de ambos países colisionaron en la región del Mar Caspio.

En este sentido el inconveniente surgió con la división del Mar Caspio que hacen los rusos, que le recorta considerablemente el territorio bajo la zona influenciable iraní, lo cual conlleva a menos posibilidades de explotación de recursos energéticos. Esta división beneficiaba a Azerbaiyán en detrimento de Irán y otros estados ribereños, dado el acercamiento que buscaba la política exterior rusa con ese Estado, para restarle a su vez influencia a geopolítica y energética a Irán en la región del Mar Caspio.

El presidente Rafsanjani, y luego su sucesor Jatami, se opusieron a esa estrategia rusa, por considerarla perjudicial para el interés nacional iraní.

Estas tensiones se solucionaron de momento, al crear una alianza rusa-iraní en la región del Cáucaso hacia fines del segundo mandato de Rafsanjani, que tenía como principal objetivo oponerse a la influencia en esa región de la alianza entre turcos y estadounidenses, quienes habían podido arrastrar a su esfera de influencia a Azerbaiyán y a Georgia, aprovechando los problemas limítrofes de estos últimos con Rusia. La estrategia conjunta de rusos e iraníes fue aliarse a un tercer estado caucásico, como es Armenia, desarrollando con ese país relaciones económicas y militares.
La Política Exterior de Jatami (1997-2005).
Hacia finales de 1996, la alianza entre los pragmáticos, seguidores de Rafsanjani, y los conservadores llegó a su término en ocasión de la campaña electoral para elegir al nuevo presidente.

El candidato con mayores posibilidades de reemplazar a Rafsanjani en la presidencia era el conservador Nateq Nuri, el portavoz de la majles, que contaba con un amplio apoyo del Líder Espiritual Jamenei.

Rafsanjani, tal vez por miedo al poder que la derecha iraní podría concentrar a través de la presidencia de Nuri, decidió aliarse con los reformistas y parte de la Izquierda Islámica, que postulaban como candidato a Mohamed Jatami, su ministro de Cultura, quién finalmente se alzó con el triunfo.

En el discurso de asunción Jatami se mostró conciliador, moderado y respetuoso de las libertades de las minorías, incluso de los sunníes. Su propuesta se basó en el imperio de la ley, el fortalecimiento de la sociedad civil, el desarrollo económico equitativo y una política exterior moderada y de mayor apertura hacia occidente.

Por este programa de gobierno y por el amplio apoyo popular obtenido por Jatami en las elecciones presidenciales, la mayoría de los analistas internacionales veían en Irán grandes probabilidades de reforma, que lo podrían convertir en un estado más previsible para los parámetros occidentales.

Estas esperanzas se fueron frustrando paulatinamente a medida que los conservadores fueron ocupando cargos vitales dentro del gobierno, alineándose detrás de la figura de Jamenei, quién concentraba más poder que el propio Jatami, al manejar las fuerzas de seguridad, entre otros cargos ministeriales.

En materia de política exterior debemos tomar en consideración ciertas continuidades con el gobierno de Rafsanjani, en por ejemplo, seguir con la apertura exterior iniciada en el período anterior. Aunque debemos aclarar que Jatami va a profundizar esa apertura intentando la distensión regional e internacional a través de su principal propuesta diplomática que fue el “Diálogo de Civilizaciones”.

Jatami, en política exterior demostró al mundo las distintas identidades de Irán, de acuerdo a la conveniencia de este país, y siempre en la búsqueda de defender el interés nacional iraní, siendo mucho más pragmático de lo que muchos autores le atribuyen.

Así podemos ver como en su intento por recomponer las relaciones entre Irán y los países vecinos, sacó a relucir su identidad islámica, más allá de las diferencias entre sunnitas y chiitas.

En este intento por distender las relaciones con los países árabes de la región, el presidente Jatami en su discurso en Naciones Unidas del año 1998, quiso cumplir el papel de portavoz del mundo islámico al recordar la necesidad del ingreso de un país islámico como miembro permanente del Consejo de Seguridad, dado el gran peso demográfico y cultural que representan los países con esa religión.

Con este mismo objetivo, su mayor éxito fue la convocatoria a la reunión de la Organización de la Conferencia Islámica en Teherán en diciembre de 1997.

A pesar de la clásica enemistad entre Irán y sus vecinos árabes sunníes, la mayoría de los miembros de la Organización asistieron a la reunión, incluso enemigos declarados como el Irak de Sadam Hussein y la Organización para la Liberación Palestina de Arafat.

Esta iniciativa exitosa de Jatami contribuyó a distender las relaciones entre Irán con su rival ideológico y geopolítico más importante en Medio Oriente, que es Arabia Saudita, con quien se habían roto las relaciones diplomáticas en 1987. Ambos países consideraron la necesidad de fomentar la estabilidad en la región, para no afectar los intereses económicos de los dos países en lo referente a la exportación de petróleo.

A partir de esta Cumbre Arabia Saudita logró hacer de mediador para acercar posiciones entre Irán por un lado, y Emiratos Árabes Unidos y Egipto por el otro, ya que existían con ellos antiguos reclamos territoriales por la ocupación de las islas de Tunbs y Abu Musa, además de la clásica rivalidad con Egipto, con quien Irán había roto relaciones diplomáticas en 1979, al producirse la Revolución Islámica de Jomeini.

Más allá de la distensión con estos países, las relaciones bilaterales de Irán con Turquía, Afganistán e Irak, se hicieron cada vez más complejas y conflictivas.

Las relaciones con Turquía se tensaron demasiado como producto de acusaciones cruzadas entre uno y otro país. Por un lado Turquía acusa a Irán de fomentar y apoyar el terrorismo de los islamistas turcos; y por otro lado Irán acusa a Turquía de inmiscuirse en los asuntos internos iraníes al apoyar las masivas protestas estudiantiles en Teherán sucedidas en 1999.

Detrás de estas acusaciones se esconden las verdaderas causas de estas tensiones que tienen que ver con los diferentes modelos políticos de islamismo que representan cada uno de estos países, que pujan por influenciar en los demás países de la región para ser un ejemplo a seguir. Esta puja se basa en diferentes estrategias, y en intentar conseguir los mayores privilegios económicos posibles.

Un caso concreto en el que chocan sus intereses económicos y geopolíticos, es por la instalación de gasoductos, ya que Estados Unidos por su gran afinidad diplomática con Turquía apoya su instalación en territorio turco por considerarlo un país estable y aliado suyo en la región, en detrimento de los intereses económicos iraníes, más allá de la mejor posición geográfica de Irán, de cercanía a Asia Central.

Las relaciones de Irán con su vecino Afganistán se deterioraron a partir de la llegada al poder de los Talibanes. El presidente Jatami adoptó una postura muy beligerante con respecto a los nuevos ocupantes del gobierno afgano.

Para Jatami estos fundamentalistas sunníes, seguidores de la doctrina wahabí, a quienes sindicaba como “fanáticos criminales”, representaban un gran peligro para Irán y para toda la región, ya que veía las ambiciones expansionistas de los pashtunes en Afganistán en detrimento del elemento persófono y chií. Esta visión de Jatami también era compartida por Rusia y las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, vecinas de Afganistán.

En el discurso de Jatami ante la Asamblea General de las Naciones Unidas del año 1998, se ve reflejado de forma clara la opinión del presidente iraní ante la situación política y humanitaria de Afganistán, al considerar que ese país se ha convertido en “un refugio para la violencia, el terrorismo y la producción de los traficantes de drogas” (Jatami; 1998).

Luego de recordar en ese mismo discurso los crímenes sin justicia de diplomáticos, periodistas y trabajadores humanitarios iraníes cometidos por parte del régimen Talibán, Jatami sostiene que no corresponde una solución militar al caos afgano, rechazando de pleno una intervención de fuerzas extranjeras, lo que contribuiría, de producirse, a generar mayor inseguridad e inestabilidad en la región.

Como única vía de resolución para la situación afgana, Jatami sostiene la necesidad de hacer hincapié en “el derecho inalienable del pueblo afgano de elegir su propio destino y de gozar de un gobierno de base amplia que represente a todos los grupos étnicos, comunidades y tendencias de ese país” (Jatami; 1998).

En septiembre de 1998 tras unas sucesivas derrotas militares de la Alianza del Norte a favor de los Talibanes, entre ellas la capital de los hazaras, Bamiyán, de mayoría de persófonos y chiíes, hizo temer a Jatami un derrumbe total de la frontera norte afgana.

Ante estas circunstancias, que provocaron cientos de muertos por las matanzas que realizaron los Talibanes, Jatami decidió actuar con rapidez y movilizar a 70.000 pasdarán a la frontera con Afganistán.

A pesar de esta situación prebélica entre Irán y Afganistán, donde se produjeron algunas escaramuzas, no se avanzó a una escalada del conflicto, tal vez por el complicado proceso de toma de decisiones hacia el interior del régimen iraní, donde se da una especie de sistema dual de poder, representado por el presidente por un lado, y por el Líder Espiritual por el otro. En este caso particular tal vez Jatami era más partidario de una intervención en Afganistán para castigar al régimen Talibán, mientras que Jamenei se habría mostrado más desconfiado en la opción bélica, por miedo posiblemente a una generalización del conflicto para toda la región.

Igualmente, ante la demostración de fuerzas iraníes en la frontera con su vecino Afganistán, los Talibanes enviaron gestos de apaciguamiento y las tensiones bajaron de manera considerable, por el momento.

Las relaciones con Irak durante el primer mandato de Jatami, a pesar de la distención inicial, volvieron a tensarse debido a los intentos de debilitamiento mutuo de ambos regímenes, apoyando a grupos opositores a los mismos.

Irak, por un lado, apoyó la iniciativa de los mujaidines del pueblo para atacar sobre las fronteras iraníes; y por su parte, Irán le sirvió como base de operaciones al Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak (CSRII), movimiento opositor al régimen baasista de Sadam Hussein.

En Naciones Unidas, el discurso de Jatami se concentró en la necesidad de que la Organización de la Conferencia Islámica se oponga a cualquier intento de potencias extranjeras de intervenir militarmente en Irak, dado que esto conllevaría a generar mayor inestabilidad política y militar en la región de Medio Oriente. Aunque resaltó el esfuerzo de las Naciones Unidas, por llamar a cooperar con esa organización al régimen iraquí (Jatami; 2001; 37).

Las relaciones bilaterales entre Irán y Estados Unidos en el primer gobierno de Jatami, no comenzaron de la mejor manera si tomamos como punto de partida el discurso inaugural del presidente iraní al sostener que “las políticas estadounidenses continúan siendo hostiles a la revolución y a nuestro sistema”, añadiendo que “no habrá base de entendimiento, porque no podemos aceptar sus imposiciones” (El País; 1997).

A pesar de esas primeras declaraciones oficiales, a los pocos meses de asumir el gobierno, en enero de 1998, el presidente Jatami envió a los Estados Unidos señales conciliatorias, a través de una entrevista concedida a la cadena estadounidense CNN.

El destinatario de esta entrevista, en palabras del propio Jatami, era el pueblo estadounidense en su conjunto. En esa ocasión el presidente iraní luego de manifestar su admiración por la tradición política estadounidense y de proponer su máxima diplomática del “Diálogo de Civilizaciones”, avanzó sobre una propuesta de mejoramiento de las relaciones bilaterales mediante intercambios culturales, periodísticos y turísticos.

En junio de 1998, el presidente estadounidense Bill Clinton reconoció la posibilidad de una reconciliación auténtica con Irán, dado que este país estaba cambiando en una dirección positiva, a través de la acción exterior del presidente Jatami.

Aunque esta posibilidad estaba condicionada al mejoramiento de los puntos conflictivos en la agenda bilateral, es decir, a las exigencias de Estados Unidos con respecto a las actitudes iraníes de apoyo al terrorismo, de oposición al proceso de paz palestino-israelí, y del desarrollo de su programa nuclear incompatible con el Tratado de No Proliferación.

Este intercambio de “correctas declaraciones” fue acompañada por la liberación de viajes desde y hacia Estados Unidos, prohibidos desde la época de Reagan, y el levantamiento del embargo estadounidense de dos productos específicos iraníes: el pistacho y las alfombras.

Jatami se presentó a la reelección presidencial en Junio de 2001, consiguiendo ser reelecto con una amplia mayoría a pesar de la difícil situación económica por la que estaba atravesando la República Islámica.

Durante este año se produjo el atentado terrorista más importante de la historia en pleno corazón financiero y militar de la primera potencia mundial, el 11 de septiembre de 2001, en el World Trade Center de Nueva York y en el Pentágono en Washington.

Este acontecimiento provocó hacia el interior del régimen iraní un profundo debate sobre las acciones a seguir, haciendo que el proceso decisorio en materia de política exterior se complejice aún más de lo normal, por las distintas posturas sostenidas por las diferentes instituciones estatales y las distintas facciones político-claricales.

A pesar de esta situación de continuo debate, la elite iraní parecía por primera vez dar pasos firmes hacia un auténtico entendimiento con los Estados Unidos, basado en el interés mutuo por la caída del enemigo común: el régimen afgano de los Talibanes.

Este nuevo escenario regional, en el caso de una intervención militar estadounidense, le brindaba a Irán la posibilidad de conseguir un objetivo doble, ya que por un lado podría distender sus relaciones bilaterales con Estados Unidos al brindarle algún tipo de cooperación; y por el otro, terminar con la influencia Talibán en la frontera iraní y eliminar a un enemigo con el que ya venía peleando desde su instalación en el gobierno afgano.

La primera declaración oficial de Jatami luego de los atentados fue de enérgica condena, actitud compartida por todos los gobiernos islámicos, menos por el gobierno iraquí de Sadam Hussein.

La segunda acción diplomática del gobierno iraní fue ordenar el cierre de los más de 900 kilómetros de fronteras que comparte con el vecino país de Afganistán, adelantándose al posible ataque estadounidense a ese país, para intentar detener el masivo éxodo de afganos hacia Irán, y para cerrarle el paso a los Talibanes que quieran escapar por esa frontera.

A poco menos de un mes del atentado, Jatami recibió a representantes de la Unión Europea en Teherán y se comprometió a colaborar en el intercambio de información y a vigilar las fuentes de financiación terrorista. Esta circunstancia fue calificada por los representantes de la UE como un progreso notable en la conducta de los iraníes.

Sin embargo, los miembros del gobierno iraní dejaron bien en claro que ellos no tienen la misma interpretación que los europeos del fenómeno terrorista. El ministro de Exteriores iraní, Kamal Jarrazi, le dijo claramente a la troika que “grupos pro palestinos como Hezbolá no son terroristas y que no esperen que Teherán vaya a dejar de apoyarlos”.

Más explícito aún fue el presidente Jatami al indicar que organizaciones como Hezbolá sirven para “luchar contra la agresión israelí y no son terroristas”. Al mismo tiempo pidió a la UE que coloque en su lista negra de grupos terroristas al MKO (Organización de los Ayatolás del Pueblo) y persiga con más eficacia a terroristas exiliados en Europa (El País; 2001).

Esta actitud de “discreta colaboración” de Irán con la Unión Europea y con Washington en su intervención militar en Afganistán, apoyada por los reformistas seguidores de Jatami, contribuyó a distender las relaciones con esos países; pero por otro lado se mantenía hacia el interior de Irán y para consumo de la opinión pública una fuerte retórica antiamericana, sobre todo a partir de las fuertes declaraciones de la facción conservadora con el Líder Supremo Jamenei a la cabeza, quién sostuvo entre otras cosas que “proponer negociaciones con Estados Unidos equivalía a una traición, puesto que el objetivo final de este último es el derrocamiento de la República Islámica”.

Estas declaraciones de Jamenei, hacían que los conservadores y él mismo se despeguen de las declaraciones oficiales del propio presidente Jatami, cuando éstas eran una clara señal de acercamiento a los Estados Unidos.

En este cruce de declaraciones vemos la delgada línea que separa a la consecución del interés nacional con las declaraciones de fuerte contenido ideológico para consumo interno a fin de no debilitar el discurso tradicional de la República Islámica. También en este caso podemos apreciar el sistema dual de poder del régimen iraní y la brecha abierta entre el interés nacional y los intereses de la elite religiosa, que se expresan en el complejo proceso de toma de decisiones hacia el interior del régimen.

Como señala Blecua, “los conservadores sintieron el peligro de la situación e incluso llegaron a reclamar la intervención del alto mando de los Guardianes de la Revolución, que manifestaron su apoyo al Líder Supremo y acusaron a los reformistas de traición por compartir los mismos objetivos políticos que los americanos” (Blecua; 2002; 4).

Igualmente debemos destacar que estas declaraciones, acusaciones y acciones de política exterior de Jatami y su canciller Jarrazi, se llevaron a cabo en el primer año de intervención norteamericana, lo cual vicia en cierta forma una mirada global al papel que Irán cumplió o debería cumplir en el conflicto, por eso creemos necesario, siguiendo a Zaccara, estudiar la postura iraní a lo largo del mismo, señalando sus continuidades y rupturas respecto a la política exterior tradicional de la República Islámica.

El citado autor sostiene que “durante toda la crisis afgana la postura iraní ha permanecido inamovible. Por un lado neutralidad en las acciones bélicas, es decir, no participar activamente en la coalición militar contra Afganistán pero tampoco apoyar al régimen Talibán. Por otro lado, colaboración con los organismos internacionales en la búsqueda de soluciones pacíficas a la crisis y en la lucha contra las actividades terroristas de las que Irán se considera víctima” (Záccara; 2005; 10).

Estas actitudes le permiten a Irán instalarse en la región como una potencia capaz de ayudar en la reconstrucción política y económica de Afganistán una vez que termine la ocupación estadounidense.

Aunque debemos mencionar que Irán no es la única potencia regional que aspira a tener una mayor influencia en el futuro del vecino país, ya que comparte la puja en esa situación con potencias nucleares como Pakistán y Rusia, a las que habría que sumarle China por su interés estratégico en la región.

Todas estas potencias más Estados Unidos tendrán gran participación en la mesa de negociaciones futura sobre la nueva situación afgana, cuando se venza definitivamente la resistencia de los Talibanes y se estabilice políticamente el país.

A pesar de los esfuerzos de Irán y Estados Unidos por normalizar sus relaciones bilaterales, existen dentro del régimen de ambos países elementos que no están de acuerdo con ese acercamiento e intentaron sabotear esa posibilidad con todos los medios a su alcance.

Los Estados Unidos, a partir del famoso discurso de Bush sobre el Estado de la Unión de enero de 2002, donde incluye a Irán, Corea del Norte e Irak como parte del Eje del Mal, terminaron por frustrar, no solamente el objetivo iraní, a partir de las credenciales que presentaba, de reconstrucción de Afganistán, sino que también terminó de dar por tierra con las posibilidades de los reformistas de consolidarse en el poder, y conseguir las reformas internas por las que tanto bregó Jatami, ya que a partir de esta equivocada declaración del presidente Bush, los conservadores aprovecharon la situación para quedarse con todo el dominio del régimen iraní, desacreditando al presidente Jatami.

Este discurso de Bush junto con su nueva doctrina de guerra preventiva pareció presagiar nuevas intervenciones militares en países de la región acusados por Estados Unidos de poseer armas de destrucción masiva y de financiar a grupos terroristas, lo cual ponía en peligro la seguridad y la paz internacionales.

Con estas simples y poco comprobadas sospechas los Estados Unidos intervinieron militarmente en Irak en marzo de 2003 para derrocar al régimen de Sadam Hussein y hacerse con el control de sus ricas fuentes de energía y así poder controlar mejor a los países de la región del Golfo Pérsico.

Cabe recordar que dentro de la política exterior iraní el vecino país de Irak ocupó siempre un lugar de privilegio, lo que hizo muchas veces tener una política exterior específica y separada de la generalidad de las relaciones externas dada su importancia.

La actitud iraní ante esta nueva invasión norteamericana en un país vecino fue, al igual que en el caso afgano, de neutralidad, a pesar de considerar la clase dirigente iraní que era más intolerante tener ejércitos estadounidenses dominando en dos países fronterizos que los regímenes anteriormente existentes y enemigos de Irán en esos dos países, es decir, Sadam Hussein y los Talibanes.

Más allá de los reclamos iraníes que databan desde la culminación de la guerra con Irak en 1988, referentes a reclamos territoriales, indemnizaciones de guerra y a declarar a Irak como Estado agresor en dicha guerra, se le va a sumar en esta nueva coyuntura de la caída del régimen baasista de Hussein, la intención que se incluya en el juicio realizado al presidente iraquí la acusación por los crímenes de guerra cometidos contra ciudadanos iraníes.

La caída de Hussein le otorga la posibilidad a Irán de tener una mayor influencia en ese país, dado que el mismo es de mayoría chiíta, mayoría maltratada y desoída por el ex presidente iraquí.

Más allá de este factor religiosa, hay varios factores que permitirían darle a Irán un papel preponderante en la futura reconstrucción de Irak, como son la existencia en Irak de las dos ciudades sagradas más importantes para el chiísmo, Nayaf y Kerbala, ya que “su control es visto por el establishment iraní como un factor fundamental para la estabilidad nacional” (Zaccara; 2004; 3).

Aunque durante el gobierno de Jatami podemos notar una cierta unanimidad en el objetivo iraní de participar en la reconstrucción de Irak y de intentar imponer un régimen manejado por chiítas, que pueda ser influenciado por su vecino más poderoso y estabilizado institucionalmente que pueda servirle de ejemplo a seguir para el nuevo gobierno iraquí, podemos ver claramente que hay diferentes interpretaciones de cómo llegar a lograr esos objetivos, de acuerdo a las interpretaciones e intereses en Irak que realizan las distintas personalidades dentro del gobierno y las distintas facciones político-clericales.

La principal postura del presidente Jatami y de su Canciller Jarrazi tienen que ver por un lado, con el compromiso asumido ante la comunidad internacional de mantener y respetar la integridad territorial iraquí a ultranza, y por el otro exigiendo en las Naciones Unidas y en los distintos foros regionales, la retirada urgente de las tropas estadounidenses de ocupación, para darle la posibilidad al pueblo iraquí de elegir a sus propias autoridades sin influencias externas.

Por su parte, el ex presidente Rafsanjani, quién ocupaba el importante cargo de Jefe del Consejo de Discernimiento durante el gobierno de Jatami, se pronunció a favor de la necesidad de celebrar elecciones libres en Irak, bajo una férrea supervisión de Naciones Unidas, a fin de evitar fraude electoral y conflictos en torno a los partidarios de las distintas candidaturas a presentarse.

Las declaraciones del Ministro de Defensa y Jefe de los Pasdarán desde el inicio de la intervención norteamericana en Irak, están emparentadas con el reclamo de las indemnizaciones de guerra que Irak debe pagar a Irán desde que terminó la guerra entre ambos hacia fines de la década de 1980, y también en varias ocasiones se pronunció a favor de que el juicio a Sadam Hussein contemple los asesinatos a clérigos, políticos y civiles iraníes. Como reflexiona e interpreta Zaccara, se puede notar que los Pasdarán están sospechados de ser los responsables de los campamentos de entrenamiento de militantes chiítas que existen en el sur de Irán que podrían haber ingresado al vecino Irak con la definitiva caída de Sadam, con el fin de influenciar en el nuevo gobierno y presionar por la obtención de algún grado de participación en el mismo. (Zaccara; 2004; 5)

Esto hace prever que la estrategia de los Pasdaran es mucho más directa y agresiva en la consecución del objetivo de la participación iraní en la reconstrucción de Irak, que la propia política exterior del moderado presidente Jatami, a la cual este grupo se opuso desde el inicio de su mandato.

No podríamos plantear un panorama general y completo de las distintas posturas iraníes en el conflicto de Irak, sino tomamos en cuenta las declaraciones y posturas adoptadas por el Líder Espiritual Jamenei.

Referido a esto debemos aclarar que Jamenei no ha realizado muchas declaraciones públicas sobre la situación iraquí, aunque es obvia la trascendencia que este tema tiene para el interés nacional iraní, sobre todo a la hora de pensar en la influencia iraní en el vecino país de Irak, algo que constituye el principal deseo del propio Jamenei, por más que no lo enuncie de manera pública. Con respecto a su postura podemos notar que “el Jefe del Estado iraní jugaría a respaldar a varios líderes chiíes iraquíes sin brindar su total apoyo a ninguno de ellos en particular, con el objetivo de controlar la mayor cantidad de grupos posibles” (Zaccara; 2004; 6).

Para terminar este repaso sobre las principales posturas iraníes respecto de la situación iraquí, vamos a concluir, siguiendo a Luciano Zaccara, sosteniendo que la posibilidad de ejercer influencia en Irak por parte del régimen de los Ayatolás, no está vinculado necesariamente con el objetivo de instalar en el vecino país una República Islámica a semejanza de Irán, ya que ese régimen dejaría de ser originario en un solo país y podría llegar a competir con el propio régimen iraní, ya que no debemos dejar de tener en cuenta que la mayoría de la población iraquí tiene un componente árabe muy fuerte, y sería mucho más fácil, con el tiempo, para un régimen de esas características, tener una gran recepción en el resto de los países árabes de la región, dando por tierra con el objetivo iraní de encaramarse como líder regional indiscutido.

Con respecto a la cuestión nuclear dentro de los dos mandatos de Jatami, debemos mencionar que existen varias líneas de continuación entre este gobierno y el anterior de Rafsanjani. Una de las características que nos hacen confirmar esto es la continuidad de los mismos actores políticos claves en cuestiones energéticas y nucleares en ambos gobiernos. Esto es lo que nos marca que la cuestión nuclear en Irán corresponde a una verdadera política de estado más allá de las facciones ideológicas que se encuentren gobernando en ese momento.

En febrero de 2003 Irán confirmó que había iniciado su programa de enriquecimiento de uranio y la existencia de nueve sitios de investigación y desarrollo nuclear en su territorio, agudizando de ese modo las tensiones y sospechas de la comunidad internacional sobre la posibilidad de que Irán posea una bomba nuclear. Debemos recordar que Irán, a diferencia de Israel, quién se sabe que ya posee armas nucleares, es firmante del Tratado de No Proliferación, de la Convención de Armas Biológicas y Tóxicas y de la Convención de Armas Químicas.

El presidente Jatami argumentó que la actividad nuclear iraní responde a una defensa de soberanía y derecho de poder nuclear con fines pacíficos, frente a las presiones ejercidas por los estados vecinos y por Estados Unidos, éste último rechaza el plan nuclear de Teherán pero no por la falta de acatamiento de Irán a los tratados firmados sino porque ello implica el fortalecimiento del principal enemigo y rival de Estados Unidos en la región, una vez derrocado el régimen de Sadam en Irak.

El problema no es la bomba nuclear en sí, sino que ese poder sea desarrollado por Irán, al cual los Estados Unidos nunca pudieron acercar a su esfera de influencia desde que se produjo la Revolución Islámica.

Lo que Occidente en general, y los Estados Unidos en particular no comprenden es que la política nuclear iraní es producto de un intenso debate público en la sociedad y hacia el interior del régimen iraní, y que su formulación y defensa responden a una política de estado referida a la consecución del interés nacional de Irán, que va más allá de cualquier facción política, ideológica o religiosa que puedan tener los gobernantes de turno.
CONCLUSIONES.

Como pudimos apreciar anteriormente la política exterior de Rafsanjani y de Jatami tienen entre sí más puntos de continuidad que de ruptura, más allá de los diferentes estilos políticos, de la diferente formación ideológica, de los apoyos que tuvieron de distintas facciones políticas para llegar a la presidencia y de las distintas políticas públicas que aplicaron hacia el interior de Irán.

Para poder entender estas continuidades debemos recordar que durante el período de consolidación del proceso revolucionario bajo el mando de Jomeini existían en Irán una diversidad de centros de poder, lo cual tornaba bastante caótico el proceso de toma de decisiones en materia de política exterior.

Esta situación, si bien se vuelve a reflejar, y de manera intensa en varias oportunidades durante las presidencias de Rafsanjani y Jatami, dada la existencia de diversos centros decisorios en las nuevas instituciones creadas por la Constitución de 1989, se subsanó, en parte, debido a los intentos de ambos presidentes por profesionalizar el Ministerio de Asuntos Exteriores y tratar de construir un sistema más institucionalizado de diseño exterior, haciendo más hincapié en el interés nacional de Irán que en la ideología de la Revolución Islámica.

Por eso podemos afirmar que tras la desaparición física de Jomeini la política exterior iraní se desideologizó sustituyendo la utilización de la guerra como mecanismo de política exterior y el intento de exportar el modelo político de la República Islámica hacia los países de la región de forma directa, por un gran pragmatismo, más coincidente con los intereses nacionales iraníes.

Igualmente no podemos afirmar que durante las presidencias de Rafsanjani y Jatami se dejó totalmente de lado la ideología revolucionaria a la hora del diseño de la política exterior, ya que encontramos varios ejemplos durante el período estudiado en este trabajo donde la política exterior iraní está más condicionada por la ideología revolucionaria que por la consecución del interés nacional iraní. En este sentido, el ejemplo que podemos citar es el de la invocación de la solidaridad islámica para apoyar la causa palestina, convirtiendo a Irán en el principal enemigo de Israel en la región.

Si analizamos las relaciones bilaterales, entre Rusia e Irán, por citar otro ejemplo, vemos claramente como la misma solidaridad islámica iraní no se aplica a la causa chechena, ni en las acciones exteriores ni en los discursos oficiales de ambos presidentes iraníes, ya que mantener la relación estratégica con Rusia está referida a la consecución de los intereses nacionales de Irán.

Por lo dicho anteriormente, debemos mencionar que es muy complicado establecer en todos los casos hasta qué punto está la política exterior iraní condicionada por los intereses nacionales en lugar de por la ideología revolucionaria, ya que esto depende de los diversos actores, escenarios y cartas identitarias que juegue Irán según las circunstancias y su propia conveniencia, pero si podemos afirmar que, en términos generales, la política exterior de Rafsanjani y Jatami se desideologizó en la búsqueda de resolver las tensiones existentes entre Irán y los países vecinos, y también sirvió para intentar la normalización de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, que como vimos anteriormente, funcionó solo de manera transitoria.


















































JPZ